Al despertar el día siguiente, tenía un muy mal presentimiento.
El clima estaba un poco mejor, una buena señal, no había niebla. Pero eso no alivió el presentimiento que tenía.
Miré por la ventana y vi nieve. La lluvia del día anterior se había congelado en la acera, la calle y apostaría que en los árboles, haciendo todo más resbaladizo.
Negué con la cabeza, tampoco era eso, pero estaba cerca.
Me puse uno de los conjuntos que Afrodita había elegido con unos guantes azules que dejaban al descubierto los dedos.
Agarré mi daga y la guardé en la mochila, por seguridad. Bajé las escaleras y vi a Charlie.
—Hey, Charlie, buen día.
—Buenas, Elizabeth. Ya estaba yéndome.
—Ah, vale. Adiós, Charlie. Suerte en el trabajo.
—Adiós, Beth. Despídeme de Bella.
—Claro —dijo, y cerró la puerta.
Busqué un tazón y comí cereales. Tomé leche y subí al baño a cepillarme los dientes.
Cuando bajé, Bella estaba desayunando.
—Hola, Bella. Cuando tú quieras nos marchamos, ¿sí?
Ella asintió.
Al rato, ya estábamos yendo al Instituto, y yo seguía con mi mal presentimiento.
¿Había monstruos en el Instituto? Los Cullen no eran humanos, pero tampoco eran monstruos. Por lo menos, no los monstruos con los que suelo pelear. Las dos chicas parecían empusai, pero no podía estar segura, porque si lo eran, tenían un buen control sobre la Niebla. Por otro lado, si hubiera Niebla, yo lo notaría, lo sentiría.
Sacratísimos dioses. Nunca resolvería eso.
Llegamos al Instituto, y busqué mi mochila, me quedé ahí atascada una fracción de segundo porque mi mochila se había enredado con el cinturón. Intenté quitarla de un estirón, pero estaba enredada.
Fue entonces, cuando escuché el ruido que cambió mi vida. Si se podía cambiar aún más. Miré a Bella, que ya había bajado y estaba en la parte de atrás del monovolumen, me fijé en la distancia, justo para ver una furgoneta azul oscuro patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos y dio un brutal trompo sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar. Contra el monovolumen. Con Bella en medio.
—¡BELLA! —grité y salí del monovolumen a una velocidad inhumana.
Pero ya era demasiado tarde.
Edward Cullen ya había venido a salvarla... ¿De dónde salió él?
Vi a Bella caer, o ser estirada al suelo, tal vez. Escuché un ruido, nuevamente, parecido a un raspón de metal con metal, y la furgoneta dio la vuelta. Junto con otros golpes más que no quiero volver a revivir.
Salí corriendo a la parte trasera del monovolumen y vi a Bella con Edward Cullen. Con sus manos en las cintura de mi hermana.
Si no la hubiera salvado de una muerte terrible, lo hubiera asesinado allí mismo, mientras lo maldecía y gritaba cosas que nadie debería escuchar. Ya no oía nada. Mi mente estaba en blanco y dije en susurros:
—Mi hermanita, mi Bella. Estás bien.
Ella alzó la vista y trató de sonreír. Cullen ya se estaba marchando y todos empezaron a gritar el nombre de Bella. Me acerqué a Edward Cullen a una distancia en la que sabía que podría oírme.
—Cullen —él me miró—. No sé qué haz hecho, tampoco quiero saberlo, ya tengo bastantes cosas paranormales con las que lidiar, pero te agradezco que hayas salvado a mi hermana. En serio.
Él asintió.
Seis EMT y dos profesores desplazaron la furgoneta para hacer pasar las camillas. Edward rechazó una con vehemencia. Yo dije que no había sufrido ningún golpe, dado que yo estaba al otro lado del monovolumen y era mi hermana quien necesitaba su atención. Bella intentó librarse de las camillas también, pero no lo logró.
Luego apareció Charlie.
—¡Bella! —gritó él.
—Estoy perfectamente, Char... papá. No me pasa nada.
Miré el monovolumen, para evitar ese momento padre-hija que estaba interrumpiendo.
—Ahora sé lo que es ser la tercera rueda, Leo —susurré, mirando al cielo.
Entonces me percaté de algo.
Habia una abolladura en un coche marrón, que tenía el contorno de unos hombros... Miré la furgoneta, y vi la forma de una mano.
Negué con la cabeza.
—Son coincidencias. Tú sólo protege a tu hermana, Beth. Sigue órdenes.
Asentí y subí a la ambulancia donde estaba Bella, sin darme cuenta de que, nuevamente, los Cullen estaban escuchándome.
Al llegar al hospital, me prohibieron entrar en la sala de urgencias, y me quedé en la sala de espera con Charlie, apareció un doctor, era joven, rubio, y, para qué negarlo, bastante guapo. Si no me equivocaba él debía ser el doctor Cullen. El padre de Edward Cullen.
—Charlie, ¿no es él el doctor Cullen?
Charlie levantó la vista.
—Sí, es él. Ven.
Yo lo seguí en silencio.
—Doctor Cullen, señor. Buen día.
—Buenos días, jefe Swan.
—Mi hija, Bella, tuvo un... ¿accidente? Por causa del hielo y está en urgencias, ¿podría verla?
—A eso iba —respondió el doctor con una sonrisa. Luego me miró—. Tú debes ser...
—Elizabeth Taylor —respondió Charlie por mí. Lo miré confusa, él no solía hablar mucho—. Es la hija de Renée. La otra hija de Renée.
—Un gusto conocerlo, doctor Cullen —dije—. Su hijo, Edward, salvó a mi hermana. Él es... una muy buena persona por haber hecho eso.
El doctor sonrió y dijo que iría a ver a Bella, volví con Charlie a donde estábamos antes, pero ya no me senté. Empecé a pasearme por la habitación con Charlie mirándome.
Esto era culpa mía, ella había ido atrás del auto porque yo no me había apurado en bajar. Si yo hubiera bajado rápidamente, ella no estaría aquí. Santos dioses. ¿Por qué acepté venir aquí? ¿Por qué no pude quedarme en casa? Tenía que haber sido yo la semidiosa que tenía que ir con su hermana. Todo esto era culpa mía, si yo no existiera esto no estaría pasando. Si yo no hubiera venido Bella estaría a salvo.
No me había dado cuenta de que Taylor, Martin y Mía estaban allí. Incluso Tara y Steven, con los que hablaba muy poco, estaban allí. Tampoco me había dado cuenta de que las lágrimas estaban resbalando por mis mejillas.
—Yo no suelo llorar, esto es solo un caso especial —dije con la voz rota. Taylor se acercó a mí y me abrazó.
—No llores —dijo, acariciando mi cabello—, todo está bien. No ha sido culpa tuya. El lado bueno es que estás bien.
Sollozar es interesante, alivia el dolor que uno siente cuando se está llorando. Llorar y querer sollozar, pero no hacerlo a veces duele. Yo no suelo llorar, por ende tampoco suelo sollozar, pero esta vez sí lo hice.
Taylor acariciaba mi cabello de una manera tan maternal que recordé una vez, a los seis años, cuando me había caído de las escaleras de nuestra casa y me había hecho un golpe, yo había llorado y mi madre me había consolado de aquella misma manera, lo que me hizo llorar más.
Escuché cómo Charlie hablaba por teléfono, y escuché a mi madre responder a gritos en él. Charlie mencionó mi nombre, y escuché el susurro de la voz de mamá. Entonces la puerta del pasillo se abrió. Vi a Bella, parecía estar bien, y lo estaba. Pero luego vi la sala y supe que no estaba tan bien. Pero cuando la vi, di a Taylor un apretón en la mano y fui corriendo a abrazar a Bella.
Ella lentamente empezó a abrazarme.
—Estás bien —dije, entre sollozos—. Bella, estás bien. Dioses. Bella. Mi Bella. Te quiero mucho, Bells.
—Sh, sh. Yo también te quiero, Beth, tranquila, estoy bien, todo está bien.
Pero en ese momento, nada estaba bien. Y ella lo sabía.
Charlie venía hacia nosotras. Me separé de Bella y ella levantó las manos.
—Estoy perfectamente —dijo, y supuse que sería la vez número mil que decía eso, aunque tal vez, fuera mentira.
—¿Qué te dijo el médico? —preguntó Charlie.
—El doctor Cullen me ha reconocido, asegura que estoy bien y puedo irme a casa.
Ella suspiró y vi a sus amigos Mike, Jessica y Eric acercarse.
—Vámonos —dijo Bella.
—Elizabeth, ¿prefieres ir a la escuela o...?
—Me quedaré en casa con Bella, Charlie, tú puedes volver al trabajo. Luego habrá que buscar el monovolumen.
Él asintió. Yo me senté en la parte de atrás de la patrullera.
Me metí en mis pensamientos. Bella estaba a salvo de momento, pero pronto volvería a estar en peligro, o sino mi padre nunca me hubiera mandado aquí. Pero a decir verdad, yo tenía un gran presentimiento. Era un problema enorme, y empezó a tomar forma mientras íbamos a casa. No presté atención cuando llegamos a casa, o cuando Charlie dijo que había llamado a Renée, o cuando Bella se quejó de eso, ni siquiera cuando entramos a la casa. Subí directamente a ni habitación. Y me senté en la silla del escritorio. Busqué una hoja y empecé a anotar.
Poseidón había mencionado una profecía —escribí «Poseidón» y «profecía» en la hoja—. Él dijo que mi hermana se estaba metiendo en este mundo —escribí «Bella» y «mitología» —. Recordé a Edward Cullen llegando para salvar a Bella, pero ¿llegando de dónde? Fue a ayudar a Bella, pero él tenía que haber estado en otro sitio antes. Decidí que se lo preguntaría a Bella luego, mientras anotaba Cullens en la hoja.
Había una parte que yo me negaba a ver.
Nunca habría una profecía sobre que yo tenga que proteger a mi hermana. Nunca diría que ella se está metiendo en mi mundo.
Quizás ella era algún legado y ninguno de sus ancestros lo supiera. Podría ser eso.
O tal vez, Quirón y los dioses querían mantenerme alejala de todo eso un rato, para prepararse mejor para algo que tal vez estaría viniendo.
Percy había mencionado una vez, hacia muchísimo tiempo que se había encontrado con un chico de Brooklyn, sitio al cual los semidioses no solemos ir porque no podemos, que lo ayudó a encontrar el monstruo que estuvo comiendo pegasos. Cuando le pregunté al respecto, el se negó a hablar. Tiempo después a Annabeth le ocurrió algo parecido, y también se negó a hablar. Y luego, Annabeth tuvo que ir a ver a un primo suyo en Boston, donde tampoco podemos ir...
Quité esa idea de mi cabeza. No tenía sentido pensar que había una razón por la que no podíamos cruzar esas zonas. Tal vez sólo era que nunca había sucedido nada importante para nosotros allí y por eso nunca íbamos. No todos los lugares de Estados Unidos tenían que tener unos dioses locos que soltaban profecías.
Aunque no lo sabía en ese momento, sólo estaba en lo correcto en la parte de las profecías.
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Entre Mundos. I
FanfictionElizabeth Taylor es una semidiosa tranquila, vive feliz en el Campamento Mestizo con su hermano y sus amigos. En la época escolar va al Campamento Júpiter. Entrena para sobrevivir y... En fin, la vida normal de un semidiós. Un día en el Campamento...