Capítulo 23

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 R U B É N

Me sentía muy bien y ligero como hace tiempo no me había sentido. Tenía la clara idea de quienes me habían favorecido y ayudado, como también el qué; la finalización de mi relación con Marina y el respaldo de Paola habían sido demasiado para mi salvación. Y lo agradecía enormemente.

Aún recordaba mi conversación con Marina... ¡Dios!

« Marina... —La nombré solo al verla cruzar el umbral de mi puerta, adentrándose al departamento.

Su cuerpo se notaba más bronceado y, aunque quizás haya querido ocultarlo con maquillaje, se le notaban varias imperfecciones en su cuello.

¿Qué pasó, cariño? —preguntó, dejando la bolsa en el sillón y regresando a donde estaba. Quiso abrazarme por el cuello, pero la aparté—. ¿Ocurre algo?

Sí, lo que querí... —me interrumpió.

¿Qué te parece si primero... —comenzó a besarme la mandíbula, ronroneando—, primero inauguramos mi llegada en la cama? ¿Sí? —preguntó, pero de nuevo me alejé, negando con la cabeza—. ¿Me estás rechazando, Doblas? —espetó frustrada.

Quiero hablar contigo. Es urgente.

— ¿Qué puede ser más urgente que estar recostados en la cama? —Volvió a sonreír pícara, pero lo último que me despertaba ella aún viendo su manera de vestir, era el apetito sexual. Ya ni siquiera me veía de nuevo teniendo sexo con ella, solo a...

Marina, quiero que nuestra relación termine. —Guardó silencio y se apartó varios pasos; parecía procesar la información y frunció el entrecejo, sorprendida—. Eres muy linda, una hermosa persona y, sé que cualquier hombre quisiera estar contigo porque lo mereces de verdad... Pero yo ya no puedo estar más así.

No —negó—, no, tú... tú puedes hacerme esto —susurró con la voz entrecortada. Cerré los ojos porque no quería que se sintiera mal, pero ¿qué podía hacer?

Lo siento, de verdad, pero no mereces estar... —suspiré, bajando la mirada—. Es mejor dejar esto aquí.

Hay otra, ¿verdad? —espetó, no quise mirarla a los ojos porque mi corazón martilleó rápido. Paola no era ninguna otra, ella era la que hacía saltar mis emociones, pero no era la otra. Nunca, jamás tendría ese apelativo horrible.

Negué con la cabeza, alzando la mirada y observando cómo en sus ojos se iban haciendo más lágrimas.

No, Marina, no hay ninguna otra.

¡Mentira! ¡Dime de quién se trata! —espetó fuera de sí, golpeándome el pecho. Tomé sus muñecas sin ejercer presión, solo para detenerla—. ¡Eres un idiota! ¡Te odio! ¡Qué bueno que ya no estaré con un hombre como tú! —Sus palabras dolieron, la miré sin expresión porque sabía que cuando estaba furiosa, soltaba palabras sin siquiera meditarlas: no las medía—. ¡Qué bueno que terminamos esta farsa! —rio con fuerza y se alejó, tomando su bolsa con rapidez del sillón—. Pero óyeme muy bien, Rubén: tú ni esa puta con la que and...

¡No te atrevas a decirle así! —espeté frustrado—. ¡No te atrevas!

¡¿Entonces sí hay otra?! —Se limpió con furia las lágrimas y me sonrió de forma cínica—. Pues nunca serás feliz con ella, ¿entiendes? De eso me encargaré yo. Ya lo verás.

Y se fue, cerrando la puerta de golpe.»

Después de haber tenido esa conversación, y a pesar de que lastimar a una mujer no me hacía sentir bien, me sentía más tranquilo. Hablé con Paola en la tarde notificándole todo y, aunque se mostró triste por ella, me apoyó de la mejor manera.

VIGILADA |RDG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora