8: Nada es lo que parece

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Leticia estaba completamente enmudecida, y Francisco se devolvía sigilosamente.

- Sabía que andabas en algo extraño maldito maricón – dijo la sorprendida muchacha.
- No se muevan – ordenó Bastián, apuntando. El guardia se movió y se puso junto a él.
- Hay que huir – susurró Francisco a Leticia.
- No te funcionó conmigo Bastiancito – recriminó ella, en actitud desafiante - ¿Creías que iba a ser tan fácil de llegar y ordenar todo a tu manera? ¿Creías que íbamos a quedarnos de brazos cruzados mientras tu disponías qué hacer y qué no?
- Pero todo ha andado a la perfección – se sobó las manos Bastián – Y aunque te hayas dado cuenta... ya no puedes hacer nada.
Francisco se puso tras Leticia.

- Podemos conversar – dijo ella.
- ¿Conversar, y sobre que, señorita audaz? – dijo Bastián.

- La verdad, no tengo la menor idea porqué estás haciendo esto – comenzó a hablar Leti – Y no me interesa. Pero vaya que estás enfermo. Ahora entiendo todas y cada una de tus actitudes... entiendo por qué me dijiste que sólo estabas conmigo por calentura, entiendo por qué siempre estuviste contra tu padre.
- Ya... ¿y? – preguntó Bastián.

Leticia se abalanzó violentamente sobre el hombre de la escopeta, desviando la mira del arma y enterrando una tijera en la pierna de éste.


- ¡Francisco corre! – gritó Leticia con fuerza - ¡Me entrego a ti Bastián!

- ¡Estúpida! – gritó él, intentando disparar a Francisco, el cual corría entre los arbustos. Luego gritó al guardia, el cual se quitaba a Leticia y la apuntaba en la cabeza - ¡No la mates! De esta me encargo yo.

Cojeando el guardia siguió a Francisco entre los árboles. Junto a él, otro guardia que llegó alertado por los gritos le acompañó.


- Sigue buscándolo– mandó el joven – ¡Corre!
- ¡Francisco escóndete, pero por nada del mundo salgas de ahí! – gritó Leticia.
- ¡Maldita estúpida!– exclamaba enojado Bastián, pateándola en el suelo.

Francisco se abría espacio entre los árboles, aprovechaba cada tronco para protegerse de los disparos que hacían los hombres armados. Éstos intentaban correr tras el muchacho, pero era imposible alcanzarlo con las pesadas escopetas que llevaban al hombro.
Franco siguió y siguió corriendo hasta llegar a un pequeño barranco por el cual se lanzó rodando, entre piedras, tierra y ramas secas hasta caer en las raíces de un inmenso árbol que cubría una buena parte de la tierra con su sombra. Francisco lo escaló con fuerza y agilidad, abriéndose paso con la cuchilla de las ramas que interfirieran, llegó a lo más alto y se ocultó entre las frondosas hojas de éste. Observó con atención a su alrededor sin hacer el más mínimo sonido, los guardias se habían separado tras su búsqueda. Uno a la izquierda, y el otro en dirección hacia donde estaba el árbol en el que se ocultaba el joven.


El primer guardia se alejó bastante, y el segundo seguía su rumbo hacia Francisco. Llegó al acantilado, y estuvo a no más de tres metros de distancia de él; las ramas de árbol llegaban lo suficientemente cerca de ese lugar. Franco observaba entre las hojas el movimiento del hombre, pasaron un par de minutos en que éste revisó con una linterna el lugar, y luego siguió otro rumbo.


Francisco estaba a salvo.

Por su parte, Bastián golpeaba fuertemente a Leticia. Tomó una piedra del suelo y la lanzó con fuerza contra la joven, la cual estaba arrodillada en el suelo, cubierta de tierra, con el rostro morado y la cara cubierta de sangre. A pesar de los fuertes golpes que recibía, ésta ni siquiera se quejaba.

- ¡Llora maldita perra, llora! – gritaba enfurecido Bastián - ¡Puta de mierda, me cagaste mi plan! ¿Estás feliz ahora?
- Sí – respondió seca ella.

Bastián tomó una piedra del tamaño de su puño y la lanzó contra la demacrada Leticia, ésta alcanzó a dar la vuelta y golpeó en su espalda. No pudo aguantar el dolor y un quejido se dejó salir entre sus apretados dientes.

- ¡Estás feliz! – gritaba - ¿Estás feliz?
- Sí maldito – respondió ella, con coraje - ¡Pude descolocar tu plan enfermo! ¡Pude hacerlo!
- ¡Puta! – pateó Bastián a Leticia - ¡Maldito el día en que se me ocurrió estar contigo!
- Si voy a morir, al menos va ser con la dulzura de saber que logré hacerte colapsar – dijo entre risas ella.
- ¿Sabes por qué no te mato? – exclamó Bastián, tomando la pistola en sus manos y mostrándola a Leticia – ¡Porque quiero que sufras! ¡Te voy a torturar durante horas, no te quedarán lágrimas para llorar ni fuerzas para poder gritar! ¡Eso te lo juro!

(Terror) Vacaciones PagadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora