Mi vitalidad depende de ti.

49 6 0
                                    

En mí creció una felicidad tremenda cuando me ofreció ayuda. Todo volvió a su color natural y en mi cara crecía una gran sonrisa.
-Te vamos a preparar para salvarla. Él lo va a hacer, yo miraré. Estoy muy viejo para seguir entrenando jóvenes... -dijo poco más y quejándose. Como los viejitos. Pero no me importó, sentí que la alegría crecía en mí e iluminaba mis ojos, los traía a la vida.
-¡GRACIAS! Un millón de gracias y... -y justo cuando iba a ir a abrazarlo con todas mis fuerzas, Nathan me jala del brazo con fuerza para no ir, razones obvias. Y yo entendí porqué. Solo yo iba a hacer que me mate con solo darle una muestra de cariño. Morí de vergüenza.
-Pero no va a ser fácil, niña. -dijo ignorando mi acción estúpida y tan infantil. -Primero que todo vas a pedirle perdón a Cerberus. Y luego podré darte las otras instrucciones. -asentí aterrorizada. ¿Como pedirle perdón a una bestia que aparte de ser horrible y medir como tres metros, es el guardian oficial del diablo? Dios mío me va a querer aplastar sin previo aviso.
-Nathan. Encárgate de esto un momento. Tengo que ir a casa, esta niña me ha sacado de quicio y tengo, de verdad tengo que saciar toda la ira que me ha provocado esta niña. -dijo rodando los ojos. -Tengo que matar a alguien en su lugar. -tragué saliva dando un paso atrás. -Vuelvo en un día, yo te aviso. Trata de que no se muera o todo esto será en vano. -dijo tocándose la sien y con los ojos cerrados. Y mientras Nathan asentía, yo dimensionaba que le había causado un gran dolor de cabeza al mismísimo diablo, cuando le cuente a mi mamá, se va a burlar por siempre de mí.
-No la sueltes. -continuó. -Ya vi que pasa entre ustedes. -dijo culpándonos con su dedo índice moviéndolo apuntándonos a ambos. -Ella se nutre de tu espíritu, tú lo sabes y lo haces con querer, y si la sueltas puede caer desmayada, solo no seas tonto y no la sueltes. -dijo dándose la media vuelta para irse y cuando desapareció, todo quedó en un profundo silencio. Por minutos no me di cuenta que él aún me tenía del brazo con fuerza y yo parada firme, sana, con la mirada perdida, sin darme cuenta que nos había dejado solos en esa habitación.
-Bien. -dijo serio y haciéndome caminar al rincón de la sala. -Siéntate ahí, yo...
-No me sueltes. -lo interrumpí mientras sus manos perdían el tacto con mi brazo, sentía como me desahuciaba de a poco y se iba toda mi fuerza. Él quiso sonreír, pero no lo hizo. -No estoy bromeando, no me sueltes. -él rió burlesco.
-Dependes de mí para no desmayarte, aunque no sé como no lo hiciste cuando me viste por primera vez. Rodeé los ojos.
-Ególatra.
-Estúpida. -respondió seco.
-¿Me dijiste estúpida? -lo enfrenté sin miedo, aunque tenía presente que el tipo me podría matar tan fácilmente como hacer sonar los dedos. Odio decirlo pero sí, dependo de él para no desmayarme; y sí, soy una estúpida, pero eso me ofendió mucho.
-Ya siéntate. Te voy a soltar un rato, quiero que trates de mantenerte bien con todas tus fuerzas.
-Ni siquiera estoy tan débil. Dormí y me comí dos barras de cereales. Solo quiero que me ayudes con lo de mi madre. -dije sentándome en la esquina de la sala a donde me había llevado. Me ayudó a hacerlo.
-Melany. -me nombró y sentí como si me conociera de siempre, me asusté. -Estar al frente de mi papá te ha quitado mucha vitalidad. No sé si te has dado cuenta pero le gritaste, amenazaste e intentaste abalanzarte al maldito diablo. -mordí mis labios por dentro de la boca para no reír. No sé porqué pero quería reírme de lo que acaba de decir.
-Soy una estúpida.
-Eres una estúpida. -me confirmó serio y al instante.
Reí y sonrió. Y me gustó ver su sonrisa porque fue la más linda y sincera que vi. Aunque sea el hijo del Señor Tenebroso.
Confieso que me perdí en su mirada unos segundos, pero él también hizo lo mismo conmigo, me sentí avergonzada cuando me di cuenta del silencio que nos rodeó en ese momento. Él ni se inmutó, pero sé que sintió lo mismo que yo.
-Tengo que llevarte a tu casa.
-¡No!
-¿Alguna vez me puedes escuchar?-dijo levantando la voz algo molesto. Lo miré un poco asustada, pero gruñí de todas formas cruzando los brazos al mismo tiempo.
-No puedo creer que saques de quicio tan fácilmente. -se quejó pasándose la mano desocupada por la cabeza. No puedo creer que siga apretando mi brazo después de ser tan odiosa con él todo el rato.
-¿Puedes continuar? -le sugerí para molestarlo a propósito.
¿En serio, Palvin? ¿Quieres hacer enojar al hijo del diablo?
-Eres increíble, eres increíble. -me dijo tratando de calmarse a sí mismo a la vez. Sonreí burlesca mientras él miraba hacia otro lado, me puse sería cuando volvió la cabeza hacia mí.
-¿Vas a continuar? -dije con la voz un poco más dulce para apaciguar su enojo. Nathan suspira.
-Te llevaré a tu casa. -rodeé los ojos y él continuó. -Comerás, dormirás y te ducharas -dijo enarcando una ceja mirando ligeramente la suciedad de mis pechos. O solo lo último.
-¿Estarás ahí?
-Estaré ahí porque mi padre lo ordenó.
-Entonces no me dejarás sola.
-No te dejaré sola.
-Psicópata enfermo.
Nathan rió y negó con la cabeza. Le sonreí.
-Vámonos. En tu casa te cuento donde está tu madre y todo lo que necesitas saber. Tu brazo va a terminar morado si sigo apretándote.
-Sí. -dije hallándole la razón. -Aunque no era necesario estrangularme el brazo. -continué.
-No, pero me sacas de quicio. Ven. -dijo poniéndose de pie al mismo tiempo que yo.
Lo miré confundida poniéndome frente a él.
-Te voy a soltar por un segundo. Tomaré tu mano.
-¿Será peligroso? -dije poniendo un mechón detrás de mi oreja un poco despreocupada.
-Solo sentirás que la fuerza se te va y querrás dormir.
-Me desmayaré. -le dije alzando la ceja.
-En pocas palabras sí. Pero por medio segundo.
-Bien...
Y soltó mi brazo, y lo recuerdo en cámara lenta. Nathan tenía razón, perdí la fuerza de mis piernas, ni recuerdo caer, pero cuando abrí los ojos de golpe, me tenía la mano tomada y la otra al rededor de mi cintura apretando para no caer al suelo, mi cara había chocado con su duro pecho en cuestión de segundos o menos. Ya sobria, sana y fuerte gracias a su raro poder, recuperé la postura y de paso la dignidad que se me había quedado en su pecho.
Miré el brazo: su mano estaba imprimida en él, el apretón de distintos matices variantes del color rojo y encima comenzaba a ponerse morado.
-Eres un salvaje. -dije sin mirarlo, estaba ocupada examinando mi extremidad.
-Eres una hincha bolas.
-Llévame a casa que me muero de hambre. -dije apartando los dedos de mi estrujado brazo.
Nathan abrió la puerta y dejé que caminara delante mío, avanzamos rápidamente mientras yo esquivaba las manos de los zombies encarcelados cuando cruzábamos el patio trasero, el que recorrí corriendo como Bolt. Esquivar miembros de esas cosas me mantuvo ocupada hasta llegar a la puerta por donde entré al patio con el jardín del año, que supuse que ese era el verdadero depósito. Me ocupé de sacar la llave con la que abrí, y cerré la pesada puerta lo más fuerte que pude (todo con una mano, estaba como unida a Nathan, por mi bien, obvio).
Cuando salimos de la casa infinita, nos topamos con algo sumamente extraño: hacía buen tiempo en el sector de la ciudad y eso no era normal según el señor del taxi de el día anterior. La gente lugareña, se detenía para inmortalizar el momento, aunque no entendí el porque querer inmortalizarnos a nosotros también.
-¿Po-por qué...? -pregunté con el ceño fruncido, confundida y con la mirada puesta en esas cuatro, cinco personas que nos fotografiaban asustados y extasiados al mismo tiempo.
-Porque soy hermoso. -dijo Nathan sin ningún rasgo de querer bromear en su voz. Lo miré y solté una risa burlesca. -¿Qué es lo chistoso, mujer?
-Llévame a casa rápido, Narciso. Comienzo a creer que fotografían a la persona más sucia del mundo. -aparté la mirada de él, para mirarme los brazos y toda parte donde mi piel estaba al descubierto.
-Y lo eres. -caminó tirando mi mano sin ningún cuidado, salí disparada detrás de él haciendo una mueca de dolor que rápidamente se convirtió en enojo.
-No soy una esclava zombie como las que tienen allá para que me tires así.
-Yo te tiro como quiero.
Sonreí y me callé. Él hizo lo mismo y le dio un leve apretón a mi mano como pidiendo disculpas por la agresividad. Supongo.

Del infierno y otros escenarios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora