20.08

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Si por lo menos hubiera sabido qué hacer. 

Solo había nada a mi habitación, completa y absolutamente nada, los únicos seres vivos que había visto hasta ese momento eran los peces que se atrevían a nadar en la orilla de la playa virgen, los pájaros que se los comían y aquellos que solo se quedaban en un intento fallido de alimentarse. 

Algo que yo ni siquiera había intentado hacer desde que el agua me trajo aquí, ni siquiera mi estómago había tenido la tremenda desfachatez de pedirme que le diera algo de comer, porque sabía que todo mi cuerpo tenía mejores cosas que hacer y lograr antes de buscar alimentos que complacieran las necesidades de tan egoísta hambre. 

Pero aún así era lo único que me quedaba por hacer, ya que por mucho que gritase, llorase o intentase divisar mi salvación navegando por el cristalino océano que me rodeaba, estaba llegando a pensar que nada me sacaría de ahí. 

Y es que igual el karma había sido tan estúpido de querer castigarme dejándome aquí por tan hipócrita idea de salir de mi casa a cumplir mis sueños, en contra de todo lo que mi familia estaba de acuerdo, igual solo era un escarmiento por tan errónea actitud. 

Igual me merecía esto.

Porque por más que lograse pensar en otro motivo, no aparecía nada más que eso: un castigo por tan irrespetuoso comportamiento. 

-Pero, Karma, ¿sabes qué?¡ya he escarmentado!¡ya puedes sacarme de aquí! -grité con la poca voz que no había gastado anteriormente, provocando que los pájaros que se alimentaban en la orilla salieran huyendo, espantados por mi estúpida acción de hablar con algo que ni siquiera existe. 

Debía alimentarme, porque si no me iba a volver loco, si aún no lo estaba. Y ni siquiera llevaba cuarenta y ocho horas aquí. 

Si por lo menos pudiera conseguir hacer fuego de alguna manera podría intentar pescar peces, pero para eso primero tendría que haber asistido a esas malditas clases de supervivencia. 

-Gracias Karma. -murmuré mirando a mi alrededor. 

Sabía que probablemente alimentarme de las frutas que crecían en esos arboles que estaban a la orilla de la playa era la mejor opción, pero tampoco sabía si podrían ser venenosas y al final sería yo el idiota en esa relación con el Karma. 

Observaba fijamente como las pequeñas y redondas bayas se movían al ritmo de la brisa que el mar atraía, haciendo que algunas de ellas se cayesen y otras permanecieran amarradas a su rama. Es tan irónico, porque es como la vida, las personas deciden si dejarse llevar por lo que les está pasando y rendirse o seguir luchando para conseguir vivir. 

Un movimiento detrás de los arbustos provocó que diera un paso hacia atrás, asustado por no esperarme eso. Seguidamente vi como un pequeño y, aparentemente, inofensivo mono saltaba al lado del arbusto para robar de la vida que las ramas le podían ofrecer aquellas bayas, arrebatándoles la fuerza que habían tenido para permanecer ahí. 

Quería espantar al mono por haber cometido tal atrocidad, pero qué culpa tenía él de que el ciclo de la vida fuera así, de querer alimentarse por encima de lo demás. 

Ni el tenía culpa de haber arrancado esas bayas de su casa ni el Karma tenía culpa de que yo estuviera aquí, así que cuando se había ido me acerqué al arbusto para coger las bayas que se habían caído por culpa del suave aire. 

Porque pensaba que ya había habido demasiado sufrimiento a mi alrededor hasta el momento y era más sencillo acompañar en su sufrimiento a aquellas que se habían rendido a hacer que las que habían tenido esperanza y habían luchado no tuvieran su oportunidad. 

Y mirando hacia los pájaros, a los que mi voz había ahuyentado, volver, me comía las bayas que la brisa había logrado derribar. 

Atrapados » shawn mendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora