Mis pies se detuvieron cerca de un arbusto de la Plaza del Museo.Durante el primer año de carrera, habían sido incontables las veces en lasque los profesores nos llevaron allí a dibujar al aire libre. Sacábamos loscaballetes, lienzos, pinceles y tubos de pintura y le dábamos rienda suelta anuestra creatividad plasmando el monumento a Murillo que presidía laplaza o un árbol centenario con las raíces más gruesas que las frondosasramas. Me senté en uno de los bancos de mármol incapaz de dar un pasomás debido a la ansiedad, que comenzaba a atacar de nuevo, y Lucas sincomprender nada, me imitó.
—No hace falta que sigas acompañándome, esto no tiene pérdida. Encuanto tome esa calle. —Hice un gesto indicando la dirección—. Y gire ala derecha, llegaré a la residencia en la que vivo.
—¿Estás segura? Lo cierto es que no tengo nada mejor que hacerhasta las diez y media que he quedado con mi compañero de piso, no meimporta dejarte en la puerta —comentó, aparentemente distraído.
—No es necesario, de verdad —espeté con desasosiego.
—No me fío mucho. Vas andando de lado a lado ¿Has bebido o algo?—Ladeó la cabeza, estudiándome con una mueca burlona asomando a suslabios.
Le fulminé con la mirada ante su pregunta carente de sentido. ¿Acasotenía pinta de estar en las mismas condiciones que el mendigo?
—Claro que lo he hecho, pero nada de alcohol: una simple CocaColasin cafeína y que yo sepa, no tiene efectos secundarios que hacen quecamine haciendo eses —respondí tratando de quitarle importancia. Pero locierto era que estaba sufriendo un bajón. En medio del ataque, lamedicación no me había hecho nada, pero con la noche cayendo sobrenosotros empezaba a estar algo somnolienta.
—Nena, no hace falta que te alteres, que tampoco es para tanto. Todoel mundo bebe aunque sea en Nochevieja.
—Ya, pero yo no puedo —finalicé la conversación para no tener quedar más explicaciones que estaba segura que no iba a comprender.
Hizo una mueca extraña, pero no le hice caso y extendí la melenasobre mis hombros a modo de abrigo. Había empezado a refrescar ydesde pequeña tenía la costumbre de dejar que el cabello me cubriesecuando la temperatura descendía. Solía llevarlo en un moño improvisadopara evitar mojar los mechones en disolvente, aguarrás o acuarelas. Erangajes del oficio y como tal no me importaba hacer algunos sacrificios.Pero como había olvidado la gomilla, Lucas me había conocido en miversión «arreglada para salir». Sin querer rocé su mejilla con los dedos aldesenredar con brusquedad un mechón enganchado en uno de mispendientes. Cerró los ojos ante el contacto y los volvió a abrir, pero algoen su mirada había cambiado. Sus pupilas se habían dilatado y sin quepudiera evitarlo, acortó el espacio entre nosotros quedando a un palmo dedistancia.
—¿Quieres algo más de mí? Si eso es así, solo tienes que decirlo. —Lucas escrutó mi rostro y se detuvo un segundo más de la cuenta en mislabios. Al tenerle tan cerca pude percibir que alguna pecas le salpicaban lacara dándole un aire travieso.
—Ni de coña —susurré muy despacio, haciéndole la cobra. Einstantáneamente me puse en pie para alejarme un poco de él—. ¿Desdecuándo golpear a alguien sin querer es un intento de ligar?
—Te sorprenderían los métodos de algunas de mis ex novias —replicó guiñando un ojo.
Me gustaba y repelía su picardía a partes iguales, por mucho queintentase negarlo, pero no estaba preparada para complicarme la vida nicon una de las citas a ciegas organizadas por la loca de mi mejor amiga nicon el chico que me acababa de salvar el trasero.
—Se hace tarde —me limité a decir, cambiando de tema. Era mejordespedirnos ahí a prolongar más la situación, al fin y al cabo nuestroscaminos no volverían a cruzarse en una ciudad tan grande.
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Corto-circuito
Genç KurguAinara, una estudiante de segundo de Preciosas Artes, es atacada por un ignoto al salir del cine una noche de finales de verano. Desde ese instante, su vida se transforma en un infierno: alguien desea matarla y ignora el motivo. En la mitad del ca...