Prólogo

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Un alma puede resultar fácilmente corrompida cuando vive un evento traumático, aquel evento despertará y alentará el odio, caer en las cavernas profundas de aquel sentimiento implicaría un pase directo al reino de las sombras.

—Algo que está lejos de lo natural debe ser destruido.

La sangre corría como un río por sus manos temblorosas mientras las lágrimas se fundían con el charco carmesí bajo de él, sus ojos incrédulos sólo podían ver con horror aquello.

—¿Por qué...? —lo soltó en un hilo de voz—, ¿por qué lo hiciste? ¡¿por qué ellas?!

El ente frente a él se limitó a inclinarse a su altura, quedó cerca de su oído siendo capaz de escuchar los latidos temerosos de su corazón. Inhaló con fuerza sintiendo aquel olor delicioso del odio naciendo de él.

—Su unión las convirtió en pecadoras, por lo tanto, tu... —los vellos de su nuca se erizaron al sentir el frío aliento—, tu eres el error más grande que ella pudo haber cometido. Y yo estoy aquí para remendar ese error.

Él jamás se imaginó que aquello estuviera ocurriendo, todo su mundo de venía abajo sin ninguna razón o lógica. Sus lágrimas le quemaban la piel mientras aquel ser levantaba aquella hoz, sin embargo, el miedo había desaparecido en cuanto la luz de vida de esos pares de ojos había disminuido hasta quedar en completa oscuridad. Lo único que sentía era dolor y quizás... ¿odio?

Miró fijamente los rostros que yacían en sus piernas, cubiertos de sangre y sin rastro de vida. Era un calvario. La sombra de la hoz se podía ver perfectamente mientras caía para dar fin a su agonía.

Era el fin de todo.

—Lo lamento tanto, mamá...

Hace miles de años, antes de que el sol existiera y las estrellas brillarán con orgullo, hubo dos seres tan perfectos y sabios que, para compartir su existencia, crearon las galaxias y las estrellas. Con polvo y gases hicieron los planetas, sin embargo, aquel lugar pese a luz y la magnífica vista que mostraba seguía siendo fría y solitaria.

Ambos seres crearon a nueve dioses para que poblaran su planeta favorito y, como única regla, todos tenían que prometer llevar el orden establecido. De esta forma estos dioses siguieron el plan de sus creadores trayendo a los seres humanos al mundo, a los animales y a las plantas para que aquel planeta jamás muriera, el agua llegó para que todos bebiera de él y no sufrieran nunca de sed. Los nueve dioses satisfechos con su labor dejaron que los humanos aprendieran a ser mejores, conocieran el mundo y sus propias capacidades.

Pero cometieron terribles errores; sangre, guerra, odio, envidia y muerte... fueron unas de las tantas cosas que los humanos provocaron contra su propia especie, ¡su propia sangre! Así que consternados corrieron ante el más sabio de los nueves para que hablara con sus creadores, estos decidieron hacer un último dios, un dios que no tuviera corazón ni emociones para que pudiera poner orden al mundo.

Este dios asesino y masacro a innumerables humanos, alentó la guerra e hizo de justiciero a mano propia trayendo el orden a un mundo de caos. Los humanos evolucionaron y aprendieron nuevas formas de guerra... pero cada guerra terminaba con innumerables vidas inocentes y con sus principales líderes muertos. Exterminando el caos, un y otra vez. Él decidía al ganador con la justicia que sus creadores le indicaron, el orden y la naturaleza era algo que siempre tenía en mente, razón por lo cual, cuando algo no iba de acuerdo a lo estipulado lo destruía con sus propias manos.

Así que enloqueció cuando aquel milagro ocurrió totalmente contrario a lo natural.

Y esos pecadores lo iban a pagar.

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