Capítulo 8 "Te invito un chifita y luego alguito más"

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Francisco tragó saliva y se quedó de piedra durante unos segundos. En primer lugar porque no daba crédito a sus oídos y en segundo lugar porque no quería —a pesar de todo— incentivar aún más al peruano. Pero la frase "HAZME EL AMOR" seguía taladrándole la cabeza. Así de impasible y delicada.

—Qué te pasa, man —lo tuteó Pancho con voz ronca—. Está uste' borracho. Así no se puede...

El ecuatoriano se quedó a media frase y rodó los ojos del placer que le causaba la juguetona lengua de Migue en su oreja. En realidad era un milagro que el castaño siquiera hubiese podido articular palabra, pero por milagroso que fuese... No había manera de negarse al placer. En especial uno tan esperado como ése.

Lastimosamente todo tiene su fin y ese fue el primer paso. El primer paso al final de la cordura del pobre muchacho.

Pancho dejó caer su cabeza hacia atrás mientras dejó escapar una suave exhalación. Pero lo pensó mejor —o mejor dicho peor— e intentó reprimirse. Aún estaba dudando. Era cierto que Miguel estaba borracho. Pero, le había contestado todas sus preguntas y ya no tenía duda. Ambos se querían y ambos se tenían hartas ganas. Por si fuera poco y a modo de confirmación, Pancho sintió ese algo presionándose contra su trasero.

El saber que Pancho estaba dispuesto solo excitaba más a Miguel. 

—¿No se puede qué? —preguntó el peruano casi en un susurro, bajando ligeramente hasta encontrarse con el cuello de Pancho. Le propinó un suave mordisco y luego siguió recorriendo la superficie con su lengua—.

—Ngh... —profirió el ecuatoriano por toda respuesta sintiendo el suave olor a licor en su respiración—.

—¿Mmm? —Miguel volvió a posar ambas manos a los lados de la cadera del ecuatoriano para poder sentir las nalgas de éste. Y para que él pudiera sentir el largo de Miguel a su vez—.

—Mngh... —Francisco estaba particularmente locuaz—.

Migue sonrió y alargó la mano hacia el cabello de Pancho. Lo asió con un poco de fuerza y este cerró los ojos. 

—¡Ah! —el ecuatoriano soltó un sorpresivo jadeo—. ¿Qué...? —Empezó el ecuatoriano—.

—Manya... —Comentó el peruano con gracia y Pancho abrió los ojos—. Pensé que te había comido la lengua el gato.

Pancho se puso rojísimo y cerró el pico entrecerrando los ojos. Miguel, sin embargo, seguía sosteniéndolo del cabello. Igual que antes, con una fuerza intermedia. No era terriblemente molesto, pero tampoco permitía a Pancho virar la cabeza para encarar al peruano. Su rostro seguía apuntando hacia el techo mientras el peruano lamía su cuello como se le daba la gana.

—Nada —dijo por fin luego de un largo silencio, reprimiendo otro jadeo—. ¿Estás seguro que está bien...?

Migue depositó a Pancho en la cama con un poco más de fuerza de la necesaria y el ecuatoriano poco más y rebotó hacia el suelo, pero contuvo el movimiento agarrándose de los cobertores. Luego de haber determinado cual era el arriba y cual el abajo, se sentó en la cama para encontrar al peruano de pie junto a ella.

—Ah... ¿Migue? —preguntó dubitativo—.

—Hay algún motivo... —empezó el peruano, dando un traspié— Alguna razón... Por la cual tengas tantas dudas sobre... No sé... —se detuvo para encontrar un término que no fuera extremadamente tosco pero tampoco tan floreado—. ¿Tirar... ME?

Francisco se sonrojó.

Digo, ¿no? —el peruano se pasó los dedos por el cabello, claramente frustrado. Sus párpados estaba algo pesados por el trago, pero menos nublados de lo que habían estado hace rato—. Porque si hay algo que quieres saber, podrías preguntármelo o hablar antes de que yo, como baboso, siga lanzándome en tus brazos —se cruzó de brazos—. Por más que te conozca años, igual da palta, manyas.

Vuelcos en el corazón [EcuPer]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora