Cinco

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Prefiero que digas 'no' a ' no sé, eso ya se sabrá' porque yo ya no sé nada, solo sé que volarás. 
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A Shinichi tampoco le iba bien. Después de haber faltado a clases y pasarse el día en la cama (ni siquiera el Profesor Agase había conseguido animarlo con alguno de sus estrambóticos inventos) se hartó de estar así y salió a que le diera el aire. Le sorprendió no encontrarse con ningún fan suyo. Supuso que el mundo entendía que quería estar tranquilo. Y de todas maneras, sus admiradores ya no eran tantos como antes.

Qué jodido estaba. Tan jodido que, casi sin darse cuenta, acabó en brazos de Ran, en la casa de la chica. Los papeles se cambiaron. Ahora el depresivo era él. Pero eso no significaba que Ran no estuviera sufriendo, no. No sabía qué le destruía más, que Shinichi pensara en alguien que no era ella, o que le hubieran echo polvo. Pocas veces lo había visto así, casi a punto de llorar. Casi.

Ambos estaban tumbados en la cama de la chica, muy pegados, porque si no uno acababa en el suelo. Shinichi tenía la cabeza apoyada en el hombro y también el brazo sobre la cintura de su amiga. Ella no lo tocaba, y no porque no quisiera. Ya no era lo mismo, porque la única que iba a ponerse nerviosa sería ella. Quizás, ni siquiera antes de que él se interesara por los chicos se le había acelerado el pulso estando a su lado.

Shinichi tenía los ojos caídos, casi cerrados. Se habría quedado dormido si no fuera porque tenía la mente llena de demasiadas cosas.

La habitación de Ran era muy tranquila. Apenas se escuchaba a Kogoro en el salón alabando a Yōko Okino, cuyo concierto se emitía en televisión. El cuarto era pequeño pero lo suficientemente grande para que cupiera la cama, una cómoda y un armario. Recordaba fotos suyas encima del segundo mueble, pero ya no estaban. En la pared del fondo, próxima a los pies de la cama, había una ventana que dejaba entrar los últimos rayos del sol de la tarde. Ya podían apreciarse en el cielo las primeras estrellas.

Decidió cambiar de táctica y pensar en cosas positivas que le habían pasado con Ran. No buscaba enamorarse de Ran, aunque, ¿quizás era eso lo que necesitaba? No, porque su amiga no se merecía sufrir más, ni por él ni por nadie; si empezaran a salir él aún tendría presente a Kaito. La miraría a ella y vería el rostro de Kaito. La besaría y sentiría que aquellos eran los labios de Kaito.

Kaito, Kaito, Kaito...

Siempre supo que iba a dejarlo hecho trizas. Siempre supo que lo suyo era un amor imposible y cuanto menos venenoso.

—Shinichi... —Al oír la voz de su amiga abrió los ojos de golpe. Tragó duro. Temía lo que pudiera salir de sus labios. Ahí se dio cuenta de que ni siquiera con su mejor amiga hallaba paz— Alguna vez... ¿Alguna vez —Mierda, una pregunta— te he gustado... De verdad?

Shinichi cerró los ojos con fuerza. Sí había estado enamorado de ella hasta que llegó Kaito... Pero no tenía fuerzas para decírselo. Ran podría hasta volverse loca de los celos e ir a por Kaito. Y como no quería protegerlo personalmente nunca más, evitar que se encontrara con su terca mejor amiga era lo mínimo que podía hacer.

Sabía que marcharse iba a hacerle más daño que la sincera y pura verdad. Pero no quería responder ninguna pregunta que tuviera que ver con el amor. Él se dedicaba a buscar la verdad, no sentimientos, ni desgracias, ni dolor.

Así que se incorporó en la cama, se levantó y se dirigió a la puerta, ante la triste mirada de Ran, que ya sentía cómo se le formaba un nudo en la garganta y los ojos le quemaban. Iba a llorar. ¡Estúpido, estúpido, estúpido! quiso gritarle. Pero no tenía valor. Por que sí, era estúpido, y su piel (sus muñecas) lo sabían muy bien, pero aún así lo amaba más que a nadie.

—Prefiero que digas no a que te marches sin más, Shinichi. —Apenas podía hablar. Ya tenía la voz tan quebrada como su alma.

Él, que ya iba a agarrar el picaporte de la puerta para abrirla, se detuvo en seco. De nuevo cerró los ojos fuertemente. Increíble. ¿Shinichi Kudo a punto de llorar? Qué novedad. ¿Quién lo diría?

—De este misterio, llamado Shinichi, he descubierto una cosa: siempre busca la verdad, pero no siempre la desvela. No preguntes porqué —Abrió lentamente los ojos y volteó a mirarla. Lágrimas pesadas comenzaban a cruzar sus mejillas. ¿Otra vez? ¿Otra vez haciéndola llorar? ¿Cómo podía quererlo después de todo?—, pero la ignorancia es la base de la felicidad —concluyó. Antes de cruzar la puerta, vio cómo Ran despegaba sus labios para decir algo.

Pero Shinichi no llegó a oírla. Hundió el rostro en sus manos y soltó un largo suspiro, que contenía, además de aire, toda la presión que se apoderó de su organismo dentro de la habitación de Ran. Pasó por la entrada, se despidió con un seco "Nos vemos" de Kogoro y salió del edificio.

Kaito hizo una gilipollez.

Se acercó a la agencia de Mouri. Intuyó que su ex-novio estaría ahí. Y estaba. Abrazando a esa flacucha llorona.

¡Él era el único que sufría! ¡Él era el único que quería morirse! Lo que daría por empezar de cero. Para él no significaba nada, había sido sólo un experimento. A ver qué se sentía al salir con un chico. Había sido un juguete. Un juguete que había perdido su brillo y que se había roto él solo. Ésa era su hipótesis. Y no encontró ninguna más acertada (desde su punto de vista).

Entonces hizo otra gilipollez. Volvió al bar, donde encontró a Jii recogiendo los restos de las botellas. Le dio tiempo de coger un cristal sin que él lo viera.

—¿Cómo se encuentra, Joven Maestro? —le preguntó el anciano inocentemente, tratando de dedicarle su mejor sonrisa.

—Como una auténtica mierda, ¿y usted?

Corrió al servicio del bar. Se encerró. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la puerta. Subió lentamente la manga de su jersey azul. Podía imaginarse a la otra persona que había hecho cosas como esas en más de una ocasión.

Dejó a su mente fantasear viéndola retorcerse de dolor.

O, a lo mejor, no dolía.

A lo mejor no dolía fundir un cristal en sus venas.

A lo mejor no dolía fundir un cristal en sus venas

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i. diez mil por qués, kaishin。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora