Capítulo 4.

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CAPÍTULO 4.

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Okami miraba tranquilo el extenso mar que se extendía ante sí. Ignoraba el alboroto que había a sus espaldas pues, después de una docena de días más, la Comandante había vuelto de su pequeño trabajo y con ello, traía a los que una vez habían habitado Angelos antes de ser «elegidos» para una misión que seguía sin aceptar. No quería celebrar aquello como todos hacían, pasando por largo la crueldad de lo sucedido. Suspiró, y decidió quedarse allí, sentado sobre una de las torres del palacio. Le gustaba estar a grandes alturas, el aire era fresco y le permitía ver mejor a su alrededor. Aun así, eso no pudo evitar la curiosidad que tenía de ver. Parecía que había un gran alboroto en el puerto: lograba visualizar que en el ágora mucha gente estaba aglomerada, danzando. La danza envió a cierta persona a su cabeza. ¿Estaría Mitzuki bailando en...? ¡No! ¡¿Qué estaba pensando?! Eso no le interesaba, punto final.

Donde se metiera esa gitana ya no era asunto suyo, pero estaba seguro de que si ella seguía comportándose así, no tardaría mucho en verla dentro de un calabozo o atrapada por una cuadrilla de cadetes.

Gruñó, golpeando sus dedos contra su rodilla en gesto pensativo. No iría a recibir el barco. Le devolvía su puesto a la Comandante y él volvía al suyo; donde no tenía que estar persiguiendo a gitanas escurridizas ni ser lanzado al agua.

—¡Hey, Okami! —Su expresión, ya relajada, cambió a una de molestia al escuchar a Elliot llamarle desde la ventana de abajo—. ¿No tienes curiosidad de ir a ver qué tal la fiesta?

—Eso no es una fiesta Elliot, es una farsa. Me da asco el sólo oírlo —gruñó nuevamente. Miró un instante en dirección al puerto. Claramente se observaba el gran tumulto de personas arremolinadas en la zona. ¿Cómo era posible que aceptaran aquello? Años atrás, el simple hecho de querer llevarse a un familiar, era motivo del estallido de las terribles guerras que arrasaron con naciones enteras en un pasado lejano.

—Uhh, qué genio. Así nunca conseguirás novia —bromeó el príncipe, sentándose a su lado una vez escaló hasta su posición y dándole un codazo en las costillas. Esperaba verlo sonreír por el chiste, y en cambio obtuvo su mirada de aburrimiento, por lo que le dirigió una igual. «General amargado», pensó. Quería ir a ver. Ya lo sabía: que Okami saliera con él del palacio era un suceso que sólo ocurría cada mil años. Bueno, tal vez exageraba un poco. ¡Pero no lo podían culpar por pensar así!

—¿Y? No estoy para relaciones estúpidas ahora. Las mujeres son medio insoportables a veces —aseguró, metiendo la mano en un bolsillo dentro de su gabardina. Sacó un trozo de pan que guardó en el desayuno, envuelto en una servilleta, y lo mordió con algo de rudeza luego de apartar la tela. Siempre tenía hambre, una maldita hambre que no podía calmar. Todo gracias a su condición. Debería estar acostumbrado; pero siendo sincero, estar entre muchas personas le había despertado el apetito que había mantenido bajo control. Y lo que era peor... Tenía un empalagoso olor a fresas y vainilla en la nariz. Detestaba los dulces y no entendía aquel ridículo antojo.

—¿Le das al otro bando? —preguntó el príncipe curioso, viendo a su amigo atragantarse con la comida. Se alejó un poco al oírlo toser y golpearse el pecho. Decidió que, por su propio bien, retroceder era lo mejor. Okami era capaz de lanzarlo desde la torre, y no, no bromeaba. El General era impulsivo en muchas ocasiones... y vengativo.

—¡¿Qué me crees?! Estás loco. —Elliot frunció el ceño al oírlo. No consideraba malo que a alguien le gustará una persona de su mismo sexo. Es más; malo era que las personas pusieran atención en ello y no en lo que verdaderamente importaba. A lo largo de los años ese era un tema que seguía formando polémica entre las personas, pero eso, era otro asunto. Suspiró, viendo a Okami de reojo—. Me gustan las mujeres si es tu pregunta. Tú lo sabes perfectamente.

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