Prólogo.

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Son las tres de la mañana, estamos los tres acostados en la cama, sin saber que hacer o que pensar, simplemente en tan pocos meses no pueden ocurrir tantas cosas tan infinitamente absurdas. El ambiente huele a alcohol, marihuana y desesperación.

Todavía no entiendo cómo carajos fuimos a meternos en algo lo suficientemente ilegal para que mañana uno de nosotros tres esté tras las frías rejas.

Me levanté de la cama, me puse mi ropa interior, tomé el vicio y me senté en una esquina del cuarto, lo prendí y le di las primeras caladas cuando una lágrima rodó por mi mejilla izquierda, sin embargo ellos dos están demasiado drogados para darse cuenta de la situación en estos momentos. Caminé por toda la habitación queriéndome explicar las cosas, pero les juro por Odín, que mi cabeza no da suficiente para estas situaciones.

Mañana, tendré que vestirme de traje y peinarme adecuadamente para declarar. Obviamente lo haré a su favor pero hay suficientes pruebas de que aquí hubo algo.

Dejé de caminar y decidí que ya era tarde para volver a casa, este motel queda por lo menos a veinte minutos de mi casa. Me coloqué la ropa que estaba en el suelo, no sabía si era de Carolina o mía pero no importa.

Salí a una de las calles del barrio bajo de San Francisco. Me senté en la banqueta y prendí un tabaco, a las tres y media de la mañana iba a ser imposible encontrar taxi.

A medio cigarro una voz femenina gritó mi nombre.

-Luciana!!! Luciana!!- Una castaña alta de ojos grises con voz melódica apareció en mi vista- ¿Pensabas dejarme aquí sola,perra sucia?

-Estabas demasiado ida para llevarte- le contesté seria.

-Hace horas que el efecto se me pasó, el es el que sigue...-la corté del golpe.

-Quieres callarte y ayudarme a conseguir un puto taxi?

-Taxi? no. Agarré las llaves de su motocicleta, querida- Dijo mostrando las llaves de la moto del el- le dejé una nota avisándole que nos la llevaríamos.

-Piensas en grande, castaña- señalé.

-Yo, siempre- dijo haciendo ademanes con las manos.

Nos montamos en la moto y conducimos hasta llegar a su casa.

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Eran las cinco de la mañana y estábamos acostadas en su cama. Ella habló:

-¿Qué te pondrás mañana?

-¿Eso importa?

-Piensa que será la última vez que lo veas, al menos en muchos años.

-pfff...- pasó un rato en silencio cuando le pregunté- ¿Cómo llegamos a esto?

-¿De verdad quieres que te lo recuerde?...



Tan Ligeras Cómo el Humo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora