capíтυlo 7

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Hattori, Sehon.


      Incluso para alguien tan rigurosamente entrando como yo, que era capaz de escuchar el ritmo cardíaco de quien quisiera, jamás había sido tan terriblemente consciente de un cuerpo a mi alrededor como el de ella.

      Sus movimientos. Su figura. Su aroma. Todos sus detalles resultaban bellamente cautivadores, como el pequeño lunar en una de sus muñecas o la forma en que el sol golpeaba en su mirada y la volvía una aureola dorada en sus ojos. La forma de su cuello, que era esbelto y pálido, incluso la forma en que el viento se metía dentro de su cabello y movía las largas ondas, provocando que ella se pareciera a más bien a un hada salida de alguna fantasía arrebatadora.

      Supuse que a esto se refería Akihiro-sama cuando decía que las mujeres eran un problema. Sobre todo las mujeres bellas, eran un completo problema. ¿Era un problema que deseara tanto... volver a tocar su piel? Ah, por los Dioses. Claro que lo era, pero ella... Las pieles del Clan no eran suaves como la suya, estaban curtidas por el entrenamiento que recibíamos desde pequeños, estábamos llenos de cicatrices, callos y heridas. Y era normal, las mujeres más hermosas y fuertes del Clan tenían las peores cicatrices, sus manos estaban cuarteadas y secas, era símbolo de fuerza y valor. Pero la piel de la Señorita de Rivia brillaba como un postre de crema en su rostro, y tenía la textura de uno.

      Y mientras ella curioseaba mirando hacia todos lados, me permití verla un poco más, descubriendo que el sol le sacaba un brillo a su figura que dejaban sin respiración.

      Ella paró en seco y yo, curioso, la imité —¿Señorita Rivia?

      —Aquello... ¿Aquello es una cascada... ? —puso las manos como visera en su frente y entrecerró los ojos.

      —Es Yodo no Taki. —no se veía realmente por la lejanía, pero seguramente los monjes estaban meditando sobre las grandes rocas que dividían las cascadas ahora mismo. —Es...

      —Cuatro veces una Cascada... woah... ¡Woah! —la miré de golpe, ella dio unos tres pasos hasta el borde del arroyo e hizo puntillas, mirando e inclinando el cuerpo —Increíble. No se parece en nada a los libros de lectura.

      —¿Usted... lee sobre eso?

      —Pues claro. La Ciudad Prohibida tiene los paisajes más hermosos del país. —ella se giró y su aroma me golpeó de lleno, no era grosellas, no, era algo dulce y fresco, que junto a sus ojos emocionados hizo que la presión cardíaca presionara en mis venas. —Nunca pensé poder echarle un vistazo en mi vida. —Entonces volvió a mí en zancadas, emocionada y agitada y yo no supe qué palabras utilizar para un ser tan encantador como lo era ella. Pestañeé, sorprendido, nadie me había hablado tanto en la vida. —¿Lo dije bien? ¿Significa eso, verdad? Bueno, eso decía el libro...

ʙᴀᴊᴏ ᴇʟ ᴄᴇʀᴇᴢᴏ  ● p. jiminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora