Capítulo 11.

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CAPÍTULO 11.


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Más tarde, Okami abrió pesadamente los ojos, parpadeando para quitar el ardor que sentía en ellos. Lo primero que capturó en su campo de visión fue sólo el techo, pero éste no era el que acostumbraba a mirar cada vez que despertaba en su cama. Razón por lo que intentó levantarse. Sin embargo, un dolor punzante en su cabeza lo hizo volver a caer en la almohada y lanzar un gruñido. De nuevo despertaba desorientado y sin saber dónde rayos estaba. Cualquier diría que no tenía siquiera caerse muerto si supieran la frecuencia con la que eso le ocurría. Sonrió sin ánimos por ellos. No, la muerte no era una opción. Esa etapa que daba fin a la vida y a los sueños tenía cierto rencor con él.

—No otra vez... —suspiró tocando su frente, pues recordó algo. Frunció el ceño pensativo, ¿fue un sueño? ¿O había sido real?

Miró hacia un lado una vez logró sentarse, encontrándose, no sin sorpresa, a Mitzuki dormida en un sofá. Hecha un ovillo y aferrada a su can, que si mal no recordaba, se llamaba Juno. La siguió viendo largo rato sin darse cuenta, estudiando en silencio los delicados, y casi aniñados, rasgos femeninos. Entonces sintió su rostro arder, pero se negó a creer que había enrojecido cuando el recuerdo dejó de parecer un sueño para mostrarle que de verdad había ocurrido. Ella le había dado un beso en la frente, no estaba inconsciente del todo cuando pasó.

Frotó sus ojos, sin creer todavía que estaba viéndola dormir tan cómodamente, ¿por qué? Sencillo, él no dormiría con un desconocido que fácilmente podía resultar ser el enemigo. Se cruzó de brazos, observándola con duda. Mitzuki era tan extraña.

«Soy un ángel», casi escuchó que susurraban a su oído. Estaba seguro de que ella dormía y él todavía no se había vuelto loco como para estar escuchando vocecitas. Sólo un recordatorio.

¿Quién era ella en realidad? Porque ahora era capaz de recordar que ella le había dicho eso. ¿Ángel? Sí, claro. Y él era entonces un santo, pensó sarcástico. Formulando esa pregunta en su mente, sólo sintió el zape antes de que el dolor en su cabeza se incrementara.

—Hasta que despiertas, Fierce. —Sostuvo su cabeza con fuerza, maldiciendo al sentir que todo le daba vueltas con aquel simple toque.

¿Qué le estaba pasando? Vaya que se encontraba delicado aquel día. Era normal que se desmayara y despertara con tremenda fiebre o dolores de cabeza que lo hacían agonizar. La única diferencia era que siempre había estado en el palacio, en su cuarto. Por lo que nadie lo notaba. Se desmayaba cuando menos lo esperaba, y despertaba cuando su cuerpo se recuperaba la suficiente para volver. Ese no era su día, por lo visto.

—No hagas eso de nuevo... —pidió. Sentía nauseas.

—¿Qué cosa, esto? —Y con eso Magissa le dio otro zape. El General gruñó audiblemente, haciéndola sonreír. Motivo por el cual lo volvió a hacer—. Oye, esto es divertido.

—¡Ya basta! —ordenó tomando el brazo de la mujer cuando ésta quiso volver a repetir la acción que tanta molestia le causaba. Magissa se liberó de un tirón y sacó un trapo de la cintura de su falda, limpiando donde la había tocado con una mueca de desdén. Contuvo sus ganas de rodar los ojos—. Si tanto daño quieres darme no debiste haberme ayudado.

Él no era tonto, iba recordando poco a poco y estaba en un tejado cuando su vista se había tornado oscura y todo le había dado un giro. Después le sensación de caer al vacío se apoderó de sus sentidos. Lo que no sabía era cómo llegó allí. Salió de sus dudas al ver a Magissa comenzar a reír a carcajada suelta, mientras ataba su castaño cabello en una coleta alta.

Warrior Angels. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora