CAPITULO 9

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Ya casi habían pasado dos meses desde que iniciaron las clases.

—Allí, mira.

— ¿Dónde?

Al lado de Malfoy.

— ¿El de ojos verdes?

— ¿Has visto su cara?

— ¿Has visto su cicatriz?

Los murmullos siguieron a Harry desde el momento en que, al día siguiente, salió del dormitorio. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarlo, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Pero solo bastaba una mirada suya o de su corte para que retrocedieran asustados y miraran hacia otro lado callados.

En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas.

También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían andar.

Las clases resultaron ser más fáciles de lo que pensó. Había varias asignaturas que llamaron su atención pero resultaron patéticas lo cual frustraba a Harry demasiado.

Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada miércoles a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Por mucho que a Harry le costará admitirlo los muggles sabían mucho más.

Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas. Era una materia útil pero muy sencilla en opinión de Harry y su corte.

Pero la asignatura más aburrida era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. Harry había pensado que esa sería una de las materias más interesantes puesto que al ser un fantasma sabría la información se primera mano, se llevó una terrible decepción, por lo que decidió estudiar de la sección de historia de la biblioteca y aprovechar esa clase leyendo Aritmancia. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.

El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio. Al comenzar la primera clase, sacó la lista y, cuando llegó al nombre de Harry, dio un chillido de excitación y desapareció de la vista. Harry solo pudo rodar los ojos interiormente, ¿es que acaso todos los profesores eran así? Definitivamente esperaba que no.

La profesora McGonagall era siempre diferente. Harry había tenido razón al pensar que no era una profesora con quien se pudiera tener problemas. Estricta e inteligente, les habló en el primer momento en que se sentaron, el día de su primera clase.

—Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderéis en Hogwarts —dijo—. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya estáis prevenidos.

Magia PuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora