Capítulo 13

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10-10-1995

Selene White. Durango, Colorado.

Una silueta corre entre los árboles de un bosque frondoso y oscuro lleno de niebla.
No lleva más que un fino camisón blanco cubierto de sangre y medio roto con los pies descalzos. Su rostro salpicado con pequeñas gotas de sangre y lágrimas cayendo por sus mejillas refleja una expresión de terror absoluto a la muerte.

Su fatiga se empieza a notar, sus pulmones arden por la falta de aire y sus pies heridos y sangrantes ya le empiezan a fallar.
Un rugido tan desgarrador y abominable que parece salido del propio infierno inunda sus oídos y hace triplicar su velocidad a pesar de que sus piernas empiezan a temblar y la boca le comienza a saber a metal.

A medida que avanza, el bosque se va volviendo más y más espeso, apenas hay sitio para pasar entre los árboles y es difícil mantener el equilibrio entre tantas ramas y piedras en el suelo.
Al intentar pasar entre dos árboles demasiado juntos, su pie tropieza contra una de las enormes raíces de los árboles haciendo que caiga de bruces en el suelo.

Intenta levantarse, pero el dolor del pie es tan intenso que no puede ponerse de pie. Con terror en sus ojos se da la vuelta y mira a la parca que se llevará su alma.

-No, por favor, detente -solloza mientras esconde su cara en sus manos y tiembla de miedo.

Levanta la vista y ve que en todos los árboles a su alrededor está grabado un símbolo.

Una cruz invertida con una recta inclinada en la parte superior. Comienzan a brillar y a pegar destellos. La están dejando ciega. Intenta tapar su rostro con sus manos pero algo la agarra y la detiene. Es esa figura sin rostro.

Se acerca a ella hasta el momento en el que ya no existe espacio entre ambos. La joven puede sentir su ardiente aliento golpearle de lleno.

Cuanto más y más se acerca a ella, más oscuridad la envuelve. Rugidos y gritos la atosigan. Ya no le cabe más pánico en la mirada.

Un tosco zumbido empieza a inundar sus oídos. Poco a poco ese ensordecedor sonido se mezcla con notas mucho más suaves. La voz de una mujer. Está cantando una canción de cuna.

Por un momento es como si todo se ralentizara y lo único que se escuchase fuese la nana.

La letra es incomprensible, quizá está en una lengua que ni siquiera conoce, o ya está tan aturdida y perdida que el sentido común no le funciona. Independientemente de ser una canción supuestamente destinada a niños, provoca un ambiente todavía más tétrico si cabe y hace que un horrible frío se le meta en el cuerpo.

Es como si su mente se hubiese desvanecido y se hubiese teletransportado a la nada. Sin ver nada, sin oír nada, sin sentir nada. Es una extraña situación de paz.

Pero esa sensación de calma no dura demasiado, la voz de la mujer se hace progresivamente más y más aguda hasta el punto en que sus oídos comienzan a doler.

Entonces todo pasa muy rápido.

El tiempo vuelve a su velocidad normal. La angustia regresa. Vuelve a estar atrapada ante esa figura sin rostro. La música se hace fuerte en sus oídos hasta que se mete por completo en su cabeza.

Se acabó.

Abrí los ojos de golpe. El aire me faltaba. Me sentía como un pez fuera del agua y de manera inconsciente acerqué mi tronco a mi regazo para obtener algo de oxígeno.

Respiré de manera profunda unas cuantas veces hasta recuperar un pulso normal. No le prestaba atención a nada más, solo estaba concentrada en el aire entrando en mis pulmones.

Mi ángel sin alas (Dean Winchester)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora