Capítulo 5

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Un estrepitoso ruido me despertó a la hora en la que las farolasempezaban a apagarse. Según el reloj digital de la mesita de noche, apenaseran las ocho de la mañana. Mi despertador estaba preparado para levantara un muerto, de ahí la melodía horrible que emitía. Lo apagué de unmanotazo y me levanté con restos de dolor apoderándose de mi cabeza.Abrí la cómoda y saqué una muda de ropa interior limpia, para luegorebuscar en el armario algo decente que ponerme. Solía elegir las prendassegún el humor del día y ese día no tenía ánimo para mucho. Opté porunos pitillos negros a juego con una camiseta en tonos tierra, queconjuntaba con una diadema que tenía. Me encaminé al cuarto de baño ycerré la puerta con pestillo. 

Abrí el grifo de la ducha y mientras esperaba que el agua adquirieseuna temperatura agradable, me desvestí y me contemplé en el espejo.Tenía los rizos cercanos al flequillo pegados a la piel por el sudor. Lassombras bajos mis ojos eran del mismo tono que los vaqueros, así quedespués iba a tener que echarme con esmero un buen anti ojeras. Pero lopeor era el pómulo izquierdo: tenía un buen moratón en la mejilla despuésde haber acabado por los suelos debido al golpe durante el forcejeo. Meestremecí nada más recordarlo, pero intenté bloquear el pensamientointroduciéndome de lleno bajo el chorro de la ducha. Decidí hacer una demis sesiones de estética para evadirme. Básicamente, aparte deenjabonarme el pelo con un champú de frutas del bosque que avivaba elrizo y el cuerpo con un gel de rosa de mosqueta que regeneraba y ayudabacon la piel muerta, me aplicaba una mascarilla suavizante con olor a cocoy un bodymilk utilizable bajo el agua con extracto de menta. Al salir delbaño, completamente vestida y ligeramente maquillada, dejé tras de mí unamacedonia de olores que lo impregnó todo.  

Andrea, semiincorporada en la cama, hacía esfuerzos sobrehumanospor no echar hasta la primera papilla. Cerré los ojos con fuerza para nover las arcadas porque a ese paso íbamos a ser dos y yo ya había tenidobastante por la madrugada. Dudaba que me quedase algo en el estómago. 

—La resaca es terrible, sobre todo en domingo. Será mejor que nossaltemos el desayuno, porque si sigues en modo esponja eres capaz debeberte el agua de los floreros y no creo que a la hermana Visitación lehaga gracia —me burlé para intentar recobrar el ánimo. 

—No veo el chiste, de verdad que no lo veo. Si llego a saber que estose nos iba a ir de las manos a Jota y a mí, no lo hago. Pero ya se sabe«noche de desenfreno, mañanas de Ibuprofeno» —dijo en medio de unbostezo en el que se le escaparon un par de lágrimas. Se secó con lasábana dejándola pringada de resto de máscara de pestañas. 

—No seas cerda, tía, coge un pañuelo. —Le tendí una de mis toallitasy se puso a intentar sacar la mancha, con resultado negativo. Iba anecesitar dosis extras de lejía en la visita a la lavandería del sótano. 

—¿Dónde te metiste ayer? Lo último que recuerdo del cine es quedijiste algo sobre ir al servicio y nunca más estuviste de vuelta. WhatsAppme comunica que te despediste de mí, pero ni eso vi, lo siento. —Sostuvoel móvil bizqueando, intentando leer la pantalla con mucho esfuerzo. Medi cuenta de que lo había puesto a cargar al ver el cable asomarse porencima de la almohada. 

—No te preocupes. Simplemente me surgió algo y al final un chicome acompañó hasta la Plaza del Museo —contesté mirando al techo. Sabíaque ahora vendría el interrogatorio por su parte y era lo que quería evitar.La nota con la amenaza estaba guardada a buen recaudo en el interior demi mochila. 

—¿Un chico?, ¿del género masculino? —Se mostró sorprendidacomo si eso no fuese posible y los hombres estuviesen en peligro deextinción. Los buenos, los de verdad, en todo caso sí que lo estaban, perono para ella que había tenido suerte de encontrar a su media naranjaparticular. Aunque hubiese días que quisiera hacer zumo con él. 

Corto-circuitoWhere stories live. Discover now