El excitante aroma de lluvia hace florecer mi gratitud vital.
El ruido de gotas desplomándose en la seca tierra riega mi pena de vivir. Ya no tengo miedo a la muerte, eso ya lo perdí, me di cuenta que solo era un fantasma que me ayudaba a mantener la angustia en mi garganta, aunque no puedo decir que esa angustia se marchó, no amigo, sigue en pie, ahora lo único que cambió es el fantasma viviente, ya no temo a la muerte sino a la vida.
Me di cuenta que ella es la que existe, y por ende, me aterra.
Temo vivir sabiendo que moriré, me aterra el pacto sádico que encadena mi vida a la muerte. Yo nunca firmé contrato alguno, aunque se encuentra mi firma ahí.
La brisa congela mi cuerpo y me acuerdo que existo, por esa intranquilidad, malestar, frio que sentí con el aire helado que asomó a mi ventana, y sí, solo en momentos de malestar nos damos cuenta de nuestro cuerpo, de nuestra vida. La vitalidad continúa en momentos plácidos y no nos damos cuenta de nuestra tranquilidad, pero... ¿Nos damos cuenta? No pienso, solo actúo, aunque me justifico después de cada accionar, de cada bala que doy con mi presencia. Estoy arrojada al mundo, no tengo la capacidad para controlarme. Tal vez porque solo soy un simple animal...
La respiración acelera y me deja atrás sin poder seguirla. Despierto o sueño, ya no logro distinguirlo, me mirás asustado y te tapo la boca con mi mano antes que me alejes, mi ademán ayuda a mi expresión, roto la cabeza de un lado al otro mientras mis ojos se diluyen en compasión. Tu respiración comienza a desacelerar, toco suavemente tus manos, te miro tiernamente mientras tus ojos caen en la incomprensión. Contemplo tu rostro pálido y derramo una lágrima silenciosa, nuestras manos se sumergen en este navío de mares taciturnos. Y tu cuerpo me llama con tu cabeza gacha, suelto una de tus manos para posar mis dedos en tu rostro frio, me acerco más a ti, tus plegamientos me ayudan a componerte una melodía al mirarte, levanto tu rostro, y callo el veneno lúgubre de tus labios con un beso frio, cálido. Tu respiración acelera y nos acerca, tu mano en mi cintura ayuda al movimiento de mis besos que te envuelven, de a poco voy despidiéndome, cuando te das cuenta levanto mi dedo en señal de silencio, callas y me regalas tu mayor vitalidad con una lágrima, tus ojos se empapan y sonrío al saber que al no comprender lo que nos sucede nos amamos, realmente amamos.
Quiero irme y hacer insoportable mi vida sin vos, quiero desgarrar mi alma y saber que amo, porque te amo. Pero siento tu mano cálida en mi brazo. Te miro y me hablas, aprendiste a hablar, a callar. Y me entregas tu mayor pasión con un simple beso que nunca tocó mis labios.
Me acuerdo de mi nacimiento contigo, pues fuiste tú, con tu pleno amor el que me enseñaron a vivir, lejos de vos.
Y es así, el sufrimiento del enamoramiento nos muestra nuestra verdadera existencia en el mundo, nos muestra nuestras incapacidades de cambiar lo que sucede, de auto controlarnos, el sufrimiento me demostró que comencé a vivir cuando te despedí. El verdadero sufrimiento nos aloja ese dolor en el pecho que es imposible de quitarlo, pero antes de él, no nos dimos cuenta de que no sufríamos y estábamos tranquilos, que nuestros días transcurrían sin dolor, pero por qué no agradecerle a la terrible angustia que nos deja sabiendo que vivimos, porque sentimos el sufrimiento en nuestro cuerpo, porque nos damos cuenta que existimos. Tal vez solo llegamos a vivir con el dolor, con el sufrimiento, tal vez sólo estemos construidos de él aunque nos quejemos de sentirlo.
Con tu despedida el mayor regalo fue tu ausencia, lo sabías, pero tu egoísmo no lo aceptaba, eso no era amor, tenías conciencia, pero la santidad de tus lágrimas construyó tu nacimiento y con tu último beso escarlata supe lo viva que estoy y lo destructor que es el amor.