Capítulo 17.

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CAPÍTULO 17.

N/A: A partir de que comiences la lectura, pon la canción de multimedia


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La multitud se reunía en torno al espectáculo que había dado comienzo en la plaza de la ciudad. Sobre la enorme fuente que allí había sido construida años atrás, una joven de rizada cabellera dorada, y ropas propia de las gitanas que bailaban por las calles de vez en cuando, se encontraba subida sobre la dura roca que mantenía el agua cristalina en su lugar.

Su voz sonó, suave y ¿por qué no admitirlo?, sumamente encantadora para todo aquel que tuviera la dicha de oírla. La poca gente que estaba por irse decidió quedarse, hipnotizados por la melodiosa voz de un ángel. Sin importar quién; si niños, jóvenes, adultos, ancianos... Incluso el hombre que la escuchó a la lejanía, llegaba ahora atraído por el sonido y la tenue melodía que unos instrumentos encantados tocaban.

Aquello debió ser motivo de alarma para todos. No era bueno que un gitano usase magia, aunque fuera para algo tan inofensivo como lo era la música. Pero la verdad era que, ni su voz ni la melodía eran inofensivas. Tenía un propósito claro. Allí, bañada por los últimos rayos de sol que parecía adentrarse en el agua, donde el océano y el cielo se encontraban día y noche a cualquiera que pudiese verlo; Mitzuki estaba llevando a cabo la parte de su plan que requería ejecutar para aquella peligrosa noche. Sus rizos rubios se teñían de tonos fuego, reflejando los rayos del ocaso. Tal como la luna reflejaba la poderosa luz del sol, llenándola de su propia esencia; más sutil, más suave, sin duda alguna radiante.

Okami instó al corcel a quedarse quieto, aprovechando la altura que el mismo le brindaba para poder ver con total claridad a Mitzuki volviendo a hacer de las suyas. Atrayendo a la multitud, tanto con su presentación como el lento baile y los precisos movimientos que daba, siguiendo el sonido del violín. Por un momento dejó de ser el instrumento al que ella seguía, y la atención se la llevó la joven, tan espléndida que fue la música quien parecía no darle alcance.

Mas sorprendido quedó cuando una segunda figura, más alta y corpulenta que la fémina, se le unió. Comenzó a danzar con ella, siguiendo sus movimientos, acompañándola sin llegar a tocarla. Arqueó una ceja, saliendo de un extraño aturdimiento al identificar a Deimos formando parte de aquel escenario. Parpadeó repetidas veces. ¿Qué fue todo eso en su cabeza? ¿Por qué por un momento le pareció ver brillar a aquella joven?

—Sería mejor que te alejaras. —Miró hacia abajo, estupefacto por encontrar a Tori acariciando con tranquilidad al caballo que disfrutaba de sus atenciones. Aquello le pareció aún más extraño. ¿En qué momento se acercó que no la notó? Si había algo de lo que podía presumir sin miramientos, eran sus sentidos desarrollados a puntos que los humanos todavía no alcanzaban. Por eso mismo no supo qué decir a la sugerencia de la pelirroja. ¿Qué le pasaba? Empezaba... Empezaba a sentir aquella melodía dando vueltas en su cabeza, y le era difícil no concentrarse en la voz de Mitzuki, cuya letra podía entender a pesar de estar en otro idioma poco usado allí—. O quizás es demasiado tarde.

—¿Tarde...? —Esos no eran los familiares síntomas que el devorador le hacía vivir de vez en cuando. Estos eran... distintos. Miró hacia abajo, notando su visión borrosa. Ya ni siquiera percibía la correa del caballo entre sus dedos.

—Sí, iba a decirte sobre esto, pero creí que te quedarías en el palacio. —Tori dejó de acariciar al animal, notando que el hechizo buscaba hacer efecto en el General. ¿Cómo lo sabía? Tenía la misma expresión perdida que ella cuando fue hipnotizada por el canto de Deimos, justo antes de despertar de su letargo y darse cuenta, con horror, de su contrato. Sí, el muy gracioso le jugó sucio para ello. No le extrañaba que el hechizo tardase en hacer efecto en el pelinegro. Después de todo era portador. Suponía que sólo los humanos eran los primeros en caer sin mucha complicación a los encantos de los ángeles—. Tal parece me equivoqué...

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