23.08

299 47 8
                                    

—No entiendo porque no quieres que te ayude a curarte la herida, cada vez está más mal. —insistí de nuevo, aunque ya me había empezado a dar cuenta de que ni siquiera me estaba escuchando. 

—¿Crees que si me acerco un poco a las rocas aquellas conseguiré algún pez diferente a los que he pescado hasta ahora? —lo miré suspirando y me encogí de hombros. Ni siquiera sabía cómo cazar, cómo iba  saber qué peces había en las rocas. Ni sabía la diferencia entre un mero y una lubina. —Eres de gran ayuda. 

—Gracias. —respondí ya que era la primera cosa agradable que me había dicho hasta el momento, aunque no tenía mucho sentido porque no había dicho nada que le ayudase. 

—Era sarcasmo. —eso si tenía más sentido. Yo que pensaba que ya estaba empezando a conseguir que confiara en mí. 

—No sé porqué eres tan seca conmigo, ni siquiera te he hecho nada malo. —ya que no me iba a dejar ayudarle con la herida de la mano por lo menos quería saber qué le pasaba conmigo.

Igual no era conmigo y ha sido toda su vida así y simplemente no podía cambiar. 

—Voy a ver si puedo atrapar algún pez. —y volvió con las evasivas. Ni siquiera se había girado a mirarme. 

La vi hasta que estuvo lo suficiente lejos como para que escuchara mi suspiro de indignación. Pensaba que tener a alguien conmigo me haría olvidarme por un rato de el hecho de estar en una isla desierta atrapado, pero lo único que hacía era que sintiera más angustia y tristeza porque cada vez me hacía más a la idea de que no iba a volver a ver a mi familia, no volvería a decirles lo mucho que les quería y no podría abrazar a mi hermana, verla crecer, verla tener su primera pareja, poder meterme con ella porque no me gusta su novio. No podría encontrar alguien a quien amar, con quien formar una familia y tampoco podría hacer mi sueño realidad y convertirme en un gran cantante. 

Todo se estaba haciendo demasiado grande para mi. 

—Bello durmiente... —la voz de Verónica me sacó de mis pensamientos y la miré esperando que hubiera pensado el hablarme y ser simpática, pero al ver que me apuntaba con la lanza con la que cazaba a los peces se me fue la ilusión. —Sal de tu trance y ayúdame. 

—¿A qué? —pregunté viendo que dejaba de señalarme con la lanza y señalaba unas hojas caídas del árbol, que reposaban en el suelo esperando a que el viento se las llevase, cosa imposible porque a penas hacía una pizca de aire. 

—Quiero hacer una señal con las hojas, si pasa algún avión o helicóptero lo verán y sabrán que hay alguien aquí. —la miré durante unos segundos sin saber si esa idea era realmente aceptable, ni siquiera estaba seguro que desde un avión pudieran ver esta isla. Si eso fuera posible haría mucho tiempo que esto estaría civilizado y lleno de turistas que destrozasen la belleza natural. —¿Me vas a ayudar o vas a seguir llorando como un niño pequeño esperando a que tu mamá te venga a buscar? 

—¿Por qué eres tan cruel? —solté sin pensarlo, pero al momento me arrepentí de decir eso. —Perdón. —yo no era así. 

—Recoge todas las hojas que puedas, cuanto más grandes mejor. —me levanté y le di la espalda para caminar hacia el principio del bosque. Si haciendo esto por lo menos conseguía que supiera que podía confiar en mí y no ser tan reacia a hablarme, entonces lo haría. 

Aunque dibujar la palabra ayuda con hojas no fuera la mejor idea para conseguir que alguien nos sacara de aquí. 

Atrapados » shawn mendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora