Salgo de mi casa como si de un cohete se tratara en dirección a la casa de Mia, que, por suerte no está muy lejos de aquí. Al final termino llegando a la portería de la casa de la pelirroja sin aliento, pero con solo diez minutos de retraso.
—¡Voy! —la oigo gritar cuando pulso el timbre. Luego unos pasos rápidos se acercan a la puerta y instantes después la cara de Mia aparece ante mis ojos—. ¿La primera cita y ya llegas tarde?
—Sí. Digo no. Bueno... sí, llego tarde, pero es que estaba buscando la ropa y...¿Esto es una cita?
—Te invité a un café. Técnicamente, es una cita.
—Es bueno saberlo. ¿Hay un Starbucks por aquí cerca?
—Sí, lo descubrí el otro día inspeccionando el barrio.
—¿Y lo descubres ahora? —sigo preguntando, cada vez más curioso—. Quiero decir, ¿Te acabas de mudar hace poco o algo?
—No, en realidad soy de San Francisco. Vine a Washington nada más terminar el instituto para estar con mi novio, pero cortamos nada más llegué. Ahora mi familia y yo tenemos un apartamento alquilado y hay que aprovecharlo.
—¿Y tus padres?¿No dijeron nada sobre tu novio?
—Nosotros llevábamos juntos dos años. Él es un año mayor y al comenzar la universidad lo ficharon como jugador de rugby en la universidad central de Washington, y se tuvo que mudar y dejar San Francisco y a mí atrás, y por eso mis padres accedieron a venir aquí de vacaciones. Todavía no saben que me lo encontré con otra en la cama cuando fui a su apartamento nada más llegar. Me dijo que tenia entreno aquel día y que no podría venir al aeropuerto, que me esperaría en casa. Y yo, tonta de mí, me lo creí.
—Cabrón —murmuro por lo bajo—. Siento lo que te hizo. Que sepas que no todos los tíos somos así.
—Alguno legal habrá por ahí. Espero —añade, andando mirando al frente, sin dirigirme la mirada ni un momento, no como yo, que la observo embelesado mientras habla.
De pronto escucho un ruido sordo y siento un dolor mi fuerte ahí, hasta el punto de que creo que me he quedado estéril.
—¡Ah!¡Duele! —bajo mi mirada y compruebo con cierto disgusto que me he dado contra uno de aquellos palos —inútiles la mayoría del tiempo— que algunos usan para aparcar su bicicleta mientras van a comprar el pan a la panadería de enfrente que tuvo la magnífica idea de poner ese artefacto peligroso en medio de la calle.
—¿Estás bien?¿Dave? —Mia agacha su cabeza hasta que queda a mi altura, pues todavía estoy doblado por el dolor.
—¿Estás bien, mozo? —oigo que grita la panadera desde dentro del comercio, y yo levanto la mirada al tiempo que grito:
—¡Dígale a su jefe que poner esto aquí en medio debería ser ilegal!
—¿Seguro que estás bien? —vuelve a preguntar mi nueva amiga, mirándome preocupada.
—Sí, tranquila, ya estoy mejor. —intento incorporarme un poco, y los intensos pinchazos vuelven, haciendo que deforme mi cara en una mueca de dolor—. Estoy perfectamente. Creo que pediré un poco de hielo en Starbucks.
................
Efectivamente, media hora después estoy cómodamente sentado en un sillón de la conocida cadena de cafés, con un delicioso Frappuccino en mi mano, y con un paquete de hielo en mi falda —discretamente tapado con mi chaqueta— que ha conseguido aliviar un poco el dolor.
ESTÁS LEYENDO
The Love of One of Them
Short Story¿Te gustó She is NOT one of Them? Si la respuesta es sí, ¡No te puedes perder esta historia! Dave Martin ha caído profundamente enamorado de una pelirroja que conoció en una fiesta durante el verano, pero ambos saben que es un amor imposible porque...