Capítulo 32

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Una vez haber intercambiado algunas palabras más con el vecino —que por cierto era nuevo, el que había escuchado discutiendo la vez pasada por teléfono—, me metí a mi departamento: estaba muy silencioso y olía a encerrado, por lo que abrí las ventanas para que el aire penetrara. Sonreí. El Sol estaba en lo más alto del cielo.

Me di una ducha rápida y cuando estaba cepillando mi cabello escuchando una suave melodía de fondo, la puerta de la entrada sonó y mi hermano se escuchó. Rodé los ojos.

—...y luego la maestra nos dijo que hiciéramos una maqueta, es para el viernes y me da tanta pereza hacerla —se quejó el chiquillo dejándose caer en el sofá con dramatismo una vez llegué a las escaleras y pude verlo.

Mi padre negó, dejó caer la mochila al lado de la puerta y rio levemente al tanto que se quitaba su abrigo. Afuera estaba frío.

—Pero tienes que hacerla de todos modos, hijo. Aún y cuando no quieras.

—¿Qué te encargaron, Alex? —dije yo desde arriba. Los dos voltearon a verme y mi padre miró a mi hermano.

—La maestra de biología me encargó una maqueta de la célula vegetal, es súper aburrido.

Caminó hacia la cocina junto con mi padre mientras yo bajaba las escaleras para encontrármelos. Fed sacó unas cosas apresuradamente del refrigerador y, por consiguiente, el jugo en botella se le cayó.

—Oh, puta madre... —susurró.

—Tranquilo, ¿tienes prisa? —pregunté acercándome, él asintió—. Yo le haré de comer, tú ve, no te preocupes.

Fed me observó fijamente serio, pero al final asintió y nos besó la cabeza. Alex estaba sentado en la isla, a punto de hacerse un cereal.

—De acuerdo, tomaré tu palabra porque de verdad se me está haciendo tarde —caminó hacia la salida y volvió a tomar su abrigo—. El viernes tenemos una cena con los padres de tu compañero, Paola, el que se llama Guillermo —iba a protestar, pero me interrumpió—, ¡nada de que no quieres ir porque de todos modos vas a ir! ¿De acuerdo?

Me señaló serio, entonces se fue sin darme tiempo a nada.
Alex rio.

—Hablando de Guillermo, preguntó la otra vez por ti, dijo que no te había visto en clase.

Le quité las cosas del cereal antes de que se sirviera en el plato, me miró molesto.

—No vas a comer esto hasta que comas algo de verdad.

—Paola, lo dices como si eso estuviera hecho de plástico —rodó los ojos, suspirando pesadamente.

—No, me refiero a comida casera. —Guardé todo y saqué las cosas que necesitaría del refrigerador y otras tantas de la alacena—. Con respecto a Guillermo, no me interesa en absoluto.

—¿Qué es lo que te ha hecho él para que lo odies?

—No lo odio. —Él rio, lo escuché, pero no lo miré pues empecé a hacer la comida.

—Claro que lo haces, en casa... o bueno, en México no evitabas a nadie. A Guillermo sí lo haces —suspiré rodando los ojos—. Es muy bueno conmigo.

—¿En serio? Porque en la escuela se mete mucho en problemas, así que ten cuidado. —Finalicé encendiendo la estufa.

Mi hermano no mencionó más el tema después de eso. Si bien Guillermo no había vuelto a hablarme —cosa que me extrañaba—, también ahora nos evitaba a toda costa. No lo veíamos con regularidad en nuestros caminos y, cuando lo hacíamos, nos evitaba. Ya no nos molestaba. Ya ni siquiera nos miraba y eso no solo yo lo notaba, sino también Juanjo, Samuel, Ainhara... y Emiliano.
Ni siquiera molestaba a Carlos por su albinismo. Nada. Como si no existiéramos.
Fijé mi vista en Alex.

VIGILADA |RDG|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora