Pequeños Encuentros

173 28 1
                                    

A veces eres tan obvio, John. Parecías nunca disimular tu ubicación, tú forma de sentir, de ser, de actuar. Eres tan obvio a mi lado, siendo ligero contigo mismo y nervioso cuando yo lo provoco.

El viento y el ambiente te delatan, como las sombras y los silencios delatan el mío. Siempre rodeado de algún animal cuando estamos entre los pastizales, acostado como disfrutando de todo. Veo tu angustia y como te remueves de vez en cuando.

Se que odias tanto tu trabajo como lo amas. Te encanta formar vida, disfrutarla, verla evolucionar, crecer y ser. Pero detestas las consecuencias, te pone mal sus pérdidas aunque no te lamentas por ellas, te duele el pecho escuchar a los humanos, se que quieres gritar cuando te desesperas por querer ayudar a todas las almas al mismo tiempo.

Y sé que por esas razones vas hacia mi, y te escondes en mi pecho dejando que mi silencio te calme y logres dormir un poco. Yo nunca te negué la cercanía, nunca lo hacía más que cuando se trataban de toques coquetos como los de Cronus o los de Damara, pero como todos huían no tenía ningún problema en que se acerquen a mi. Tu trabajo no sólo te pesa a ti, sino a tus compañeros. Siempre fuiste el más fuerte del grupo frente a los ojos de todos pero apoyado en mi pecho con los ojos cerrados y acurrucado pareces más indefenso que un bebé humano recién nacido. Tus compañeros eran más ignorantes que tu, les importaban los humanos pero no los oían como tú lo hacías, sólo escuchaban y aparecían donde estuviese permitido.

Eres tan obvio cuando miras las estrellas boca arriba en las noches. Que las observas como si fuese la primera vez y estiras tus manos a ellas como si fueses un humano. A veces suelo acompañarte alto para verlas mejor, te encanta levantar la mirada a verlas, estar rodeadas de nubes y bajar para ver las deslumbrantes ciudades. Sin duda alguna eres el que más apreciaba todo lo que tenía a su alrededor.

Y no perdías oportunidad alguna de encontrarme por las noches a escondidas. Sabías dónde yo estaba y si no aparecías por muchos días yo iba a por ti. Rose me había regalado una de esas esferas suyas y junto a Roxy y Jade me ayudaron para que te muestre la ubicación de quien quiera. Tenía el tamaño de una canica hecha collar. Así evitaba perderla. Tú no necesitabas eso, el viento me delataba mi lugar.

Noches entre comentarios, silencios, miradas, sonrisas, era lo que me gustaba de ti. A veces te acercabas a sentarte muy cerca de mi para quedar los hombros pegados. Otras yo pasaba mi brazo por tus hombros. Y en muchas ocasiones, a media noche, me abrazabas y te quedabas en mi pecho. No hablábamos en esa hora. Sólo nos manteníamos quietos, ya sea acostado, sentados o volando. Hubieron noches en la que en esa hora caíste dormido sobre mí, te dejaste caer una vez en pleno vuelo y yo tuve que sostenerte con fuerza para que no te derrumbaras. Tampoco me separé esa noche hasta el amanecer.

Te gustaba que te acariciara el pelo, te resultaba más fácil dormir. Yo sabía que intentabas mantenerte despierto para pasar la hora juntos pero a mi no importaba en lo absoluto.

Yo también podía dormir tranquilo.

Mientras descansabas por las noches yo pensaba mucho. No quería ir de ave en ave pensando en cómo debería reaccionar a mis cambios corporales y sentimentales, suficiente que Rose fue mi guía de inicio. Nadie parecía una opción muy válida.

Bueno, si hay alguien.

A veces me preguntaba como un niño humano podía vernos.

No tiene nombre, pero sus amigos del orfanato lo llamaban Alcalde por sus sueños. Me había visto cuando caminabas entre ellos una noche y me siguió hasta la puerta en donde se abrazó a mi pierna. Había dicho que era un ángel o un espíritu al principio, yo también estaba sorprendido de que me viera y tocara. Tuve muchas noches a su lado haciéndole compañía, era un poco callado y reservado en sus juegos pero no era un mal niño.

Las mismas alasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora