Capítulo 28: Perros

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Gabi:

Por suerte el local al que Sam decidió ir a vomitar estaba relativamente cerca. El puerta nos miró algo mal por la forma en la que íbamos vestidos, y no nos dejó pasar hasta que Sam le dio dinero de más.

Era probable que mi amigo fuese a recordar todo mi árbol genealógico cuando viera la factura de su tarjeta de crédito. Sobre todo porque lo solté en la barra y le di la tarjeta al camarero para que cobrara todo lo que pidiese.

Me quedé a su lado, viendo como vaciaba copa tras copa. Con cada trago, el dolor que llevaba dentro fue saliendo. Como si no tuviera espacio para el alcohol y la pena en su interior.

- Me olvidará Gabi. Llevamos años jugando a ver quién echa de menos a quién o quién más celoso y... Ha ganado. Ana ha ganado y ni siquiera me ha dejado decírselo.- terminó su tercera copa y lloró como un niño- me odio Gabi. Odio quién soy y no poder ser el que ella busca. Si me conociera así, si viera... esto.- mi amigo agarra sus ropas pues hasta eso no parecía ir bien con él.

Había visto llorar a ese chico tres veces en los últimos dos años. La primera fue cuando se rompió la nariz al golpearse con una puerta. La segunda fue extraña, solo entendí que sus padres habían discutido con él por sus bajas calificaciones, se sitió el peor hijo del mundo. Y esta era la tercera... Tres veces en dos años, y esa era la peor de todas.

- Ya está Sam- susurré abrazándolo.

Quito el vaso de su mano y dejo que se apoye en la barra para no caerse. Me partía el corazón verlo llorando de aquel modo. Nunca se me dio bien consolar a la gente. Eso era tarea de Ana.

Si mi amiga lo viera así ahora se pondría a llorar. Caería de nuevo en el juego que tenía con Sam. Y no tenía muy claro si aquello sería bueno.

- El chico de las cartas... él es mejor que yo- dijo arrastrando las palabras y mirándome de lado.- ese idiota es como la mejor versión de mi multiplicada por todo lo que ella se merece.

- Vamos al baño antes de que te suba más todo lo que has bebido rubio.

En situaciones como aquella agradecía de verdad haber nacido alta. Arrastrar a ese chico hasta el baño de mujeres era toda una misión. Algunas damas se nos quedaron mirando, pero tras ver el estado del chico, confiaron en que no podría hacerles nada.

Agradecí a todos los dioses creados porque Sam hubiera aguantado hasta ese punto, pues nada más entrar en el aseo, lo soltó todo. Sin duda Ana no debía verlo así. Nadie en este planeta realmente debía verlo así. Ni siquiera yo debería verlo vomitar el alma por la boca.

- La vida es una mierda Gabriela. - Sam levantaba la vista del retrete creyendo realmente sus palabras.- es injusta, dura y... .

En cierto modo, ese chico era como mi hermano pequeño. Sam siempre fue un pobre diablo que vivía feliz hasta que se fijó en esa melena rubia que tanto le hacía babear. Daba igual con cuantas se acostase o conociera, siempre que estaba con una y Ana pasaba cerca, el chico dejaba lo que estuviera haciendo para seguirla con la mirada y una sonrisa en la cara.

Ahora estaba destrozado. La ilusión de niño que había mantenido siempre había mostrado con Ana estaba muriendo ante mis ojos. Y eso me enfadó.

- No culpes a la vida de tus idioteces Sam. ¿Quieres a Ana? Pues levanta tu alcoholizado culo del suelo y muestra un poco de amor propio. ¿O de verdad crees que ella saldrá con alguien que huele así?

- Seguro que el tipo de las cartas huele a rosas.

- ¿Sabes? Si no hubieras bebido tanto, te plantarías en su puerta con una sonrisa y le pedirías salir. Lo harías y ella te diría que sí- me puse de cuclillas a su lado, tomándole el hombro para que sus desorientados ojos me vieran- si supierais todo lo que yo sé, dejarías de ser tan idiotas y saldríais juntos.

Rompiendo normas en la escuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora