Capítulo 6

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El comedor de la residencia era una estancia llena de luz, conmultitud de flores y alegres adornos en los manteles. Las mesas estabancolocadas en forma de «u» de modo que todas las chicas nos veíamos lascaras mientras comíamos, fomentando la convivencia y la charla. Siemprehabía escuchado decir que en todos los rebaños una de las ovejas eranegra y en la residencia se encontraba la mía particular: Cecilia Hermida.Choqué con ella nada más poner un pie en la estancia. 

—Ten cuidado por dónde pisas. —Se sacudió la melena rubia platinomientras hablaba. 

Me parecía increíble que tuviésemos la misma edad y cursásemos lamisma carrera, porque el único interés real de Cecilia era la moda y losbolsos de Gucci. Eso, y copiar todo lo que yo hacía, por mucho quequisiera negarlo. No entendía el motivo de su fijación conmigo, pero cadavez que coincidíamos saltaban chispas. 

—Y tú ten cuidado de a quién intentas pisar —contesté para dejarleclaro que conmigo no lo iba a conseguir. 

Puso su mejor mueca de asco antes de repasarme de arriba abajo.Cuando reparó en el cardenal que me cubría buena parte de la mejilla,sonrió de forma petulante. 

—Bonito moratón, Ainara. ¿Te pega tu novio? Si es así deberíasdisimularlo mejor, o denunciarlo. Ah no, que no tienes porque te engañócon otra —se burló, alisándose la tela de la minifalda que por supuesto, notenía ninguna arruga. Todo lo que llevaba encima era caro y estabaperfectamente planchado. 

Sin saberlo, Cecilia había tirado una flecha alcanzando dos dianasdistintas: sacando a relucir el morado, que ya era bastante visible, yburlándose por lo que había hecho mi ex, que era de conocimientopúblico. Por lo visto, era la cornuda oficial de aquel sitio porque más deuna vez había pillado risitas y comentarios entre mis compañeras acercadel mismo tema. 

—Andrea, ¿sabes si la Navidad se ha adelantado? —ignoré porcompleto a Cecilia al dirigirme a mi amiga. 

Esta me miró extrañada, como si la que se hubiese bebido loschupitos la otra noche hubiese sido yo y no ella. Dudó un poco antes deresponder: 

—Estamos a finales de Agosto, Ainara. 

Andrea continuaba evaluándome como si estuviese loca y lo únicoque me faltase fuera una camisa de fuerza y la dirección del manicomio.Quizá no estaba desencaminada. 

—¿Estás segura? Entonces deben de haber adelantado los anunciospara los Reyes porque ahora los Pin y Pon hablan —contraataquéhaciendo alusión al escaso metro cincuenta que medía Cecilia. 

Andrea no me esperaba y empezó a carcajearse sujetándose elestómago con las manos. Intenté contenerme, pero cuando empezaba areírse de ese modo resultaba contagiosa. Cuando nos repusimos pasamosal lado de Cecilia como si no hubiese nadie. Por el rabillo del ojo vi queestaba muy avergonzada, su cara roja la delataba. No me sentí mal, puestoque era otro de los enfrentamientos diarios que se sucedían desde queambas habíamos pisado la universidad y ella, a pesar de que solíaperderlos, no paraba de buscar pelea. Y en esos momentos en los que laansiedad me dejaba tranquila, a agudeza mental no me ganaba nadie. 

—Buenos días, hermana Visitación —dije cortésmente al llegar a sualtura. Era un mujer alta y espigada, con cejas pelirrojas y grandes ojosclaros que se ocupaba de la cocina de la residencia. Estaba entretenidadesenredando una madeja de lana. 

—Hola, Madre Dolores. —Andrea me imitó y se detuvo a mi lado,mirando fijamente la cara surcada de arrugas de la monja que dirigíaaquello y se encargaba de tenernos bajo control. Aunque a veces, aquellono era nada fácil. 

—Señoritas Ainara Moreno y Andrea Cisneros, me alegra verlas poraquí. ¿Se están integrando bien? —preguntó meciéndose suavemente en labutaca en la que estaba sentada haciendo labores de punto.—Sí, muchísimas gracias por preguntar. La verdad es que estaresidencia es un lugar muy acogedor y bastante cercano a nuestrasfacultades, así que estamos encantadas. Nos vamos a desayunar —respondí.   

Corto-circuitoWhere stories live. Discover now