Al mirar al cielo se sintió insignificante y pequeñita.
Un rayo se abrió paso como una estela a través de la oscuridad de la noche. Ella se quedó en el más absoluto de los silencios.
A lo lejos se podía escuchar el débil tintineo de un llamador de ángeles, como ferviente presagio de que ellos iban a ser necesarios en esa lucha.
Y los truenos no paraban de rugir, no daban tregua a su ya alterado sistema nervioso, hasta en la piel podía sentir lo eléctrico del ambiente, sólo como un pequeño adelanto de lo que estaba por venir.
Crecer convencida de que los monstruos sólo habitaban debajo de su cama y que una pequeña luz de colores los espantaba quizá no había sido lo mejor.
Las sombras proyectadas en el simple y llano terreno no pertenecían a ese grupo de monstruos, estos eran reales y querían jugar.
Ella sería su juguete.
Continuó allí, inerte, sin atreverse siquiera a parpadear, no podía darles el lujo de tomar ventaja mientras ella, por milésimas de segundo, cerraba sus ojos.
Ninguno de ellos se detendría hasta paladear la victoria, la que sólo obtendrían eliminando a su contrincante.
Miedo, ese sentimiento siempre prevalece, es imposible de extinguir, allí estaba.
Un paso, un nuevo rayo, el llamador que no dejaba de tintinear, un estremecimiento, el miedo calando sin piedad.
Ocho palabras resonando sin dar descanso en su mente.
》Que comience el juego, se van a divertir《