Sólo de nuevo en el aeropuerto, y acosado por la mirada de varios curiosos, Eren se guardó la tarjeta, recogió sus maletas y salió de allí consternado. Con la ira aún presente en sus pensamientos y en su torrente sanguíneo, avanzaba por la acera en busca de un taxi que lo llevara a su casa. No podía creerlo: Se había dejado arrastrar por un hombre desaliñado y descuidado a una pelea sin sentido.
Podía ganarla, y vaya si podía. Conocía el Kick Boxing y el Boxeo a la perfección; estaba dotado con una fuerza grande, aunque no tanta como la que había presumido hace unos instantes, y poseía buenos reflejos. Se sabía también digno de entrevistarse con aquél personaje que había abandonado los dominios de la luz hace mucho tiempo, aunque su interlocutor lo increpase y le sostuviese lo contrario, sin darle en realidad un argumento de peso para creerlo. Había reaccionado estúpidamente, pero ya había asumido el juego y, según su propio código y sus convicciones internas, tenía que llevarlo hasta el final.
Además, se sentía herido en su amor propio por aquél sujeto; y si con él estaban las dos mujeres, nada mejor que darse un baño de popularidad irguiéndose victorioso sobre su rival de turno. La vieja estrategia del macho alfa de la manada solía funcionar, y aunque algo le decía que esta vez era la excepción, tenía que intentarlo. Tomó el taxi apenas pudo, y miró detenidamente la tarjeta.
Era de color crema, y llevaba unos arabescos rojos en los bordes. Las letras también estaban hechas con el mismo color de los adornos, y en estas se notaba mejor el brillo metálico – o mejor, plástico – de aquella tintura. "La Biblioteca" ponía, en un estilo gótico; bajo aquél membrete, un número de teléfono y una dirección casi ilegible por lo enrevesado de los caracteres. Al respaldo se hallaba una breve información acerca de la organización que imprimía la tarjeta, pero no la leyó en ese momento. Quizá más tarde, cuando llegara. O en la mañana. O cuando el asunto ya no importara. O, como sucedería, cuando ya estuviera muy involucrado en el asunto y la información de la tarjeta le resultara decorativa.
Al llegar a su casa notó la mirada de extrañeza del inquilino, quién no lo veía desde el día que le había alquilado el lugar. Durante seis años se había limitado a consignar el dinero del alquiler en la cuenta destinada para tal fin, sin llamarlo nunca para hacer ningún arreglo o redefinir el contrato. Se conocían escasamente, y el inquilino suponía que la vida del dueño de la casa donde vivía se mantenía funcional en otra parte del mundo, tan libre y perfecta que no necesitaba de un engranaje oxidado como lo era esa casa en Bogotá.
Ahora que lo veía regresar, con la ira y la consternación en la mirada, el inquilino no dudó por un segundo la teoría posible de que todos sus engranajes se hubiesen fundido por el calor de la vida y hubiera vuelto en busca de lo último que le quedaba. Lo vio subir las escaleras y lo oyó dar un portazo al entrar en la buhardilla, que tenía expresamente prohibido abrir.
Así lo había hecho por seis años, manteniendo la cláusula más importante del contrato. Habría pensado en abrirla si no conociera el ánimo austero de su alquilador, poco dispuesto a almacenar grandes fortunas y a disponer de muchos lujos; y seguramente lo hubiera hecho algún día si no se encontrara en esos momentos el dueño del cuarto dentro de él.
Pero ahora sonreía con la pasividad de uno que se encuentra acorralado por las circunstancias, pero libre a la vez de un peso enorme por esas mismas circunstancias; y es que la curiosidad, en muchas maneras, es un peso tan enorme y corrosivo como los remordimientos y los rencores. Oyó la furia incontrolada del hombre encerrado en la buhardilla; mientras preparaba un café de bienvenida escuchaba como las maletas golpeaban las paredes, cómo el suelo retumbaba bajo los pasos de aquél hombre iracundo, como sus puños se estrellaban en los pocos muebles que esa habitación debía tener. El crujir de la madera sonaba especialmente estrepitoso y constante, y aquél inquilino supuso que destrozaba un armario o una cama a golpes de furia.
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Periplo
General FictionUn Caso Irresoluble, un red criminal gigantesca, una organización secreta y las ansias de un hombre por resolver su pasado llenan estas líneas. Eren Suárez, un agente del Buró, la asociación de investigadores más grande del mundo, está obsesionado c...