Capítulo 8

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Besar a Anahí Puente fue como una perfecta sinfonía, como si estuviera hecha para él. Sus satinados labios se deslizaban sobre los de él y su cuerpo se curvaba contra el suyo, ajustándose exactamente a su forma. Quería más de ella... No. Lo quería todo de ella. La rodeó firmemente por la cintura y mientras enredaba la mano en su sedosa melena, intensificó el beso.

Cuánto la había echado de menos. Cuánto había echado de menos su sabor, esa mezcla de dulce y picante, como las manzanas y el café. Había echado de menos los suaves sonidos que habían escapado de sus labios cuando él había acariciado su boca con su lengua. Había echado de menos su curvilíneo cuerpo contra el suyo.

Pero sobre todo había añorado cómo ella, con un solo beso, podía hacerle olvidar todo y abrir en su vida una ventana a la esperanza, aunque sólo fuera por un momento.

Anahí se apartó sonrojada y le sonrió. Sus ojos azules claros le hicieron preguntarse a Poncho si era posible que un hombre se perdiera en esas profundidades.

-Ha sido... increíble.

-Estoy de acuerdo -le respondió él con una sonrisa.

-Y... una complicación -la sonrisa de Anahí se desvaneció-. Trabajamos Juntos, Poncho. Eso es todo.

Él deslizó un dedo a lo largo de su mandíbula con el deseo de poder besarla otra vez. Su sentido común le decía que ella había hecho lo correcto al apartarse, pero ahora mismo él no quería escucharlo.

-¿En serio? Porque a mí no me parece que hoy hayamos hecho nada parecido al trabajo.

-Entonces, ¿qué estamos haciendo?

Él le acarició los labios, acarició lo que su boca no podía besar.

-¿Y si no ha sido sólo trabajo?

¿Qué estaba haciendo? No tenía ni tiempo ni espacio en su vida para una relación. De hecho, era el último hombre que debería intentar tener una relación con una mujer como ella.

Sí, desde que había conocido a Anahí le había dado vueltas a la idea de tenerla en su vida. Al principio durante una noche...

Ahora por más tiempo.

Imposible. No podía. Ahora no. Ni ahora ni nunca. Y menos con una mujer que claramente quería el pack completo: un marido, una familia y una casita rodeada por una bonita valla.

Con cualquier otro hombre, podría tenerlo, pero no con Alfonso Herrera.

«Cuida de tu hermano, Poncho. Cuida de él. Es frágil y necesita que alguien lo cuide».

Y después, cuando Oscar estaba agonizando...

«Cuida de mi familia. Ahora dependen de ti».

-¿Estás diciendo que... salgamos juntos? -le preguntó Anahí.

Él debería decir que no. Todo su ser intentaba vocalizar esa palabra, pero entonces vio ese rostro con forma de corazón, esos ojos azules llenos de preguntas, ese leve rubor del fresco deseo en la cara de Anahí y abrió la boca para decir:

-Bueno, aquí tienen sus cebos -dijo el capitán-. Gusanos bien grandes. Jugosos.

-Genial -dijo Poncho.

Nada como esas cuatro palabras para romper el encanto del momento.

-A los peces les encantan -siguió diciendo el capitán ignorando que los hubiera interrumpido-. Ahora bien, si son un poco escrupulosos, yo puedo engancharlos en el anzuelo por ustedes -su sonrisa dejó ver la ausencia de varios dientes-. Todo va incluido en el precio.

Embarazo en Las Vegas (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora