Los cuentos de la panecástica

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  Tan solo quedaba mantener la diferencia unida a este nombre propio. Jacotot puso así las cosas ensu sitio. Para los progresistas que venían a verlo, se reservaba una criba. Cuando se inflamaban ante élpor la causa de la igualdad, decía suavemente: se puede enseñar lo que se ignora. La cribadesgraciadamente funcionaba demasiado bien. Era como el dedo puesto sobre un muelle que siemprerebotar hacia atrás. La palabra, decían unánimemente, estaba mal elegida. Quedaban los discípulos entrelos cuales una pequeña falange intentaba mantener la bandera frente a los profesores de la enseñanzauniversal «natural». Con éstos procedió a su manera, pacíficamente: los dividió en dos clases: losdiscípulos enseñadores o explicadores del «método Jacotot» que pretenden conducir a los alumnos de laenseñanza universal a la emancipación intelectual; los discípulos emancipadores que sólo instruyen bajoel presupuesto de la emancipación o incluso que no enseñaban nada en especial y se contentan conemancipar a los padres de familia mostrándoles cómo enseñar a sus hijos lo que ellos mismos ignoraban.Es evidente que él no tenía la balanza igualada: prefería «un emancipado ignorante, uno sólo, a cienmillones de sabios instruidos por la enseñanza universal y no emancipados».115 Pero la palabra misma deemancipación se había vuelto ambigua. Después de la caída de la empresa Girardin, el Señor de Séprèsretomó el título de La Emancipación para su Diario, generosamente abastecido por las mejores copias delos alumnos del Instituto nacional. Estaba vinculado a dicho diario una Sociedad para la Propagación dela Enseñanza Universal cuyo vicepresidente defendía elocuentemente la necesidad de maestroscualificados y la imposibilidad de los padres de familia pobres de ocuparse ellos mismos de la instrucción de sus hijos. Era necesario marcar la diferencia: el Diario de Jacotot, en el que sus dos hijos escribían bajosu dictado –su enfermedad le impedía escribir, estaba obligado a sostener una cabeza que ya no queríamantenerse derecha– tomó el título de Diario de Filosofía Panecástica. A su imagen, los fieles crearonuna Sociedad de Filosofía Panecástica. Este nombre, nadie pretendería quitárselo.Sabemos lo que significaba: en cada manifestación intelectual está el todo de la inteligenciahumana. El panecástico es un aficionado al discurso, como el astuto Sócrates y el ingenuo Fedro. Pero, adiferencia de los protagonistas de Platón, no conoce jerarquía entre los oradores ni entre los discursos. Loque le interesa, por el contrario, es buscar su igualdad. De ningún discurso espera la verdad. La verdad sesiente y no se dice. Proporciona una regla para la conducta del orador, pero esa regla nunca se manifestaráen sus frases. El panecástico tampoco juzga la moralidad de los discursos. La moral que cuenta para él esla que preside al acto de hablar y escribir, la de la intención de comunicar, la del reconocimiento del otrocomo sujeto intelectual capaz de comprender lo que otro sujeto intelectual quiere decirle. El panecásticose interesa por todos los discursos, por todas las manifestaciones intelectuales, con un único fin: verificarque aplican la misma inteligencia, verificar la igualdad de las inteligencias traduciéndolas las unas en lasotras.Eso suponía una relación inédita con los debates de la época. La batalla intelectual sobre el tema delpueblo y de su capacidad hacía furor: el Señor de Lamennais había publicado el Libro del pueblo. ElSeñor Lerminier, sansimoniano arrepentido y oráculo de la Revista de los dos mundos, había denunciadola inconsecuencia. A su vez, la Señora George Sand había levantado la bandera del pueblo y de susoberanía. El Diario de Filosofía Panecástica analizaba cada una de estas manifestaciones intelectuales.Cada una de ellas pretendía llevar el testimonio de la verdad a un campo político. Era un asunto queatañía al ciudadano, pero el panecástico no tenía nada que sacar de ahí. Lo que le interesaba en estacascada de refutaciones, era el arte que los unos y los otros empleaban para expresar lo que querían decir.Mostraba cómo, al traducirse los unos a los otros, traducían otros mil poemas, otras mil aventuras delespíritu humano, desde las obras clásicas hasta el cuento de Barba Azul o hasta las obras de losproletarios que se repartían en la plaza Maubert. Esta búsqueda del arte no era un placer de docto. Era unafilosofía, la única que el pueblo podía practicar. Las viejas filosofías decían la verdad y enseñaban lamoral. Ellas suponían que era necesario ser muy sabio para eso. La panecástica, por su parte, no decía laverdad y no predicaba ninguna moral. Y era tan simple y tan fácil como el relato por cada uno de susaventuras intelectuales. «Se trata de la historia de cada uno de nosotros (...) Cualquiera que sea vuestraespecialidad, pastor o rey, podéis expresaros sobre el espíritu humano. La inteligencia se manifiesta entodos los oficios; se ve en todos los grados de la escala social (...) el padre y el hijo, ignorantes el uno y elotro, pueden hablarse de panecástica.»116El problema de los proletarios, excluidos de la sociedad oficial y de la representación política, noera diferente al de los sabios y al de los poderosos: como ellos, no podían llegar a ser hombres, en elpleno sentido de la palabra, si no era a condición de reconocer la igualdad. Pero la igualdad no se da ni sereivindica, se practica, se verifica. Y los proletarios sólo podían verificarla reconociendo la igualdad de lainteligencia de sus campeones y de sus adversarios. Sin duda, por ejemplo, estaban interesados por lalibertad de prensa, atacada por las leyes de septiembre de 1835. Pero debían reconocer que elrazonamiento de sus partidarios para establecerla no tenía ni mayor ni menor fuerza que la de susadversarios para refutarla. Quiero, decían en resumen los unos, que se tenga la libertad de decir todo loque se debe tener la libertad de decir. No quiero respondían en definitiva los otros, que se tenga la libertadde decir todo lo que no se debe tener la libertad de decir. Lo importante, la manifestación de la libertad,estaba en otra parte: en el arte igual que, para sostener estas posiciones antagónicas, los unos traducían delos otros; en el aprecio, nacido de esta comparación, por ese poder de la inteligencia que no deja deejercerse en el seno de la sinrazón retórica; en el reconocimiento de lo que hablar puede querer decir parael que renuncia a la pretensión de tener razón y de decir la verdad al precio de la muerte del otro. 

Apropiarse de este arte, conquistar esta razón, era eso lo que contaba para los proletarios. Hay queser hombre antes de ser ciudadano. «Cualquier posición que pueda tomar como ciudadano en esta lucha,como panecástico, debe admirar el espíritu de sus adversarios. Un proletario, expulsado fuera de la clasede los electores, y con una razón más fuerte que la de los elegibles, no está obligado a ver como justo loque siente como una usurpación ni está obligado a querer a los usurpadores. Pero debe estudiar el arte delos que le explican cómo se le despoja por su propio bien.»117No había nada más que hacer que persistir en indicar esta vía extravagante que consiste enidentificar en cada frase, en cada acto, el lado de la igualdad. La igualdad no era un fin a alcanzar sino unpunto de partida, una suposición que hay que mantener en toda circunstancia. Jamás la verdad hablaríapor ella. Jamás la igualdad existiría mas que en su verificación y con la condición de verificarse siempre yen todas partes. Y no era esto un discurso para hacerle al pueblo, sino solo un ejemplo, o más bien variosejemplos, para mostrar conversando. Era una moral del fracaso y de la distancia a mantener hasta el finalcon todo el que quisiese compartirlo: «Busquen la verdad y no la encontrarán, llamen a su puerta y no lesabrirá, pero esta investigación les será útil para aprender a hacer (...) renuncien a beber de esta fuente,pero no dejen por ello de intentar beber ahí (...) Vengan y poetizaremos. ¡Viva la filosofía panecástica! Esuna narradora que no acaba nunca sus cuentos. Se lanza al placer de la imaginación sin tener que rendircuentas a la verdad. Ella solo ve a esta velada bajo los disfraces que la ocultan. Se contenta con ver estasmáscaras, analizarlas, sin atormentarse por la cara que hay debajo. El Viejo no está nunca contento;levanta una máscara, se alegra, pero su alegría dura poco, pronto se da cuenta que la máscara que haretirado cubre otra, y así hasta que se acaben los buscadores de verdades. El levantamiento de estasmáscaras superpuestas es lo que se llama la historia de la filosofía. ¡Oh! ¡La bella historia! Me gustan máslos cuentos de la panecástica.» 

El maestro ignoranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora