Primer error: ser amable

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Mi día aparentemente no había sido malo, de hecho yo diría que había ido bien, pero bueno, la perfección no puede durar mucho.
En la mañana había llegado muy temprano a la escuela, todo con el propósito de pedir antes que cualquiera un libro que necesitaba para un proyecto a entregar la próxima semana y si me daba tiempo entrenar un poco antes de clases. Por supuesto que no había nadie a esa hora en aquél sitio eso lo sabía cualquiera, pero resulta que mi maestra de Karate me había visto tanto talento y dedicación que me había regalado una copia de  las llaves del gimnasio para que pudiera entrenar cuando yo quisiera, de sobra está mencionar que yo le sacaba el máximo provecho.
Yo sabía que si lograba dar mi máximo en la próximas competencias nacionales y lo combinaba con calificaciones impecables tendría la Beca para la universidad que tanto soñaba, así podría seguir los pasos de Tsunade sama , una increíble maestra del Karate y Judo que gano más medallas que ningúno otro en su ramo al mismo tiempo que se gradúo a como Doctora con un promedio de excelencia.
Sí. Ese es mi sueño.
Sin embargo, como dije al principio, no todo sale como lo planea uno.

El libro lo encontré sin problemas, y sí, tuve suficiente tiempo para entrenar un poco.
Me di una ducha en las regaderas de la escuela, y aún faltaban 15 minutos para que empezarán las clases.
Pero entonces, cuando cruzaba por él pasillo que daba hacia mi salón escuché una especie de...quejido?!
Quizá solo era una chica padeciendo de sus cólicos menstruales y estaba por allí oculta.
Pero la verdad es que, por fría que me gustará aparentar ser, aún me compadecia con demasiada facilidad por cualquier alma en sufrimiento, incluso cuando me tocaba ayudar a mis compañeras a entregar vergonzosas cartas de amor a los chicos que les gustaban, era un hecho, una sola lágrima era suficiente para lograr doblegar me.
Los quejidos no se detenían por lo que, por más que me grité mentalmente para seguir de frente mí camino, termine por dar un suspiro y buscar con el oído  de donde  provenían ésos lloriqueos.
Di con un cuarto aparentemente utilizado como almacén de cartulinas y demás materiales, parecía vacío cuando me asomé por la ventana de la puerta, pero aún así me decidí a abrir y, en ese momento al parecer, alerte a la persona que se quejaba porque los sonidos cesaron, pero aún no veía a nadie.
- Hola ¿Hay alguien aquí? Vamos no tenga miedo, no soy una profesora no te regañare.- dije.
Nadie contestó, así que me adentré más, para de pronto encontrar en una esquina a un chico sentado en el piso con sus enormes ojos negros hinchados por tanto llorar rodeados por unas espesas cejas negras, que me miraba algo avergonzado.
¡ Pero si yo conocía a ese muchacho! ¿ Que no era el chico gracioso de mi clase?

Un Dulce IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora