El círculo de la potencia

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  La experiencia le pareció suficiente para entenderlo: se puede enseñar lo que se ignora si seemancipa al alumno, es decir, si se le obliga a usar su propia inteligencia. Maestro es el que encierra a unainteligencia en el círculo arbitrario de dónde sólo saldrá cuando se haga necesario para ella misma. Paraemancipar a un ignorante, es necesario y suficiente con estar uno mismo emancipado, es decir, con serconsciente del verdadero poder del espíritu humano. El ignorante aprenderá sólo lo que el maestro ignorasi el maestro cree que puede y si le obliga a actualizar su capacidad: círculo de la potencia homólogo a ese círculo de la impotencia que une al alumno con el explicador del viejo método (que a partir de ahorale llamaremos simplemente el Viejo). Pero la relación de fuerzas es muy particular. El círculo de laimpotencia está ya siempre ahí, es el movimiento mismo del mundo social el que se disimula en ladiferencia evidente entre la ignorancia y la ciencia. El círculo de la potencia solamente puede tener efectoa partir de su publicidad. Pero sólo puede aparecer como una tautología o un absurdo. ¿Cómo puede serque el maestro sabio no entienda nunca que puede enseñar lo que ignora tan bien como lo que sabe?Considerará este aumento de la potencia intelectual como una devaluación de su ciencia. Y el ignorante,por su parte, si no se cree capaz de aprender por sí mismo, aún menos se sentirá capaz de instruir a otroignorante. Los excluidos del mundo de la inteligencia suscriben por sí mismos el veredicto de su exclusión.En resumen, el círculo de la emancipación debe comenzarse.Ahí está la paradoja. Pues, pensando un poco, el «método» que propone es el más viejo de todos y nodeja de verificarse todos los días, en todas las circunstancias en las cuales un individuo tiene necesidad deapropiarse de un conocimiento que no puede hacérselo explicar. No existe hombre alguno sobre la tierra queno haya aprendido alguna cosa por sí mismo y sin maestro explicador. Llamemos a esta manera de aprender«enseñanza universal» y podremos afirmarlo: «La enseñanza universal existe realmente desde el principiodel mundo al lado de todos los métodos explicativos. Esta enseñanza, por sí misma, ha formado realmente atodos los grandes hombres.» Pero he aquí lo extraño: «Todo hombre ha tenido esta experiencia miles deveces en la vida, y sin embargo nunca nadie tuvo la idea de decir a otra persona: Aprendí muchas cosas sinexplicaciones, creo que ustedes pueden hacerlo como yo (...) ni a mí ni a nadie en el mundo se nos haocurrido que esta experiencia podía ser empleada para instruir a los demás.»3 A la inteligencia que dormitaen cada uno, bastaría decirle: Age quod agis, atiende a lo que estás haciendo, «aprende el hecho, imítalo,conócete a ti mismo, éste es el camino de la naturaleza».4 Repite metódicamente el método del azar que teha dado la medida de tu poder. La misma inteligencia obra en todos los actos del espíritu humano.Pero ahí esta el salto más difícil. Todo el mundo practica este método si le es preciso pero nadiequiere reconocerlo, nadie quiere enfrentarse con la revolución intelectual que significa. El círculo social,el orden de las cosas, prohíbe que sea reconocido como lo que es: el verdadero método por el cual cadauno aprende y toma conciencia de su capacidad. Es necesario atreverse a reconocerlo y proseguir laverificación abierta de su poder. En caso contrario el método de la impotencia, el Viejo, durará tantocomo el orden de las cosas.¿Quién querría empezar? En esa época había todo tipo de hombres de buena voluntad que sepreocupaban por la instrucción del pueblo: hombres de orden que querían elevar al pueblo por encima desus apetitos brutales; hombres revolucionarios que querían conducir al pueblo a la conciencia de susderechos; hombres de progreso que deseaban, a través de la instrucción, reducir la distancia entre las clases;hombres de industria que soñaban con proporcionar, a través de ella, a las mejores inteligencias del pueblolos medios para la promoción social. Pero todas estas buenas intenciones encontraban un obstáculo: loshombres del pueblo tienen poco tiempo y aún menos dinero para esta adquisición. Por eso se buscaba elmedio más económico para difundir el mínimo de instrucción considerada, según los casos, necesaria ysuficiente para la mejora de las poblaciones trabajadoras. Entre los progresivos y los industriales existía unmétodo con prestigio, la enseñanza mutua. Permitía reunir en un extenso local a un gran número de alumnosdivididos en escuadras, dirigidas por los más avanzado de ellos, promovidos al rango de monitores. De estamanera, la dirección y la lección del maestro irradiaban, por el conducto de estos monitores, sobre toda lapoblación a instruir. Tal imagen complacía a los amigos del progreso: es así como la ciencia se reparte desdelas cumbres hasta las más modestas inteligencias. La felicidad y la libertad descenderían después.Esta clase de progreso, para Jacotot, traslucía represión. Adiestramiento perfeccionado, decía. Soñabacon otra cosa para el lema de la instrucción mutua: que cada ignorante pudiera hacerse para otro ignoranteel maestro que le revelaría su poder intelectual. Más exactamente, su problema no era la instrucción delpueblo: se instruye a los reclutas a los que se alista bajo su bandera, a los subalternos que deben poder comprender las órdenes, al pueblo que se quiere gobernar –de manera progresiva, se entiende, sin derechodivino y según la única jerarquía de las capacidades–. Su problema era la emancipación: que todo hombredel pueblo pueda concebir su dignidad de hombre, tomar conciencia de su capacidad intelectual y decidir suuso. Los partidarios de la Instrucción aseguraban que ésa era la condición de una verdadera libertad.Después de lo cual reconocían que debían instruir al pueblo, y se ponían a discutir sobre qué tipo deinstrucción tenían que darle. Jacotot no veía qué libertad podía resultar para el pueblo de los deberes de susinstructores. Todo lo contrario, pensaba que el asunto era una nueva forma de atontamiento. Quien enseñasin emancipar atonta. Y quien emancipa no ha de preocuparse de lo que el emancipado debe aprender.Aprenderá lo que quiera, quizá nada. Sabrá que puede aprender porque la misma inteligencia actúa en todaslas producciones del arte humano, que un hombre siempre puede comprender la palabra de otro hombre. Eleditor de Jacotot tenía un hijo débil mental. Se desesperaba al no poder hacer nada con él. Jacotot le enseñóel hebreo. Después el niño se convirtió en un excelente litógrafo. El hebreo, eso es evidente, no le sirviónunca para nada –tan solo para saber lo que ignorarían siempre las inteligencias mejor dotadas y másinformadas: no se trataba del hebreo.Las cosas estaban claras: éste no era un método para instruir al pueblo, era una buena nueva quedebía anunciarse a los pobres: ellos podían todo lo que puede un hombre. Bastaba con anunciarlo. Jacototdecidió dedicarse a ello. Declaró que se puede enseñar lo que se ignora y que un padre de familia, pobre eignorante, puede, si está emancipado, realizar la educación de sus hijos, sin la ayuda de ningún maestroexplicador. E indicó el medio de esta enseñanza universal: aprender alguna cosa y relacionar con ella todoel resto según este principio: todos los hombres tienen una inteligencia igual.Se conmovieron en Lovaina, en Bruselas y en La Haya; se trasladaron de París y Lyon; vinieron deInglaterra y Prusia para escuchar la noticia; se la llevó a San Petersburgo y a Nueva Orleáns. El impactollegó hasta Río de Janeiro. Durante algunos años la polémica hizo furor y la República del saber temblósobre sus bases.Todo eso porque un hombre de espíritu, un sabio prestigioso y un padre de familia virtuoso se habíavuelto loco, a consecuencia de no saber holandés.    

El maestro ignoranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora