Capítulo 1 | Eyes

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Ya no quería escuchar más sus gritos de auxilio, cada uno más fuerte que el anterior yendo así en escala, cada uno con más esperanza de que alguien la oyera y viniera a su rescate de mí. No tenía la esperanza de que volviera, aunque fue la mejor época de mi vida, necesitaba con urgencia olvidarla. Ya había muerto en este mundo, hace siglos atrás, ahora me urgía que muriera en mí, que apagara el fuego. Los años transcurrieron bien para todos, superaron metas asombrosas. Mi situación era otra, no avanzaba en la carrera de la vida.

No me apetecía vivir. Era algo de lo que ya me había cansado. Pero todos me insistían que se puede vivir dos veces, pero ya en el final, en esta etapa monótona de mi vida, no tenía la esperanza de que esto me fuera a pasar.

La tenue luz del día se colaba por la ventanilla, la luz que lograba traspasar las enormes nubes grises que siempre cubrían el pequeño pueblo. El clima se mantenía frío y nublado, de seguro llovería más tarde. Tome la ropa del día anterior que yacía a los pies de mi cama y me vestí. Baje la larga escalera presuroso por llegar a la cocina, necesitaba mi café. Me sorprendió encontrarlo listo encima del desayunador. No era nada común la preocupación por el otro, al menos no en mi familia. Lo bebí a pequeños sorbos, escuchaba con detenimiento los murmureos de mi familia del otro lado, detrás de la pared de la cocina. Llegue a ellos, desayunaban en el comedor aparentemente felices.

—Dorian, siéntate con nosotros.—invito jaz, no era nada divertido fingir la felicidad que no podíamos tener, no apoyaría estas estupideces. Era claro que no podíamos esconder nuestra autentica naturaleza, nuestros mil sentidos trabajaban colectivamente para encontrar de la forma que fuera, convertirnos en bestias hambrientas de sangre, el líquido que nos fortalecía, pero que conseguirlo costaba vidas. Aun así, aun no apoyara su intento vano de ser felices, acepté sentarme.

Tome asiento al lado de Lea que me brindo una sonrisa en cuanto estuve a su lado, no se contenía, sabía todo lo que pasaba por mi mente, no tenía el poder de adivinarlo ni me había manipulado con su habilidad, todo lo sabía porque así yo lo quería, le contaba todos los sucesos de mi vida y así ella me revelaba los suyos aunque no se asemejaran ni en lo más mínimo a los míos, mi relación con ella era distinta a la que tenía con los demás, si era que tenía. Jaz se molestó en brindarme de toda la comida, pero la rechacé con prudencia.

Después de que los demás terminaran su desayuno, espere el momento oportuno y cuando lo fue interrumpí sus conversaciones, me disculpe levantándome de la mesa y subí con prisa las escaleras. Al estar en la planta alta continúe mi camino a mi habitación y ya dentro de ella cerré la puerta y le puse seguro cerciorándome de que no hubieran molestias mientras estuviera allí.

Deslicé la silla de mi escritorio hasta la ventana que no conseguía mostrar ni la más mínima parte de la belleza del bosque pero que al menos era algo cuando no quería salir a él. Aprecie con detenimiento el paisaje que brindaba el lugar, una costumbre que adquirí después de su muerte, y que me después de adquirirla me había facilitado el vivir sin ella. Conseguía inexplicablemente apaciguar el ánimo violento que me invadía al rememorar aquellos primeros momentos cuando no sabía lo que nacía en mis adentros. El rumbo que habían tomado las cosas en ese entonces, no era similar al que esperaba, todo se me había desmoronado, tuve algo como una pérdida de control que me costó la felicidad y su vida. Ya lo sabía, desde un principio; una cantidad excesiva de poder, la inmortalidad y el cambio físico, nada era gratuito, todo tenía un precio que si no se saldaba con lo acordado, lo saldaríamos con la vida. El poder nos hizo débiles, algo muy irónico si me lo preguntan.

Diez minutos después, las enormes nubes grises regaban la ciudad con el agua que con el agua acumulada que contenían, como lo había dicho, aunque no creo que haya sido sorpresa para nadie. La lluvia empezó a caer con fuerza, y la brisa la hacía llegar a todas partes, sin dejar lugares apenas húmedos. No comprendía el temor de las personas a la lluvia, después de todo era agua, igual a la que salía de la regadera, aunque no los viera, podía tener una clara vista ahora de las personas corriendo despavoridas a sus coches o casas, o incluso a algún lugar donde refugiarse hasta el completo detenimiento de la inofensiva llovizna. Como siempre solía hacerlo, saldría mañana al encuentro con el bosque, su belleza aumentaba después de una surtida lluvia, el sol saldría al día después e iluminaria con sus rayos las gotitas de agua que guardaban las verdes hojas; verlo era algo que no tenía precio.

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