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Ya es jueves y ya había terminado la clase de Francés. Esperé a que todo el mundo se fuese para poder hablar con Alain sobre lo sucedido ayer. No quería acabar mal con él.

—Alain —dije, acercándome a él, colocando mi mochila correctamente.

—Dime —se giró.

—Sobre lo de ayer...—no sabía como decírselo. Iba a empezar a hablar, cuando él me interrumpió.

—Creo que me equivoqué, Kylie, al pensar que no hacíamos lo correcto.

—¿Entonces? —pregunté— ¿A qué te refieres? —una chispa de esperanza llenó mi voz.

Dio un paso hacia mi.

—Digo que...—continuó, dando otro paso— podríamos intentarlo.

Me salió una sonrisa de niña pequeña que me salía cuando estaba feliz. Me devolvió la sonrisa y noté como se acercaba a mi cada vez más. Noté mi cuerpo tensarse poco a poco.

Cuando estábamos a medio metro de distancia, colocó sus manos rodeando mi cintura. Me pegó a él, quedándonos a tan solo unos centímetros el uno del otro.
Le sonreí y finalmente pegó sus labios a los míos.

Fue un beso lento y apasionado, totalmente distinto al primero. Pero me gustó mucho más que el anterior.

Tras unos segundos, se separó de mi lentamente pero sin soltarme. Me miró fijamente a los ojos y me dedicó una de sus perfectas sonrisas.

—¿Qué haces esta tarde? —murmuró.

—Nada, podemos quedar si quieres —le sonreí.

—Claro, yo sé a donde ir —me dedicó una sonrisa más y me fui.

Rezaba porque nadie nos hubiera visto, esta vez no quería que nada nos saliera mal.

Me encontraba en mi habitación buscando algo para poder vestirme bien para la cita con Alain. Desordeno todo el armario y al final me decidí por un pantalón negro con una blusa blanca, un abrigo largo de piel y de zapatos elegí unos botines con un poco de tacón.

Me maquillé un poco, casi no se me notaba. Me peiné, busqué mi bolso y llaves y me fui.

Él me estaba esperando fuera, apoyado en su coche. Era un Mercedes negro, ni muy grande ni muy pequeño.

Cuando lo miré tenía los ojos como platos. Me miró de arriba a abajo. Noté como me ponía colorada.

Vino hacia mí con una sonrisa en la cara.

—Estás muy, pero muy...—empezó, pero dejó la frase a medias.

—¿Muy? —pregunté sonrojada.

—Guapa —finalizó, con ese piropo que llenó mi estómago se mariposas— vamos, entra —señaló la puerta del coche y me la abrió caballerosamente.

Cuando entré, cerró y él se sentó en el asiento del conductor.

—Voy a llevarte a un lugar donde siempre voy para relajarme.

Después de diez minutos llegamos. Estábamos justo al lado del bar de mi padre.

Alain salió y yo repetí lo mismo. Cuando salí, él estaba justo en frente de mi. Me agarró la mano y fuimos caminando. Después de cinco minutos nos paramos en un banco y estuvimos hablando de porque vino a Oregon, mientras que yo le contaba un poco de mi.

—Entonces, ¿tú y tu madrastra no os lleváis demasiado bien que digamos? —me dijo, con un tono intrigado.

—No, y con su hijo menos —dije con cara de asco.

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