Capítulo 5

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Anahí jugueteó con su cena, llevó el pollo de un lado a otro del plato e hizo una montaña de risotto que luego derribó con su tenedor. Estaba en el Sparkle, el precioso restaurante situado en la última planta del hotel McKendrick con Maite y María, que había puesto una excusa para no asistir a una gala benéfica con su nuevo esposo, Jonas, e ir a cenar con ellas.

Anahí sabía que tendría que estar emocionada por haberse reunido con otra de sus mejores amigas, pero no parecía encontrar la energía necesaria.

—¿Qué pasa, Anahí? —le preguntó Maite—. No puede decirse que esta noche seas la alegría de la fiesta.

—¿Estás bien? —le preguntó María con expresión de preocupación en sus verdes ojos—. Apenas has probado bocado.

Anahí soltó el tenedor y apartó el plato a un lado.

—No. Sí —suspiró—. Tal vez.

Maite y María se rieron y se miraron.

—No. Sí. Tal vez —repitió Maite—. Es como decirlo todo de una vez. ¿Estás enferma?

—No. Sí. Quiero decir, estoy bien, pero…

—Qué respuesta más rara. El único momento en el que una mujer se encuentra fatal, pero está bien, es cuando está embarazada y es imposible… —María dejó de hablar y miró a Anahí.

Anahí tragó saliva y una débil sonrisa se marcó en sus labios. Se encogió de hombros.

—¿Anahí? —preguntó Maite.

—No lo estás, ¿verdad?

—Acabo de descubrirlo. Estoy de dos meses.

Maite y María estallaron en gritos de alegría y la abrazaron con tanta fuerza que no podía respirar.

—¿Dos meses? —preguntó Maite—. No puedo creer que no nos lo hayas  contado. ¿Cómo pasó? Quiero decir… —entonces se le encendió la bombillita. Abrió la boca y los ojos de par en par—. Hace dos meses estábamos aquí. En Las Vegas.

Anahí volvió a asentir. Tenía que contárselo. Esas mujeres eran dos de sus mejores amigas. Necesitaba buscar respuestas porque con el tiempo se le notaría el embarazo y empezarían las preguntas. ¿Cómo iba a decirle a la gente que su embarazo era el resultado de una aventura de una noche? Pero a sus mejores amigas tenía que decirles la verdad. Después de todo, ellas lo entenderían.

Respiró hondo y comenzó con la historia.

—¿Recordáis la segunda noche que estuvimos aquí, cuando cada una fue por su lado?

María asintió.

—Tú y yo nos fuimos a uno de los bares del Bellagio, pero dijiste que te dolía la cabeza y que te ibas a tu habitación.

—Y eso hice. Pero cuando me marchaba entré en otro salón, uno con un piano maravilloso, pensando que tal vez una copa de vino me haría sentir mejor —un calor inundó sus mejillas—. Y mientras estaba allí sentada, conocí a alguien.

Podía verlo todo otra vez como si en ese mismo instante estuviera en el bar Baccarat del Bellagio, con una luz tenue y el pianista tocando una pieza de jazz. Y entonces, cuando estaba a punto de marcharse, Poncho se sentó a su lado y lo cambió todo.

—Se sentó en el taburete a mi lado y pidió una copa de bourbon con hielo. Era guapo… muy guapo… pero eso no fue lo que me llamó la atención.

—¿Y qué fue? —María se inclinó hacia delante, sus ojos marrones estaban abiertos de par en par bajo un flequillo castaño.

—Fueron sus ojos —respondió Anahí—. Cuando lo miré, lo vi… —buscó la palabra adecuada para describir al Poncho que había conocido aquella noche, la única palabra que podía capturar la razón por la que había decidido flirtear con él y, después, acostarse con él— perdido.

Embarazo en Las Vegas (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora