CAPÍTULO ÚNICO

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I

   Si alguien se preguntaba por qué se encontraban tantos niños llorando cerca del Centro Comercial YG, ubicado en Seúl, sólo hacía falta echar un vistazo más allá. Las luces retóricas color azul y rojo venían de un auto de policías y allí, siendo esposado frente a todos, en víspera de navidad, su adorado Santa.

    Eran las seis de la tarde cuando el hombre disfrazado de Santa Claus - que dejaba a los niños sentarse en su regazo para darles un regalo aleatorio - interrumpió sus acciones para, frente a todos esos niños que seguían formando fila entusiasmados, sacar un cigarro y encenderlo como si nada.

    El detector de humo pronto hizo sonar la alarma y las personas salieron de allí asustadas y empapadas.

   Para el pelinegro de veintidós años, era una costumbre arruinar cada año las ilusiones de niños en víspera de navidad, una tradición que adquirió a los diecisiete años, intencionalmente con sus acciones haciendo posible su anhelado encuentro de una vez al año con aquella persona inalcanzable como el propio cielo por más de que extendiera las manos.

   Nunca había llegado lo suficientemente lejos como para que lo encarcelaran, pero su tiempo se acababa.

   El doctor específicamente le había dicho que le quedaban dos meses más de vida, por lo que ese año deseaba tener un último encuentro memorable.

  Tras la sombra de las rejas, sentado en una esquina, se abrazó a sí mismo y esperó pacientemente entre el montón de borrachos y delincuentes adolescentes, recordando la primera vez que vio a aquella persona.

    Cinco años atrás, Koo JunHoe se encontraba realmente enfadado, sus amigos se habían ido a pasar las vacaciones con sus respectivas familias, en cambio él, olvidado en un hospital, simplemente observaba los copos de nieve a través de la ventana.

   Más que enojado con sus padres por trabajar en víspera de navidad, estaba enojado consigo mismo, su condición era la que los obligaba a trabajar hasta el cansancio para poder pagar su costoso tratamiento.

   Algunos doctores se vestían de Santa y repartían regalos, el chico nuevo de la cama de al lado en ese entonces hizo algo que le molestó.

- ¿Qué vas a pedirle a Santa? -. Preguntaba una enfermera mientras cambiaba el suero junto a su camilla.

- Quiero curarme.

  Su sonrisa era tierna con el hoyuelo perforando su mejilla, de cierta forma su petición le recordó a sí mismo, él también solía pedir eso... Hasta que descubrió con el pasar de los años, que aquel regalo que siempre pedía ingenuamente, nunca se le daría.

- Santa no existe - dijo Koo secamente sin apartar la vista de los enormes ojos que se abrían aún más - y tú nunca te curarás, así que pide algo material que te pueda ser útil por ahora Jung.

   El niño lloró sin parar, tenía apenas ocho años y quizás la existencia de Santa en ese momento era lo más real para él.

  Tuvieron que cambiarlo a una habitación privada luego de aquel alboroto y esa noche, deambulando por los fríos y casi desiertos pasillos, lo vio por primera vez.

  Sus rizos rubios se enredaban alrededor de pequeñas pizcas de copos de nieve, el pelinegro detuvo su andar ante la sonrisa que le mostró el desconocido que con ligeros pasos, casi traviesos, se aproximaba a él.

   ¿De dónde había salido? No lo sabía, pero su radiante presencia le erizaba la piel.

- ¿Qué haces aquí? Cogerás un resfriado.

Mi estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora