Ocho

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Que el amor no es sólo hacerlo,
es sólo hacernos para amar.
Que no es depender de ti,
es darte mi felicidad.
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Shinichi se apoyó en el umbral de la puerta de la habitación en la que había dormido tantas veces con su ex-novio, apretando contra su pecho ese obsequio que confeccionaron los dos juntos

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Shinichi se apoyó en el umbral de la puerta de la habitación en la que había dormido tantas veces con su ex-novio, apretando contra su pecho ese obsequio que confeccionaron los dos juntos.

Y miró aquella cama. Y se imaginó a Kaito en una cama, en una cama de hospital. Imaginó lo inimaginable; Jii no llegó a contestar a su mensaje. El pecho se le encogió. En ese momento, si le hubieran dicho que Kaito estaba muerto, se lo habría creído. Pero, ¿se alegraría? ¿Se entristecería?

No lo sabía, no tenía ni puñetera idea.

Quería gritar de lo confundido y frustrado que estaba. Miró el objeto que aún tenía entre sus manos. Lo sujetaba con tanta fuerza que lo estaba rompiendo. Se parecía a él en ese aspecto.

La historia de ese objeto se remonta a su primer beso...

La historia de ese objeto se remonta a su primer beso

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«—¿Fama, chicas, venganza...? —Shinichi fue enumerando con los dedos, que habían rozado algún que otro pétalo de la rosa azul. Joder...

—Algo mejor.

El corazón del detective dio un vuelco. Los dedos enguantados de Kaito Kid abandonaron el tallo de la flor para aferrarse a su propia mano. Una especie de corriente eléctrica le recorrió la columna vertebral. Su mano se sacudió levemente. Era como si la piel del ladrón hubiera violado sus terminaciones nerviosas.

Dios, le estaba agarrando la mano bien fuerte. Parecía que se la iba a arrancar. Que quería arrancársela. Él, Kaito Kid, quería algo. Algo (todo) de él. En ese momento, empezaría por una cosilla insignificante: el tacto de sus labios con los suyos.

i. diez mil por qués, kaishin。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora