Capítulo 2: Bosques y sombras

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- Sólo somos tú y yo ahora. No tienes escapatoria.

No recibí nada más que una mirada desafiante.

-Dámela de una buena vez, Tob.

El perro, en cambio, corrió en dirección a la puerta con uno de mis calcetines favoritos.

-Oh, vamos. Los necesito.

Bajé a toda prisa detrás de Tobías. El perro se había hecho amigo de todos en la casa. Mamá y yo lo encontramos en la entrada cuando volvíamos de la tienda de víveres. No pudimos resistirnos a una bola pelo negro y ojos color miel. Tim le había elegido el nombre en honor a un personaje de la televisión.

En la planta de abajo no había ni rastro de él. Era increíblemente bueno escondiéndose y tomando mis calcetines era mejor. Ya eran tres los que había perdido.

Mamá salió de la cocina con un delantal impecable. No se veía nada feliz.

-Elle, dale de comer a tu perro. Sabes cuál es el trato; Tobías se queda si atiendes sus necesidades. Y me parece que vas fallando estrepitosamente para que tu perro se ande comiendo tus calcetines por falta de alimento.

-No tiene falta de alimento... sólo ganas de jugar. Piensa que si se lleva mis calcetines jugaré con él.

-Pues hazlo. Está destrozando los calcetines turquesa en la cocina.

-¡Por todos los cielos, Tobías!

Y efectivamente ahí estaba el disfrutando de mis calcetines favoritos. Me acerqué a él y le quité lo que quedaba de mis calcetines.

-Perro malo.

Me miró con esos ojos. Esos ojos que el sabia que me mataban.

-No lo lograras esta vez. Oh no.

Bajó la cabeza y dejó de mover la cola.

-Sin duda serias un buen actor canino. Por hoy te perdono. Vamos por comida.

El gran terranova se levantó agitando su cola y me siguió a la alacena para recibir su tazón de comida para perro. Yo mientras me comía mi tazón de cereal.

Todavía me rondaba en la cabeza el pedazo de papel que había encontrado hace dos días en la biblioteca. No sabía quién lo había escrito, pero suponía que había sido uno de los antiguos dueños de la casa. Le pregunté a Jake al respecto, pero no era parte del contrato hablar sobre los antiguos dueños. Así que no tenía pistas de quién puede ser el autor.

No me gustaba la idea de rendirme, pero no tenía otra forma de saber... ¿o sí?

Mis dotes de detective ni se asomaban a los de Sherlock Holmes, pero podía apostar a que había algo de los últimos dueños de la casa en el sótano. Podía haber algo de ellos en los cacharros que había visto la otra noche. Subí a mi habitación para buscar mi linterna y me dirigí al sótano. Estaba como la otra vez; oscuro y aterrador. La diferencia esta vez es que yo iba armada. Si se le puede llamar arma a una linterna.

Bajé los escalones con paso firme. Estaba ansiosa por saber si mi hipótesis era cierta. Las cosas estaban tal cual la otra vez. Excepto la caja de madera que se encontraba en el suelo. La tomé del piso y la examiné en busca de algún daño que se hubiera hecho al caer pero estaba como la otra vez. Cerrada.

Dejé la caja en su lugar y empecé a registrar el lugar en busca de algo que me llevara a los antiguos dueños. Miré cada detalle con detenimiento pero no encontré nada más que viejas cosas que habían llegado ahí por ser inservibles. Detrás de mí se escuchó un sonido seco. Era la caja. Estaba en el suelo, sólo que esta vez, abierta. Cayó boca abajo. Los años la habían debilitado por lo que no pudo resistir la segunda caída pero... ¿Cómo era posible? No la había puesto tan cerca del borde como para que se cayera por sí sola.

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