Capítulo 14

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O M N I S C I E N T E

Habían transcurrido varias semanas y el chico había empeorado estos días. El no saber acerca del paradero de la que había considerado su protegida y enamorada, lo hacía enloquecer, ¿dónde mierda estaba?

Horas pasaba buscándola, pero la misma respuesta resonaba en su cabeza: nada. Era como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra.

— ¡Joder! —gritó desesperado—. ¿¡Dónde diablo estás!?

La presión que sentía en su pecho no se podía igualar con nada. Tenía miedo de perderla; ella era la única en la que podía confiar, las fotografías pegadas alrededor de aquella pantalla lo hacía sentir mejor en su vacío ser; podía hablar con ella cuando quería, a la hora que deseaba y, hasta en algunas ocasiones, fantaseaba con ella.

Y el no saber en dónde estaba, aumentaba su enfermiza obsesión.

—Mierda —susurró el confidente del chico—, ¿te has pegado un baño? De verdad lo necesitas. —El hombre delante de la pantalla bufó—. ¿Qué estás buscando? —volvió a intentar—. ¿La estás buscando a ella?

— ¿Te puedes ir a la mierda de una vez? Gracias —miró de refilón al pelinegro que estaba recargado en la puerta de la habitación con los brazos cruzados, notoriamente disgustado.

— ¿En serio sigues buscándola? —Su tono le llamó la atención—. Por Dios, estás muy mal.

Y siguió ignorándolo; una marca de color azul iluminaba la gran habitación, para después transformarse en una verde. Una respuesta, una ubicación, unas coordenadas... una razón.

—Bingo —murmuró—. No importa dónde te escondas, siempre conseguiré encontrarte, porque aunque a veces no me veas... estoy en todas partes —susurró con una escalofriante sonrisa en su rostro, estremeciendo hasta el más peligroso demonio.

 estoy en todas partes —susurró con una escalofriante sonrisa en su rostro, estremeciendo hasta el más peligroso demonio

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P A O L A

El martes había transcurrido más rápido de lo que quería y el miércoles llegaba entusiasmado; ya había recibido el mensaje de Armando de la hora de encuentro y yo no podía estar más entusiasmada. El chico me resultaba agradable, el mejor amigo que nunca pude tener bien, ya que lo poco que habíamos estado tratándonos durante mi estadía en el hospital había demostrado que podía confiar en él plenamente. Y yo también había demostrado eso.

— Paola, cariño, ¿ya estas lista? —cuestiona mi madre entrando a la habitación. Me mira de pies a cabeza. Ella ya estaba enterada.

— Sí, ya estoy lista —respondo acomodando mi cabello a ambos lados de mi cabeza. Mi madre me ayuda y rociando perfume en partes estratégicos, se aleja.

— De acuerdo, ¿a qué hora es el encuentro? —pregunta. La miro, parece estar preocupada. Me acerco a ella, abrazándola.

— Mamá, sabes que Armando no me hará nada, lo sabes ¿cierto? —asiente sonriendo, pero no me termina de convencer.

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