El lago Mead se extendía ante ellos, kilómetros y kilómetros de un hermoso y profundo azul que destellaba bajo la brillante luz del sol. Barcos y kayaks desperdigados por el lago mientras bañistas poblaban la rocosa orilla. A lo lejos, el enorme muro de la Presa Hoover contenía litros y litros de agua y unas escarpadas formaciones rocosas en suaves tonos terracota, amarillo y morado rodeaban el lago, como si la Madre Naturaleza hubiera pintado su propia barrera natural para protegerse del mundo.
-Es precioso -dijo Anahí conteniendo el aliento-. Absolutamente increíble. Cuando elegí este lugar del folleto no tenía ni idea de que sería tan maravilloso verlo en persona.
-Hacía siglos que no venía aquí. Mis padres solían traernos cuando éramos pequeños, casi todos los fines de semana en verano. Había olvidado toda esta hermosura.
Pero no estaba refiriéndose al lago, sino a Anahí... Aunque ella eso no lo sabía.
El brillo del sol iluminaba su cabello proyectando reflejos dorados sobre sus mechones marrones, como si los rayos del sol estuvieran besándola. Anahí esbozaba una suave sonrisa, como si la felicidad la hubiera invadido y hubiera decidido quedarse dentro de ella.
Llevaba una falda con estampado floral y una sencilla camiseta, un conjunto muy veraniego que le quitaba años y que hacía que él, con su traje de chaqueta, se sintiera viejo a su lado. Anahí rezumaba alegría y felicidad.
Todo lo contrario a él.
Y eso lo intrigaba, lo desconcertaba.
-Vamos -dijo Anahí extendiendo la mano-. Vamos al agua.
Poncho la miró.
-No estoy vestido para esto.
Ella le sonrió.
-Pues entonces, arréglalo -se quitó sus zapatos y sus pies descalzos se hundieron en la arena entre las grandes piedras que salpicaban la orilla haciendo que sólo sus uñas pintadas en rojo destacaran. Esperó a que él hiciera lo mismo y se rió cuando Poncho vaciló-. Sí, Poncho, quítate los zapatos, remángate ese traje caro y vamos a pasear junto al agua. Te prometo que no te derretirás. Puede que te mojes, pero sobrevivirás.
Poncho pensó en discutir, en decirle que podía perfectamente hablarle del campamento y de sus ideas para el programa informático sin tener que descalzarse, pero entonces algo despertó dentro de él, la misma sensación que lo había invadido en el bar del hotel aquella noche y que le hizo abrirse ante una completa desconocida y contagiarse de la alegre actitud de Anahí.
Ella seguía allí, esperando y sonriéndole. Y así fue como Alfonso Herrera, el millonario presidente de una de las mayores compañías de software del país, se agachó, se desató los cordones de sus zapatos de Ferragamo, se los quitó, se remangó el traje sastre y fue hacia el agua con Anahí.
Bajo sus pies, la suave y húmeda arena estaba fría. Una ligera brisa le rozó la cara y bailó sobre sus piernas desnudas mientras el sol calentaba su rostro y su espalda. Había olvidado lo agradable que era estar al aire libre.
Agarró la mano de Anahí y el contacto resultó tan natural como si ella siempre hubiera estado a su lado. Quería más, quería abrazarla contra su pecho, quería besarla, pero por el momento se limitó a darle la mano y a disfrutar del lugar. Y de Anahí.-Dime qué haría que un niño quisiera aprender cosas sobre un lugar como éste. Un niño parecido a ti cuando eras pequeño -le dijoAnahí.
Él se rió.
-¿Quieres decir que qué les haría dejar de lado sus libros de lectura, o en mi caso, sus hojas de cálculo y sus reuniones, y tomarse algo de tiempo para juguetear y ensuciarse, por decirlo de alguna manera?
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Embarazo en Las Vegas (terminada)
Teen Fiction¿Se cumpliría su sueño de formar una familia? Desde que Anahí vio a Poncho en Las Vegas, donde había ido a pasar un fin de semana con sus amigas, se quedó prendada de él. Conectaron al instante y se dejaron llevar por el momento. Anahí volvió a cas...