Capítulo 1: Hecho inesperado

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—¡Papá! Vamos que llegaré tarde.

—Ni pienses que voy a acompañarte de nuevo.

—¿Qué? ¡¿Por qué?!

—Ya me cansé de verte jugar sin motivo alguno.

—Pero, papá estamos entrenando para el torneo.

—¡Es en un mes! —Ya estaba furioso.

—Como quieras pero llévame al menos —Revoleé los ojos.

—Ni pienses. Entre llevarte y volver a buscarte me conviene quedarme. No irás hoy no tengo ganas —Se desperezó en la silla y quedó casi acostado en ella.

—¡Ya papá! Me voy, no me importa —Tomé el picaporte y abrí la puerta de la casa.

—¡Vete! No pienso acompañarte a tus boberías... —No alcancé a oír que dijo luego porque mi portazo fue, por mucho, más estruendoso que su voz.


No se por qué pero lágrimas estaban a punto de salir por mis ojos tras dar ese portazo, no era la primera ni la peor de las tantas peleas que tenía con mi papá. Sin embargo, traté de no pensar en eso, debía llegar rápido a la parada del colectivo o de lo contrario llegaría tarde a mis prácticas. Corrí lo más rápido que mi estado me permitió, el colectivo estaba a solo unos metros pero por suerte llegué a la parada y lo tomé, estaba casi vacío y me senté poniéndome los auriculares y al compás de la música recordaba cada momento que peleé con mis padres, pero luego aparecieron las cosas lindas que vivimos. Y así, una vez más, mis enojos se esparcían tan eficazmente que desaparecían de inmediato. «¿A caso jamás podré enojarme por más de diez minutos?» Supongo que hay que ver las cosas lindas y arreglar los desacuerdos.

Cuando menos me di cuenta el colectivo ya había parado en el lugar donde yo debería bajar. El sol era infernal, la humedad te aplastaba y las nubes eran totalmente escasas. Faltaban solo algunas cuadras para llegar al club, aún tenía los auriculares puestos pero la música estaba baja, no quería distraerme mucho ya que como tuve que tomarme el colectivo con tiempo justo no podría tardarme más. No sé si era el calor o la falta de la compañía diaria de mi papá que me distraía con charlas obsoletas, pero las cuadras parecían del doble de su tamaño y no había ninguna otra persona. «Solo a un loco se le ocurriría estar en la calle a esta hora», pensé.

De pronto sentí un empujón por detrás y caí bruscamente al suelo con mis rodillas y manos que empezaron a sangrar muy levemente ya que la superficie de los cerámicos era algo rugosa y vieja. No entendía qué ocurría, uno de mis auriculares se había salido y escuché una risa burlona cuando una mano jaló de mi cabello con fuerza para levantarme, no podía reaccionar ni pensar claramente, y en el instante que sentí una respiración agitada detrás de mí comprendí lo que estaba ocurriendo.

Intenté pedir ayuda pero su mano mugrosa tapó mi boca y con más fuerza me puso entre dos paredes, como si fueran un callejón, pero en realidad era un pequeño camino. Pegó todo su cuerpo en mí y puedo jurar que sentí una erección por su parte que me provocó un escalofrío horrible pero sus palabras me repugnaban más aún. Entre sollozos le suplicaba que no me dañase y le repetía que tan solo llevaba mi teléfono, que no tenía el dinero que tanto me pedía, ni nada para darle más que eso. No sabía qué hacer, me tenía acorralado y un movimiento podría costarme la vida de seguro; no quería que me robaran y mucho menos que me violaran.

Pasaban tantas cosas, recuerdos, pensamientos por mi mente, pero ninguno podía ayudarme en ese momento. Con unas de sus manos dejó de presionarme para poder meterla debajo de mi remera mientras susurraba cosas que quisiera no haber oído jamás. Podía sentir como su fuerza hacia mí se iba desvaneciendo poco a poco. Mis ganas de vomitar aumentaron totalmente cuando me dio la vuelta dejándome ver muy poco de su rostro cubierto con una máscara toda desgarrada. Su cara se acercó a mí y tras escuchar un "que bien hueles" junté toda mi energía y puse en práctica la patada en los testículos que aprendí de pequeño en las clases de defensa personal para principiantes y que había recordado en el mejor de los momentos. 

Los colores de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora