Capítulo 2

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El cine al que nos dirigíamos estaba situado a pocos metros delsemáforo, dentro del centro comercial. Era un edificio de piedra rojizacon la zona superior abombada que anteriormente había albergado unaestación de trenes. Se dividía en tres plantas: en la baja había un Mercadona y una tienda de golosinas y un pasillo conectaba con elaparcamiento. El primer piso albergaba la mayor parte de zonas de ocio:tiendas de ropa y calzado, restaurantes de comida rápida, tiendas demóviles y la taquilla de venta de entradas. En el segundo piso estaban lassalas de cine y un conocido bar de comida americana. Todo conectado porvarias escaleras y un ascensor de cristal que cuando se movía, me daba unvértigo horrible. Nunca sabía si era por el ruido metálico que provocabanlos engranajes o porque las vistas se desdibujaban por unos instantes alcambiar de planta. 

Atravesamos el centro comercial ojeando escaparates y mirando portodas partes por si veíamos a Jota aparecer, pero no había ni rastro. Elhumor de Andrea empeoraba por momentos aunque intentaba disimulardelante de mí. Miré mi reloj de pulsera exasperada al darme cuenta de queteníamos motivos para estar más que enfadadas, la película iba a empezarsin que estuviésemos acomodados en nuestros asientos. 

Llegamos a la altura del ascensor y justo al lado, un par de sillonesde masaje de piel negra estaban colocados estratégicamente para atraer ala clientela. Conmigo lo conseguían porque siempre que pisaba aquellazona recreativa, me sentaba en uno y disfrutaba de un placenterocosquilleo en las cervicales. 

—Le voy a escribir un WhatsApp, a ver dónde está —se quejóAndrea, caminado de mala uva de un lado para otro, tocando la pantalla desu móvil con desesperación. La batería se le iba y ni rastro de su novio.  

Había acertado al decir que no iba aparecer a tiempo, era unimpuntual sin remedio, un alma libre que nunca miraba la hora y apenasrecordaba el día en que estaba. En el tiempo que le conocía aún no eracapaz de entender cómo se las apañaba para que no le hubiesen echado deltrabajo. Jota ocupaba un puesto como jardinero en Isla Mágica, el parquede atracciones que se había inaugurado en Sevilla en 1997 aprovechandolos terrenos de la Exposición Universal de 1992 y que llevaba quince añosen funcionamiento. 

—Si quieres mira arriba, por si nos está esperando allí. Yo me quedoun poco más, que esto es muy relajante. —Cerré los ojos y me acomodé.Acababa de poner el sillón en funcionamiento echándole una moneda decincuenta céntimos y estaba en algo parecido a la gloria bendita. Si coneso conseguía volver a la normalidad, ahorraría para comprar uno yponerlo en mi habitación. 

—Paso, le voy a llamar directamente antes de que esto se apague porcompleto. —Se alejó en dirección a unas puertas acristaladas para tenermás privacidad. 

Eso no evitó que escuchase parte de la conversación. En el momentoen el que llamó a Jota por su verdadero nombre, supe que la cosa se estabacomplicando. Realmente Jota se llamaba Joaquín Romero, pero le gustabatan poco que se presentaba ante los demás con su inicial. Mientras Andreaseguía debatiendo, mi teléfono volvió a vibrar y me acordé de lanotificación que había recibido un rato antes. No sabía si se trataba de unemail, un SMS o de si me habían hablado por alguna red social porquehabía adoptado la costumbre de tener el móvil lo más silencioso posiblepara que no sonase a todo trapo en clase. Me había pasado una vez y de lamisma vergüenza que había pasado, solo lo dejaba con sonido cuandoestaba en mi habitación. 

Desbloqueé la pantalla deslizando un dedo y me encontré un privadode Facebook de Matthew, mi mejor amigo y compañero de clase. Le había conocido en la presentación del curso anterior y al momento habíamosconseguido conectar. Ahora estaba en York, su ciudad de origen, pasandoel verano con su gente. Contesté al mensaje que me había escrito, en el queme preguntaba por mis planes para los últimos días de agosto y despuésde intercambiar un par de frases más y de asegurarme que él se encontrababien, me despedí para disfrutar con calma los últimos minutos de masaje. 

Corto-circuitoWhere stories live. Discover now