La puerta

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No estoy perdido, conozco el lugar. Magna habitación cuyos horizontes nadie puede observar. Tantas puertas como estrellas en un cielo nocturno que a todos ciega, brillando con la misma intensidad, seduciendo de distinta manera. Todas menos una con horrores inimaginables detrás, todas, para ser prácticos, engañando para ser la que uno ha de encontrar. Detrás de cada una otra habitación que se juzga igual, no importa si está a mi derecha, mi izquierda, arriba, delante o detrás. 

Lo que el alma busca detrás de estas puertas jamás lo ha de encontrar, pues finitos somos, con ninguna chance de atinarle a esta nula posibilidad. La puerta sin mentiras, la que lleva a pesadillas que no se pueden solucionar. La puerta inescapable, aquella que se bloquea y nunca te permite volver atrás, está perdida, y todos, en vano, la quieren encontrar. Pero ante su falta, ante su naturaleza, su singularidad, en la mayoría un deseo nace entre llanto y capricho siempre tan brutal. Que la puerta que yo elija sea, lo imploro, la real. Que los horrores que hay detrás tengan dientes y ojos y más brazos de los que pueda contar. Que no sean de cartón, que no me señalen que los he de ignorar. ¿Por qué no debería ser la mía, si el brillo de todas intenta ser igual? ¿Y si mis monstruos son de cartón, y los tuyos también, por qué ante los propios, de mejor corrugado, no he de temblar? Son tan reales como yo quiera, como los pueda imaginar, y sus víctimas son la deuda mía, tuya, y de cualquiera que se atreva a siquiera respirar. Mis bestias son mejores, pues yo elegí la puerta correcta, y la puerta correcta no te deja volver. Entonces, si se ha cerrado, ¿para qué lo voy a intentar? Incluso si los dientes son de papel arrugado, me encargaré de que hieran igual. 

Y me acercaré a otra puerta dentro de la habitación a la que esta me llevó, para más profundo caer, para nuevamente ver una verdad. Y, en el fondo, nos alegra saber que hemos elegido a los monstruos de cartón. Que no hay saliva en esas fauces, que no hay músculos en esas gargantas ni ácido en los estómagos, sino agua, colorante y celofán. Que los ojos que nunca parpadeán están quietos porque solo creemos que nos han de mirar. ¿Quién quiere vidas sacrificar ante un dios que se sostiene con cuerdas y poleas? Por supuesto, entonces, que mi abominación es la real. Y la de la siguiente puerta también lo será, y, a la desnutrida, a la que nunca nadie le ha hecho tributo y aúlla y gruñe y araña para que le den atención, continúa sola, detrás la puerta que brilla, al parecer como todas las demás, pero de la que nadie nunca podrá retornar jamás. 

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⏰ Última actualización: Jun 10, 2020 ⏰

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