~ Bajo las silenciosas hayas ~

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EPONA

Podrías estar seguro de mi raudo y veloz corazón, podrías estar seguro de la forma en la que mis claras crines se mueven, simples representaciones gráficas de emancipación; hiedra del aire, invisible al caer bajo su peso. Sin embargo, nunca podrías estar seguro de qué me lleva a beber de turbias aguas cuando el clima empieza a enfriarse. Puede que necesite otro nuevo fuego cerca de mí, derritiendo la escarcha; puede que ese aire se vuelva más viciado y necesite una bocanada de claridad. Sinceramente, como digo, nunca podrías estar seguro, pues ni yo misma lo estoy. Mas, en ese momento, sabía muchas cosas:

Sabía que Ariadna y Taranis me buscaban. Al principio no tenía la certeza de que se hubiesen enterado de mi llegada, pero me asusté cuando a las dos semanas vi a la diosa Luna desaparecer y, tras unos minutos, volver a aparecer en el cielo, rodeada de vaporosas nubes. Si lo que había visto era cierto, eso significaba que aparte de ellos dos, los demás dioses deberían estar buscándome también.

Sabía que estábamos cerca de los Sidhe y él, de un modo extraño, también lo sabía.

Sabía que él me llamaba "Rhiannon" y, secretamente, yo a él "Viajero".

Sabía que, cada vez que se subía encima de mi grupa, enrollaba los dedos en mi melena, agarrando la libertad de un modo tan amable, dulce e inocente que me gustaba. Y lo peor era que también sabía que eso no era lo único que me gustaba; estaba enamorándome del "Viajero", de un mortal.

Sabía que no debía caer en el mismo error, pero yo no lo consideraba así, ellos eran los que habían hecho de todo esto un terrible desacierto.

Él estaba sentado a los pies de una de esas hayas que cubrían el cielo con sus hojas rojas y naranjas, protegiéndonos de los Dioses. Se estaba apartando el pelo de la cara con sus callosas manos. Pese a ser tan pálido, era evidente que había trabajado durante mucho tiempo en el campo. Me miró todavía algo sonrojado por el ajetreo del viaje y sonrió. Adoraba la forma en la que lo hacía, sin mostrar demasiado los dientes, pero sin esconderlos del todo; acompañado por su boca con un gesto gentil y comedido.

Una ráfaga de viento movió las ramas de los árboles y se le erizó la piel; a Pwyll también le pasaba, mas, intentaba ocultarlo, frotándose los brazos. Me acerqué hacia él, con la esperanza de que se acurrucase sobre mí como lo habría hecho un niño pequeño. No lo hizo, se limitó a darle una palmadita a mi muslo. Le di con la cola y se rió a carcajadas, incorporándose.

-Está bien, está bien... Eres un espíritu libre. -dijo, esbozando una sonrisa torcida. Se rascó el cuello y añadió, risueño:

-¿Acaso eres el espíritu del mejor caballero de todos los tiempos, ese del que no para de hablar mi hermano Thomas? ¡Por la Luna! Ya ni tan siquiera recuerdo su nombre... -se calló de repente y sus ojos empezaron a denotar tristeza, lluvia negra salpicando su iris. -Me pregunto cómo estará... -masculló como para sus adentros.

No pude contenerme más, debía mostrárselo, debía decirle quién era. Se merecía saber la verdad y se merecía saber a qué sucio juego estaban jugando los dioses con nosotros, al fin y al cabo. Me alejé un poco de él, solo unos pasos, pero aún podía sentir su vista fija en mí y yo seguía sin apartarla de la de él. Cogí aire y mis patas empezaron a quemar. Algunas hojas se elevaron gracias a la fuerza del viento y giraron a mi alrededor. La quemazón ahora empezaba a recorrerme todo el cuerpo, desde el vientre hasta la punta de mis dedos. Podía verme reflejada en su mirada estupefacta y aterrorizada convertirme en una diosa con cuerpo humano. Lo último en esfumarse fueron esas orejas triangulares y algo puntiagudas, donde una mata de pelo rizado ocupó su lugar. Un tirabuzón resbaló sobre mi frente y soplé para apartármelo.

Mis pies estaban embarrados hasta el tobillo y el lunar con forma de cabeza de caballo en mi hombro apenas era visible debido al largo vestido que me llegaba por más o menos un palmo por encima del tobillo y que tenía unas holgadas y hermosas mangas acabadas en pico; un bordado plateado con flores y estampados de carácter equino recorría la tela esmeralda dando la vuelta a mi cintura y en cambio, un bordado dorado estaba cosido en el cuello del vestido con escote de barco.

Al principio no supo cómo reaccionar, simplemente se quedó mirándome, fascinado. Luego, antes de darme tan si quiera la oportunidad de articular palabra, él ya estaba de rodillas frente a mí, suplicándome el perdón de los dioses, cabizbajo. Posé un dedo en su barbilla y la hice elevarse.

-Levántate "Viajero". -dije solemne, sin soltar su mentón y él se incorporó, todavía algo temeroso. Bajé el brazo.- Soy Epona, Diosa de caballos.

-Lo sé. -murmuró muy, muy bajo y al instante se arrepintió de haberlo hecho; no quería ofenderme ni parecer orgulloso. Se llevó la mano a la boca, como intentando atrapar las palabras que ya habían volado de sus agrietados labios. Sonreí, intentando que ese pequeño gesto de amabilidad le tranquilizase.

-Así que sabes mi nombre... A mí me gustaría conocer el tuyo. ¿De dónde vienes, joven?

-Me llamo Noll, vengo del Sur, de Vydis, donde las flores cubren el suelo en primavera y la nieve cae a finales de invierno. Allí la gente le reza a usted a menudo. -respondió, y a medida que iba hablando sus músculos se destensaron y su rígida expresión se esfumó de su rostro. "Aún más bello que antes" pensé y no puede evitar dibujar una débil sonrisa en el mío.

-Soy una gran Diosa, ¿sabes, Noll? Nunca pienses lo contrario. Me caes bien y no soporto ver a la gente perdida por estos inhóspitos parajes, así que, por si quedaba alguna duda, te voy a llevar con los Sidhe. Creo que también presientes que queda poco para llegar; estás en lo cierto, solo nos restan dos días de trayecto. -reí, nerviosa, él, en cambio, apretó los labios y sus ojos brillaron.

-Yo... Yo no tengo palabras para agradecerle esto... ¡Gracias, gracias, gracias! -exclamó y su voz tembló, pero sonó alegre, jovial. Hizo el amago de volverse a arrodillar, pero negué con la cabeza y él se mantuvo firme.

-Puedes tratarme como si fuese tu amiga, porque... soy tu amiga, ¿no? Hemos pasado mucho tiempo juntos. -comenté, como si realmente no le diese mucha importancia, mas, mi corazón, veloz y raudo, dejó de ser un caballo salvaje y se convirtió en un pequeño cordero con miedo a una negativa (aunque en el fondo sabía que Noll nunca podría dármela por respeto hacia mi persona).

-Nada me haría más feliz. Es todo un honor... No... No sé qué decir. -quise decirle que daba igual lo que dijese, que su dulce voz bastaba para deleitar mis oídos, pero solo me reí.

Estuvimos un buen rato hablando y más de una vez me vi tentada a contarle todas y cada una de las razones por las cuales me había mostrado en mi forma humana, sin embargo, me pareció imprudente contarle la verdad tan rápido. Esto requería tiempo, tiempo que me faltaba.

Le costó dejar de hablarme como a una diosa y sentirse cómodo conmigo, pero tras largas horas paseando bajo las silenciosas hayas tuve la certidumbre de que ya no estaba asustado ni asombrado, solo agradecido.

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*Nota de autora:

-"¿Acaso eres el espíritu del mejor caballero de todos los tiempos (...)?": Antiguamente, las sociedades celtas tenían la creencia de que el espíritu de los caballeros, tras su muerte, se transformaba en un caballo.

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