capíтυlo 3

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    —Huiste, loca bastarda. —tomé un pedazo de carne agresivamente con mis palillos y me los llevé a la boca, mirando indignada la mirada acusadora de mi hermano menor. —Lo golpeaste. Y huiste ¿Y aún así tienes el descaro de hablar suyo?

    —¡Disculpa!—chillé, aún tenía carne en la boca y una mujer de otra mesa me miró asqueada— ¿Quién fue el que me olisqueó todo raro?

    Mi hermano enarcó una ceja—Comenzando ¿Quién fue la que se acercó primero?

    —¡Más respeto a tu hermana mayor!— en realidad no tenía argumento. Mi voz se alzó, con un alarido tan agresivo que el dueño del restaurante nos echó una mirada, asomando la cabeza por encima de la barra. Comí rápidamente, quería tener algo en la boca para no poder hablar, porque, honestamente, tampoco sabía qué decir. Eren tenía toda la razón, aunque me estuviera mirando con casi lástima y me dieran ganas de golpearlo. Él torció sus labios y me dio una mirada despectiva.

    —¿Solo así? —su escepticismo, vivito y coleando, me dieron ganas de golpearlo más. —¿No le viste la cara?—juntó sus cejas, formando arrugas en su frente.

    —Nop.

    —¿Nop?—repitió casi de inmediato, con el ceño terriblemente fruncido.

    —Pues no, no se la vi ¿Te hago un dibujo o qué?

    —¿Ni siquiera eso? ¡Me tomas el pelo!—me estremecí ante el grito del castaño en el medio del restaurante. Desdichadamente para mí, el chico poseía un timbre de voz tan agudo que estoy segura que pudo oírse desde la otra punta del local. —¡Y encima le robaste!—me puse un tanto alerta cuando el dueño del local asomó dramáticamente su cabeza por la barra de nuevo, mirándonos como un carroñero acechando.

    —¡Yo no le robé!

    —Yah ¿Qué es eso, entonces, loca demente?—nuestras miradas, automáticamente, bajaron y se unieron directo al libro que estaba en medio de la mesa.

    El Arte de la Guerra, Sun Tzu. Era un precioso libro, debía admitir, tamaño bolsillo, tenía un  dragón dorado en toda la portada y lo demás estaba decorado con un azul satinado que se reflejaba a la luz. No supe cómo fue que pasó, pero, cuando había huido con el corazón en la garganta y la cara roja, había algo molesto que colgaba en mi mochila. Era el libro, la cinta negra que tenía para marcar las páginas se había enganchado en el cierre de mi mochila, y lo había llevado colgando todo el camino.

    Era de él. Obviamente era de él. Lo recordaba. Y ahora estaba allí, frente a mí, no tenía ni la más remota idea de qué hacer con él. Es decir, claro que sabía lo que tenía que hacer, sin embargo...

    —Cuando se lo lleves, llévame contigo. —habló el castaño, su voz más animosa y esperanzada que antes. —Quiero ver el momento justo cuando te golpea ¿Te golpeará por ser una descarada? Espero que sí. —ladee mi cabeza lentamente y le di una mirada llena de ironía. Era una suerte que mi carácter no sea tan jodido, ni el suyo tampoco, de otra forma nunca podríamos comunicarnos más que con golpes. Normalmente cuando la gente nos escuchaba charlar creía que nos odiábamos.

    Sonreí—¡Claro! De todas formas, sí todo se jode, siempre podemos salir corriendo ¿Verdad, hermanito?—él me devolvió la sonrisa, llena de burla.

    —Por supuesto ¡sí hasta me pondré a bailar!—soltó, burlándose de su propia condición humana y jugueteó con el mando de su silla de ruedas.

ʙᴀᴊᴏ ᴇʟ ᴄᴇʀᴇᴢᴏ  ● p. jiminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora