Capítulo IV

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La mañana siguiente no llovió.
Había interrogado a Bella el día anterior, después de salir de la oficina. ¿Que qué tal me fue? Más o menos.
—¿Y qué tal las clases, Bells? Las mías estuvieron genial, ¿sabes?
—Las mías... estuvieron bien.
—Teníamos una clase de Biología, trataba sobre peses. Amo los peses y la fauna marina. Mi compañera es una chica llamada Taylor Jeffrey, es agradable. Tú también tienes biología —no era una pregunta— ¿Quién es tu compañero?
Bella se sonrojó tremendamente.
—Edward Cullen.
—¿Y qué tal es él? ¿Fue amable contigo?
No tenía idea de que la gente en serio podía ponerse roja como un tomate en sentido literal.
—No me habló.
Uní clavos.
Bella se sentaba con Cullen. Cullen había mirado a Bella de una manera horrible. Él había querido cambiar su sexta hora...
—¿A qué hora tienes Biología, Bells?
—Sexta hora.
Santos dioses. Adiviné.
—Genial. Yo tengo Biología a última hora.

Volviendo al día de hoy. Fue exactamente al día anterior, sin contar lo de la lluvia. Nos levantamos, desayunamos, fuimos al Instituto. Lo normal.
En realidad, sí había algo diferente. Bella estaba tensa, se le notaba en los huesos.
En el almuerzo me senté junto a Martin y Mía. Una de las amigas de Mía, llamada Tara, era casi idéntica a Annabeth. Ojos grises, rubia, leía a montones. Juraría que era una hija de Atenea, pero tenía unas facciones de duende, y amaba las travesuras. Por lo que iría por la senda de ser hija de Hermes, que era muy posible, puesto que ella conocía a su madre, pero nadie sabía nada de su padre.
Paseaba la mirada por el salón cuando llegué a la mesa de los Cullen. Y habían sólo cuatro de ellos. Edward no estaba ahí.
Las clases siguieron de manera normal, al terminar fuimos al Thriftway, yo había olvidado los aspectos de una vida normal, al haber pasado mucho tiempo en el Campamento Mestizo, así que buscaba lo que mi hermana decía, como ella lo decía.
Al llegar a la casa Swan, ordenamos las cosas y Bella dijo que fuera a hacer mi tarea, yo no tengo muchas aptitudes para la cocina, por lo que acepté.
Subí a mi habitación, busqué dracmas, y fui al baño. Abrí el grifo y lancé el dracma.
—Oh, diosa Iris —dije—, acepta esta ofrenda.
Ella aceptó aparentemente, porque se oyó un pitido.
—Quirón, en el Campamento Mestizo, Long Island.
Se formó un arcoíris y apareció la imagen de Quirón, en su silla de ruedas, jugando pinacle con el Señor D.
—¡Quirón! —grité en susurros.
Él se giró. Me vio y sonrió.
—¡Elizabeth! ¿Ha pasado algo?
—¿Hay sátiros en Forks? —pregunté de manera directa.
Él se lo pensó un momento.
—No, en Forks no. Ese sitio es más propiedad de los romanos. ¿Por qué preguntas eso?
—Hay una chica aquí...
—¡Beeeeeeth! —me interrumpió la voz de mi hermana— ¡Mamá me escribió un correo y pregunta sobre ti! ¿Puedes venir?
—¡Ya voy! —respondí, me giré a Quirón—. Una chica. Tara Marie. Idéntica a Annabeth, con facciones de duende. Podría ser hija de Atenea, o un legado.
La imagen empezó a parpadear.
—Haré lo que me sea posible, Elizabeth. El joven Di Angelo te manda saludos.
Sonreí y la imagen desapareció.
Corrí a la habitación de Bella.
—Estaba en el baño —dije—. Perdón por tardar.
—No importa, ven, siéntate.
Había un mail de mamá que decía:

Bella:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo ¿Llueve? Ya te hecho de menos. ¿Y tu hermana? ¿Cómo está mi Elizabeth? A ella también la extraño mucho. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi blusa rosada. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.
Mamá

—¿Florida? —pregunté unos segundos después de leer el mensaje.
—Phil viaja mucho, y mamá irá con él, el siguiente viaje es ha Florida. ¿Que le digo a mamá?
—Que estoy bien. Y que la extraño mucho más de lo que ella podría imaginar.
Salí de su habitación y fui a la mía.

—¿Conoces a la familia Cullen? —fue la pregunta que llamó mi atención en la cena.
—¿La familia del doctor Cullen? Claro. El doctor Cullen es un gran hombre.
Me aburrió la conversación y comencé a pensar en Nico. Cursi, lo sé, pero qué podía hacer.

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