Libre

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El olor de un amargo café abunda mis narices hasta dejarlas contaminadas por un exquisito aroma que rebota en paredes de colores derretidos. Existe esa sonrisa que en un fondo oscuro se encuentra tranquila, en cuartos desolados ella no reclama. Existe esa tranquilidad en un fondo oscuro que tiembla y busca ese gris como coraza de todo lo blanco o negro. Las extremidades del abismo oscurecen su amanecer, el ocaso dejó de regar brillos de verano que a todo ojo escondía por un rato. El abismo natural que toda estructura esconde en su sensualidad la deja rendida, buscando posibilidad intranquila cual cielo gris que solo a solitarios tranquiliza. Busca la combinación perfecta que desecharon una vez, busca la extinción, la aniquilación, el suicidio perfecto para no ser más un símbolo, para dejar de ser la etiqueta que una vez elaboraron, y la trama de su vida derrumbar.

Extraña aquel barniz de conocimiento que la despertaba con esperanzas noches frías. Extraña las sonrisas sinceras que le veían. Extraña las conversaciones que en pasillos pétreos de culminación de sentimientos tenía. Extraña ser esa persona que con mirada serena tenía esperanzas.

Y una vez, un viento otoñal vació los rincones de una calle cementada de pasión benévola que a todo aquel que la vejaba perdonaba, la dejó sin aire contaminado para respirar, recogió, la violenta ráfaga, a todas las hojas que en ella se encontraban.

Y vislumbré, en el trasfondo de una pigmentación correctísima, a flores marchitas. El rosado vigoroso se transformó en un palidezco color que ya ni siquiera se presentaba porque le daba vergüenza de su aspecto, esa misma tarde pude ver una flor marchita y un ojo que palpitaba lágrimas por la realidad que en sus pies aparecía.

El cuento de final feliz se escondía, tan solo quedó la Nada con su mejor vestimenta, parada con una sonrisa suelta la esperaba. El sendero era combinación y ni siquiera eso, pudo ver que detrás de la Nada se encontraba aquella flor marchita que sus ojos contemplaron una vez, se asombró, pero después vio todo un jardín pintado de flores iguales, aunque la única diferencia era que todas aquellas flores contenían una sonrisa en cada pétalo que aún se mantenía con vida aceptando la sin salida que sus entrañas contenían.

Atrás, atrás podía ver una niña felizmente triste en una tarde que se despedía de todos pero nadie lo sabía. Y dijo hasta pronto a la felicidad de los hombres y dijo hola a la infelicidad que en el abismo encontraba.

Aunque el torbellino de juicios vienen con el ramaje de los árboles, nunca dejará de preguntarse si realmente valió la pena el adiós que sus labios pronunciaron en silencio mientras que todos la hablaban, mientras que anécdotas, recuerdos felices le quedaron, caricias, risas memorísticas que nunca relató, que nunca agradeció, pero que fueron a aquellas las que un día, con rodillas sobre la fértil tierra, rezó.

Me acuerdo de los pájaros y sus sonetos funerarios, me acuerdo que la naturaleza era la única que esperaba mi retirada, me acuerdo, y al acordarme vienen recuerdos de ojos inquisitivos que comenzaron a mirarme, miradas reprobatorias empezaron, a mí alrededor, a crecer como vital penca que me desea lastimar, me acuerdo de crecimientos que desde mi partida comenzaron a asomar, miradas, risas, tactos hipócritas que mi piel sentía, y palabras preocupadas porque todavía me encontraba muerta en vida.

La nube sobre mi cabeza estalló y me empapó con sus suaves lágrimas sanguinolentas que no reclamaban nada, ella ya perdió su fe en lágrimas mediocres de hombres humildes que no se merecían lo que les sucedía. Pero será así hasta aceptarlo, nadie castigará al muerto ni al vivo, nadie castigará al asesino o al donante más que nosotros mismos.

Anotaciones intempestivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora