PROLOGO

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Es la noche del 31 de Octubre de 1981  en la casa número 4, un gato atigrado está  sentado en la pared del jardín desde la mañana, estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en  la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.

Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron. En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore, fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato.La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

—Estaba esperandolo profesor Dumbledore—dijo la profesora McGonagall con voz neutra— como sabra se han esparcido unos ridículos rumores sobre los Potter y su hijo Harry.

El director la miro a los ojos  no le gusto el tono que uso, ni lo que insinuaba pero no intento nada no era tan estúpido el sabia perfectamente que  Minerva tenia unos buenos escudos y que si intentaba ver en su mente esta se daría cuenta y empezaría a sospechar. Así que se puso su mascara de abuelito bonachon afligido, como si le doliera  en el alma lo que iba decir a continuación — Me temo que los rumores son ciertos mi querida Minerva.

La profesora McGonagall había oído los rumores, pero a diferencia del resto ella no creía que un bebé de 1 año había acabado con El-que-no-debe-ser-nombrado, tenia sus sospechas de quien había sido el verdadero asesino de los Potter pero no tenia pruebas así que no podía hacer nada.

— Oh no pobre Harry—suspiro—¿ pero que pasará con él?,— tenia un mal presentimiento sobre esto, esperaba que el director fuera sensato y no dijera lo que creía que iba a a decir.

— Ira a vivir con sus tíos, es lo mejor para el y es la única familia que le queda.

En ese momento explotó, eso no podía pasar—¡NO! ¡el no puede vivir con esos muggles! los he estado observando son lo peor de lo peor, el niño-que-vivio no puede vivir con ellos. Hay muchas familias que estarían dispuestos a adoptarlo ¡el es famoso por favor!— le grito, en ese momento no le importaba si todo el vecindario se despertaba, esos muggles no estaban adaptados para cuidar al salvador del mundo mágico.

—Querida por favor tranquilízate, se que hay muchas familias que querrán adoptarlo pero como tu mismo dices, el es famoso, famoso por algo que no recuerda. No, lo mejor sera que viva alejado de todo eso hasta que llegue el momento — le dijo serio, no creía que se pondría así, sabia que tal vez no le agradara pero no esperaba esa reacción—además si se queda aquí se que estará a salvo, al fin y al cabo la magia antigua que uso su madre para protegerlo solo servirá si vive con sus parientes. No te preocupes les dejare una carta.

—Bueno y ¿dónde esta Harry?

—Hagrid lo traerá — la profesora abrió los ojos como platos, no tenia nada contra Hagrid al contrario incluso le caía bien,pero había que admitir que era un poco descuidado. Antes de que pudiera reclamarle un ruido sordo corto el silencio, se fue haciendo cada vez más fuerte, mientras  que ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz.

Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos. La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenían un bulto envuelto en mantas.

—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?

—Me la han prestado profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.

—¿No ha habido problemas por allí?

—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.

Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.

—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.

Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley

—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.

Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!

—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo— Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...

—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos — susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos.

Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente.

—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.

—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius.  Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.

Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.

—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.

Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

—Buena suerte, Harry —murmuró—  La vas a necesitar—dijo con una sonrisa divertida y con los ojos centellando de felicidad por el futuro que le esperaría al niño. Dio media vuelta y entre risas, con un movimiento de su capa, desapareció.

Magia PuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora