Capítulo 4

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Samantha Landers

—¡Buenas noches, nana! —escuché la voz de Cami en el recibidor, sonreí—. ¡Está igual de hermosa que siempre!

—¡Oh!, gracias, querida —respondió la nana—. Samy está en su habitación.

—Gracias, nana querida.

Esta chica, definitivamente, era imposible, el extremo de la ternura y elocuencia. Dejé de lado el ordenador, seguro que ya se había encaminado hacia mi cuarto. Saqué los ensayos que debíamos entregar en dos días y los coloqué sobre la mesa. Ella llamó a la puerta con dos ligeros toques y abrió.

—¡Samy, querida! —Se abalanzó sobre mí y besó mi mejilla.

—Llega tarde, miss Simpatía —sonreí.

—¡Oh! Perdóneme la vida —rio—, querida, ¿eh? —La perrita salió a recibirla y ella la miró confusa—. ¿Qué clase de monería perdida es esta?

—Aún no sé qué nombre ponerle —respondí encogiéndome de hombros—, me la voy a quedar.

—¡Genial! —Esbozó una sonrisa, pero no la tocó—. Esa sarna...

—Descuida, esa no se contagia.

—¡Oh, súper! —La cogió, se sentó sobre la cama y la puso en su regazo—. Pues hay que buscarte un nombre, chiquita. ¿Qué te parece, cuchiturita?

—¿Bromeas? —reí—. Se volverá pendeja la perra.

—Pero ¡qué mala eres! Ella es tierna, así que merece un tierno nombre.

—Claro, claro. Por cierto, me tomé la molestia de hacer los ensayos de ambas.

—¡Ah, no!, eso sí que no, Samantha Landers. —Colocó a la cachorra en el piso y se acercó a mí hecha una fiera coqueta, señalándome con su dedo, amenazándome con espicharme un ojo. La miré divertida.

—¡Ah, sí!, eso sí que sí, Camila Di Salvo. Igual ya están listos, Cami, no fue la gran cosa.

—¡Odio que hagas mis deberes, niña!

—Pues te lo aguantas —sonreí encogiéndome de hombros—. Luego haces tú mi tarea de inglés.

Soltó un bufido, puso los ojos en blanco y me eché a reír. Ella era realmente mala en inglés. Me dio un abrazo y se sentó en mis piernas.

—Ahora dime, pequeña traidora —dijo suave como un ronroneo—, ¿qué te traes con el chico nuevo?

—Una amistad —sonreí—. Deja los celos, Cami, nadie va a reemplazarte.

—Más te vale —sonrió.

—¿O si no?

—O si no... pues, esto, yo... No sé, te haré cosquillas hasta que te hagas en las pantis. —Se arrojó encima de mí y comenzó su ataque de cosquillas.

—¡No! ¡Cami, suelta! —No podía parar de reír, ya me dolía el estómago y se me salían las lágrimas. El sonido de un vidrio estrellarse contra el piso fue mi salvación.

—¡Ups! —musitó mirando a la perrita.

La quité de mi regazo y me dirigí hacia la cachorra. Había tirado mi frasco de Nutella y lo estaba olfateando. Entré en pánico y corrí para quitarla; no quería que se comiera nada. Eso era prácticamente un veneno para ellos. Cami fue a buscar un paño para limpiar el desastre mientras yo revisaba a la pequeña. Sería el colmo si se llegase a cortar. Estaba bien, no le había pasado nada.

—Nutella —musité ensimismada.

—Sí, eso fue lo que te rompió —contestó Cami enarcando una ceja.

Matiz - Un amor marginadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora