Oh, viejos conocidos, cuánto tiempo he pasado sin mirar por tanto rato hacia abajo. Allí, en la oscuridad en la que vivís, en la que moráis todos ustedes. En la tiniebla tan densa que ni la memoria escapa de ella.
Os contare una historia, porque la habéis presenciado desde abajo, desde la penumbra donde reptáis, donde los puentes han caído y la existencia es dudosa. ¿Vosotros me escucháis? porque necesito que lo hagáis. Debéis saber , todos y cada uno, la razón por la que en momentos me encomendaré a su horrorosa voluntad.
El cristal, aquél al otro lado de la grieta. El que brilla sin quererlo ni notarlo. Es frágil, más de lo que podríais imaginar. Es mi inexplicable pasión, y os ahorraré algo más extenso porque, seguro puedo estar, no entendéis de pasiones. Nunca lo haréis, inmundicia encarnada.
Empecé a fijar la mirada en él sin razón alguna, y siempre me pareció, oh, siempre me pareció que brillaba más cuando yo lo contemplaba. Os digo, es único, a pesar de parecerse los otros, los que afloran de las rocas aledañas. Pero no entendéis de unidad, masas amorfas arrastrándose en la infinita negrura.
Un día, el cristal empezó a levantar un puente. Piedra pequeña tras piedra pequeña, de alguna manera, las agrupaba. Al inicio no lo creí. ¿Cómo creerlo? me conocéis, hijos de la nada, muy bien me conocéis. Toda mi vida, o al menos desde que tengo memoria, estuve aquí, rumeando la idea de saltar. Siempre algo me detuvo. ¿ Sabéis? tengo curiosidad por veros a la cara, si la tenéis.
De a poco, lento pero seguro, el puente se extendía. El cristal se estaba esforzando. ¡Quería que yo llegara a él! Y, oh, este viejo inútil tenía miedo de lo que pudiera llegar a pasar. Que si el puente se derrumbaba, que si debía empezar a construir desde mi lado, aunque no supiera cómo. De caer, de caer jamás llegaría al cristal, pensaba. Podría ser presa de los tentáculos que supongo ostentáis, que imagino flameáis cual bandera del terror.
Y cada día, me llamaba más. Me hablaba en destellos, y yo entendía. Pero no veía que, en la distancia, se agrietaba. Cuanto más fabricaba del puente, más grande se volvían las fisuras. ¿Eran mi culpa? estoy seguro que sí. Valoraba el esfuerzo del cristal, pero le temía a... todo.
El vínculo, una vez completado, llegó a unir ambos lados de la grieta, estando a mis pies. Podía cruzar. Tenía oportunidades. Cuando vosotros dormíais, por ejemplo. Y no las tomé. No tomé ninguna. Por miedo o por otras razones que no llego a comprender del todo, las dejé pasar.
Y el cristal terminó de quebrarse. El puente cayó. Imaginaba la libertad, imaginaba la vida al otro lado. La deseaba hasta mis patéticas entrañas. Y no será reconstruido. El cristal, monstruos del abismo, se rindió.
Así que ahora, respondedme, viejos conocidos: ¿Cuánto tardareis en comerme si me entrego?
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Los hestaru
Short StoryCompilado de cuentos que voy a ir expandiendo a medida tenga más. La mayoría serán sobre criaturas no humanas. El primer relato da el nombre a la colección. Sinopsis de los diferentes cuentos Los hestaru: Los hestaru, reptiles inteligentes y bíped...