3. Elena Kortés

43 2 0
                                    

- ¿Estás segura de esto?

- Completamente. Si no voy yo sola, sospecharán. Además, nadie os obligó a venir conmigo.

Me atuso mi nueva melena larga y extremadamente lisa con los dedos. Eso y envejecer mi cuerpo un par de años han bastado para que me convierta en mi endo. Pero sólo por fuera. Espero, por el bien del plan, que no me dé tiempo a sacar a relucir mi verdadera personalidad.

- Um... ¿Ya no recuerdas a la versión histérica de Rick que nos amenazaba con matarnos, literalmente, si no estábamos allí para cubrirte las espaldas en caso de problemas?

Miro hacia atrás con disimulo. La calzada parece vacía, pero Nico y Will avanzan a un sigiloso y buen ritmo, completamente ocultos por la Niebla.

- Espero que, en caso de problemas, tengáis el suficiente sentido común para volver al Empire. No hacéis sino entorpecerme... Sin ánimo de ofender.

- Eres o muy valiente o muy, muy necia. No te atrevas a pensar que vamos a dejarte sola con ellos.

- Si habéis acabado de discutir las cuestiones de abandono, los de Hermes aseguran haber visto a Prometeo entrar ahí.

Nos detenemos frente al Whyndham New Yorker, un lujoso hotel en mitad de la 8° avenida, ahora completamente desierto. Tras unos instantes de vacilación, empujo la puerta giratoria de cristal y entramos.

El espacioso vestíbulo nos recibe con una nube de recalcos dorados. La moqueta de color vino cruje ligeramente bajo nuestros pies, el mostrador de oscura madera de caoba está desierto y los mullidos sillones distribuidos por los bordes de la estancia acumulan polvo. La lámpara de araña pende sobre nuestras cabezas, con todas sus luces encendidas. Parece lo único vivo de todo el lugar. Frunzo los labios en una mueca pensativa.

- ¿Es posible que...?

No me da tiempo a terminar la frase, porque Will sitúa las manos sobre mis hombros y me obliga a agacharme. Las siete cintas de Hathor pasan silbando a un palmo por encima de nosotros. Ambos chicos sueltan un suspiro de alivio.

- Se activa el plan B - indico en voz baja y temblorosa - Volved al Empire.

- Elena, por favor...

- Volved. Al. Empire. - repito - Yo me encargo de esto.

Oigo sus zapatillas deslizarse sobre el suelo hasta la salida de emergencia. Abren la sencilla puerta de madera y una corriente de aire frío penetra en el Whyndham, agarrándose a mis huesos. Las luces se apagan y una sonora carcajada retumba por el vestíbulo. Todo mi cuerpo se tensa de forma instintiva.

- Vaya, vaya, vaya.

- Tan caritativa como siempre, Kane.

Alzo una ceja.

- ¿Creéis poder impresionarme con un hotel a oscuras y unos cuantos susurros con voz "siniestra"? Podéis hacerlo mejor.

La lámpara de araña recupera un tenue resplandor. En la penumbra, distingo los monstruos de mis peores pesadillas acechando en los rincones. Trago saliva. Serapis, Setne y Quíone, con una sonrisa burlona, aguardan a dos metros de mí.

- Os dije que vendría - el fantasma avanza un paso.

- No lo hiciste - contesta el dios,  imitándolo.

- De acuerdo, iba a deciros que vendría.

- Pero no lo hiciste.

-  Obviando estos temas tan triviales... - zanja Quíone, apareciendo de repente a dos centímetros de mi cara. Caigo de espaldas - Llevas un disfraz patético, creadora.

Agarra mi muñeca, clavándome las uñas en la carne y tira. Los dedos se manchan con mi propia sangre. La melena castaña empieza a menguar y a rizarse, el contorno de mi cara se redondea con los últimos vestigios de la niñez, la piel empieza perder el tono bronce y se vuelve pálida, los ojos se almendran.

La ilusión se derrumba, se muestra mi verdadero yo. Vuelvo a ser Elena Kortés. Tal y como dicta el plan B. Del plan B. No me siento especialmente cómoda al haberles mentido, pero necesito estar dentro para tener posibilidades.

Frunzo los labios, fingiendo disgusto y ocultando el temblor que se ha adueñado de todo mi cuerpo.

- ¿Es en serio? - musita Setne - ¿La han mandado a ella ?

- No seas ridículo, Hamuset. No tengo ni idea de qué quieren, pero no pueden ser tan...

- En primer lugar, no me ha mandado nadie. Estoy aquí por voluntad propia - puntualizo, levantando el dedo índice antes de hacer lo mismo con el corazón - Y en segundo lugar, quiero hacer un intercambio. Uno que os interesará sobremanera - sonrío, sin ganas.

- ¿Y qué es eso tan importante que podría merecer nuestra atención, niña ? - Serapis se cruza de brazos - ¿Y cuál sería el precio a pagar?

- Ah, pues no sé. Podrían ser, por ejemplo, los seis mestizos a los que tenéis cautivos desde que empezó todo esto.

- ¿Los griegos? - inquiere Setne con aire aburrido.

- Y los romanos. Estoy dispuesta a ocupar su lugar... Si dejáis que se marchen, y que vuelvan al Empire sanos y salvos.

Silencio.

- A mí me parece bien - cede Serapis - ¿Hamuset?

-A mí también. Y me llamo Setne.

- Trato, entonces - remato, esbozando una pequeña sonrisa triunfal.

Mis ojos son lo único que ocultan la gran cantidad de miedo que me recorre las venas, y por eso no los despego de los de la diosa. Ella aparta la mirada un instante y se encoge de hombros.

- Yo tengo una idea mejor... - respiro hondo. Allá va, sólo tengo que aguantar un poco más, conozco la reacción que esperan al milímetro - Tú te quedas. Y ellos también. Nosotros salimos ganando. Y vosotros no.

- A mí me parece bien - repite el dios.

- A mí también - corea el fantasma.

Todas las criaturas del vestíbulo estallan en carcajadas.

Y aquí está mi ansiado detonante. Dejo que mi cara se tuerza en una mueca de desesperación. Niego con la cabeza débilmente, y retrocedo un par de pasos antes de mirar hacia atrás. La puerta de entrada ha desaparecido. Esto sólo acaba de empezar.

- No... - susurro - Esto no es lo que...

- ¿Lo he jurado por Ra acaso? - pregunta Serapis, con calma. El círculo a mi alrededor se estrecha. Malditos, seguro que han intuido que soy claustrofóbica, e incluso nictofóbica. Empiezo a sudar - ¿O por el río Estigio?

Abro la boca, dispuesta a contestar, pero Quíone se me adelanta.

- No, yo creo que no - se da la vuelta - ¿Alguien ha oído el juramento?

Todos los del círculo niegan, claro. Cierro los puños. Las puntas de mis dedos están frías.

- P-Pero...

Setne se deleita con mi cara de terror.

- No hay peros que valgan. Llevadla al ático.

Garras, aletas y otras extremidades varias me empujan hacia los ascensores. Mi mente ya está trabajando en la ruta de huida. Que empiece la fiesta...

CRÓNICAS DE UNA SEMIDIOSA #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora