Dia 6

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Era su cintura que encajaba en mis brazos, su cabello húmedo y desaliñado, sus sueños puestos en mi pecho después de que el interruptor nos llenó de oscuridad, o su piel repleta de historia, no mía, pero al fin historia. Era eso, que sé yo, el caso es que me robaba el sueño. Sólo cerré los ojos para inútilmente intentar dormir, mientras la tenía en mis brazos y lo único en que pensaba era en lo maravilloso que era tenerla ahí; mía, de ella, de los dos.

Después de que Joshua aparcó la motocicleta, espeté dos o tres palabras a manera de despedida y me fui directo a mi recámara. Quería pensar, estaba absolutamente abrumado, confundido, emocionado, asustado, ancioso... todo eso.

—Javier, ¿dónde estabas?

—Mamá, casi me sacas el corazón.
Era mamá que había salido de la nada. Su cara parecía curiosa, y ya saben, las mamás tienen un sexto sentido, así que supuse que sabía de dónde es que venía.

—No es momento. Quiero estar sólo, espero lo entiendas.
En seguida me fui a mi recámara. Abrí y tropecé con un par de zapatos que estaban casi junto a un montón de ropa que había acumulado por falta de tiempo, o de ganas de asear mi cuarto. Me fui de frente contra la cama, y tuve que contener el grito de dolor. Aunque con todo el traqueteo, dudo que no se haya escuchado un ruido. Me incorporé y me tiré en la cama, para encontrarme con más obstáculos sobre ella. Definitivamente tenía que arreglar el desastre en el que había convertido mi alcoba.

Sonó el celular y pensé en ignorarlo, en arrojarlo lejos para pensar un poco, definitivamente el mundo quería distraerme. Así que me rendí y observe en la pantalla un número desconocido. Terminaba en 7, mi número de la "suerte". Deslicé....

—Hola.

—¿Javier?

—Camila, ¿eres tú?
Suavice la voz lo más que pude, y no era para que nadie me escuchara. Lo hice para que ella sintiera que incluso la quería acariciar con la voz. Lo sé, que cursi.

—Si, soy yo.
Respondió con un susurro parecido al mío.

—¿Pasa algo?
Pregunto y me tapo la cara con una almohada para conseguir un poco más de privacidad. Es extraño, pero funciona.

—Pasa todo, todo Javier.

—¿A que te refieres? Empiezas a preocuparme.
Mi tono de voz cambia, giro y me quito la almohada de encima.

—Yo ya estoy preocupada.
Dice en un tono burlón y mi angustia se esfuma.

—Ya dime de qué hablas.
Exijo con autoridad. Y continuo.

—¿Que es ese todo del que hablas?

—Tú, yo, nosotros, la rapidez de todo esto. Y el hecho innegable de que te estoy extrañando con mucha insistencia. Y eso que te acabo de ver.

—¿Tienes miedo?
Me levanto y empiezo a girar casi en mi propio eje, sentía ansiedad, ansiedad de verla a los ojos mientras me decía todo eso. Estaba hecho, esa ansiedad era el aviso previo de que lo íbamos a vivir todo con intensidad, o al menos yo si. Y esa firma involuntaria, no me dio tregua nunca más.

—Muchísimo, Javier. Intentaré explicarlo.
Seguía sonando suave su voz.

—Muero porque lo hagas.
Me vuelvo a tirar a la cama.

—No estoy acostumbrada a los chicos educados, cultos, atentos como tú. Me siento aturdida, eres tan diferente, desde como me miras, o como me besas, cuando hablas o callas. Nunca me he enamorado, y sé que se sufre cuando te enamoras, la cuestión es que no sé si estoy preparada. Todo ha sido tan rápido, ni si quiera he podido pensarlo. Me gusta, me encanta, pero no puedo negar que me siento aterrada.
Hace un silencio que me da tiempo para pensar un poco. También era demasiado para mí, tampoco me había enamorado. Y es como si las palabras que acababa de decir las hubiera sacado de mi, yo mismo podría haberle dicho eso, también estaba aterrado, pero, quería hacerlo todo con ella.

—Es uno de esos momentos en que se me escapan las palabras. Quiero decirte tantas cosas, Cam. Siento el mismo miedo que tú sientes, no podría negar eso. Pero, estoy seguro que es más fuerte el sentimiento de estar a tu lado. Quiero que esto pasé y no me opondré de ninguna manera. Si me lo permites, voy a diluir todo el miedo que estás sintiendo, pienso cambiarlo por eso que todos llaman amor. Con todas las implicaciones necesarias. Tenemos que vernos, mis ojos no me dejarán mentirte, ni los tuyos te dejarán que me mientas. ¿Te parece si nos vemos mañana en nuestro parque?
Me levanté de nuevo y fui a la cocina por agua, mi garganta empezaba a secarse y me costaba empezar a hablar.

—Nuestro parque, suena, tan... único. Como un sello personal, y eso que solo hemos ido una vez.
Susurra como sólo ella sabe, como solo ella pudo hacerlo alguna vez en mi vida.

—Nunca olvidaré que fue en ese parque donde me enamoré, donde por primera vez olvidé que la tierra giraba, o que el mundo estaba lleno de personas. Fuimos tú y yo, y eso lo vuelve nuestro parque. Nadie, absolutamente nadie olvida el lugar en que se enamoró y aún cuando tenga sesenta años, recordare ese parque con el mismo anhelo que lo estoy recordando ahora mismo.
Las palabras salían a raudales, como en ninguna otra etapa de mi vida. Ella accionó el botón oculto de mi felicidad, con tanta cosa que ya me había hecho feliz.

—Me haces suspirar. Te veo mañana, estoy que muero por volver a sentirte en mis brazos y por sentirme en los tuyos.
Dice a manera de súplica.

—Morimos por la misma razón. Te veo a las 7, puntual, por favor.

—Claro.

Cuelga el teléfono, y el vacío regresa. El vacío de querer perder cada segundo de mi vida al menos escuchando su voz, la voz más bella del universo.

Cien días después de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora